Primera palabra

El Ulysses de Joyce, ¿arte o artesanía?

por Germán Gullón

10 junio, 2004 02:00

Germán Gullón

Presumir de persona culta sin haber leído las desconcertantes seiscientas páginas del Ulysses (1922) de Joyce (1882-1941) parece una impostura. Otra cuestión es si resulta obligatorio que guste y se entienda un texto tan difícil

Virginia Woolf, André Gide, Robert Musil y James Joyce son marcas de calidad literaria del siglo XX. Presumir de persona culta sin haber leído, por ejemplo, las desconcertantes seiscientas páginas del Ulysses (1922), de James Joyce (1882-1941), parece una impostura. Otra cuestión es si resulta obligatorio que guste y se entienda un texto tan difícil. Quizás sólo la gente leída y pasada por las aulas universitarias, según pensaba Pierre Bourdieu, puede disfrutar de los libros complicados. ¿Conviene, por otra parte, leerlo en la lengua original, ya que es una de las piezas maestras de la literatura inglesa, o basta con una versión castellana? ¿Y qué traducción leer, una clásica, la original de Dámaso Alonso, o una moderna de José María Valverde?

Pongamos que leemos a Joyce en español, con lo que apreciaremos menos los aspectos lingöísticos, cuya excelencia señala la crítica reiteradamente, y nos interesaremos más por el argumento y por los personajes. Y aquí surge un problema, que ni Stephen Dedalus ni Leopold Bloom, o su mujer Molly, los protagonistas, son nada extraordinario. Dedalus aparece como un vacuo aspirante a caballero inglés y Bloom ofrece una imagen tópica del judío. Por tanto, estas lecturas nos dejan insatisfechos, porque la obra permanece medio muda. Entendemos que se trata de la búsqueda por parte de Bloom de un hijo, y de Stephen de un padre, y que cada incidente de la novela resulta paralelo a uno de la Odisea homérica, y, a su vez, va relacionado con una hora del día, un color, una parte del cuerpo. Todo hecho en un intento de recrear la vida completa de una persona.

La superación de la dificultad ofrece dos salidas para el lector aficionado, persistir en la lectura, la relectura, o dejar el libro de lado. Los lectores profesionales deben opinar sin embargo, y en muchas ocasiones lo han hecho redactando críticas impertinentes, bien porque no saben cómo leer la obra o porque aun sabiéndolo prefieren modalidades narrativas anteriores, que les resultan más familiares. Al Ulysses le han dedicado numerosas críticas adversas, porque quizás atraviesa el purgatorio que el Quijote pasó en su época, un período de prueba antes de que llegue el aprecio universal. Dedalus y Bloom parecen un poquito clichés, por el amaneramiento del uno y el judaísmo de guardarropía del otro, les pasa lo que a don Quijote y Sancho, que tras la publicación de la obra cervantina la gente se fijaba en un aspecto del personaje, que el caballero era un loco, que confundía las rameras con damas y a un cuco ventero con un caballero. El tiempo, no obstante, ha hecho de la novela del hidalgo manchego, sea el idioma en que se lea, un repositorio de una gran verdad encarnada en el personaje: el poder de la imaginación para mol-
dear la realidad a la medida del hombre.

Un indudable atractivo del Ulysses reside en que recrea los sucesos de un solo día en Dublín, el 16 de junio, de 1904. Paradójicamente, lo que pensamos como lo mejor de la obra, el novedoso tratamiento del tiempo, la subordinación de cronología de los hechos a la libre cronología del fluir de los pensamientos, es lo que le trajo las mayores críticas, siendo las hechas por Wyndham Lewis en su magna obra, El tiempo y el hombre occidental (1927), las mejor argumentadas, y que pusieron en la balanza de la fama la cuestión de si el irlandés era un artista o un artesano.

Su hostil análisis resulta difícil de contradecir. Sitúa al autor junto a Gertrude Stein, para definirlo como un escritor de altura técnica, pero carente de fuerza trágica, a lo Dostoievski o lo Flaubert, y exento, por supuesto, del metropolitanismo de su compatriota Oscar Wilde. Su mundo era el de la pequeña burguesía, y lo que es aún peor, que Stephen y Leopold estaban manufacturados con retazos de clichés, y por la tanto discontinuos. Que fueron creados por suma de rasgos, sin que les observemos una personalidad propia. Aquí, afirma Lewis, se nota la veta artesanal de Joyce, que sagazmente oculta la debilidad argumental, la carencia de un sistema de valores que ordene ese mundo y dé coherencia a los personajes. El hábil uso de una técnica narrativa, la corriente de conciencia, que permite saltar de una percepción a otra sin enlaces causales, oculta la falta de un diseño orgánico.

Lewis sin querer estaba describiendo el paradigma literario moderno, conformado por la excelencia en el manejo de la técnica narrativa, concretamente el uso del fluir interior de la conciencia, y la virtuosidad verbal. Criticó ambas características por ser demasiado abstractas, insuficientes para justificar la riqueza de una obra. Pero Lewis acabó perdiendo la batalla, porque lo interpretado por él como negativo en el Ulysses ha sido considerado el pilar de la profunda renovación de la narrativa moderna. La obra de Marcel Proust, de Franz Kafka y de James Joyce tradujo en términos humanos su presente: su originalidad reside en la creación de un espacio narrativo donde el individuo ordena su realidad, y no como en los escritores realistas, donde el ser humano era definido por su realidad social.

Germán Gullón es catedrático de literatura comparada