Cine de ideas
por Román Gubern
24 junio, 2004 02:00Román Gubern
Fahrenheit 9/11 ha padecido un calvario que nos ha recordado la caza de brujas de McCarthy. Por lo visto, en EEUU se pueden admitir los transexuales y drogotas madrileños, pero no se debe erosionar a su presidente en vísperas electorales
Fahrenheit 9/11 ha padecido su particular calvario, que nos ha recordado la época de la caza de brujas del senador Joe McCarthy. La compañía Miramax, que distribuye buena parte del cine independiente y el cine de autor europeo que llega a aquel país (como las exitosas películas de Pedro Almodóvar) se negó a distribuir la película, debido a las presiones de la compañía Walt Disney, a la que está vinculada. Por lo visto, en aquel país se pueden admitir los transexuales y drogotas madrileños, pero no se debe erosionar a su presidente en horas bajas y en vísperas electorales. Es bien sabido que la censura no se ejerce sólo con comités ministeriales que cortan o prohíben determinadas películas antes de que puedan llegar a las salas. Junto a esta tradicional censura administrativa, que padecimos copiosamente durante los años negros de la dictadura franquista, existe la más insidiosa censura comercial, o empresarial, que a veces esgrime como argumento el escaso atractivo comercial de un film para bloquear su distribución hacia el mercado, pero que otras veces está motivada por razones ideológicas. Baste recordar el caso de Senderos de gloria (1957), la soberbia película antimilitarista de Stanley Kubrick, que, a causa del pánico que provocó el intento de golpe de Estado en España el 13 de febrero de 1981, tuvo que esperar a 1986 para llegar hasta nuestras pantallas.
Este ha sido también el calvario empresarial padecido por Fahrenheit 9/11. Pero a veces el destino ayuda a los hombres íntegros en el torbellino de sus tribulaciones. Fahrenheit 9/11, en efecto, ganó hace un mes la Palma de Oro en el último festival de Cannes. A raíz de ello, la presión mediática y la expectativa de buenos ingresos han conseguido desbloquear felizmente el veto a su exhibición y una coalición de pequeños distribuidores va a difundir la película a lo largo de mil salas de cine de todo el país.
Bien es cierto que la película ha sido penalizada con la clasificación R, lo que la hace inaccesible para los menores de 17 años. Por lo visto los rectores de la moral pública norteamericana han decidido que existen diferentes tipos de pornografía en su país. La que afecta a la cintura para abajo y la que afecta al interior del cráneo, es decir, al mundo de las ideas. Y, aparentemente, la segunda es juzgada como mucho más peligrosa que la pornografía genital para la estabilidad de la sociedad.
Michael Moore está haciendo renacer la esperanza en un cine americano que nos hable sin circunloquios de las crudas realidades de la vida social y política, en la tradición de Tiempos modernos, de Las uvas de la ira o de Nacido el 4 de julio.
La tentación digital ha enfeudado a buena parte de la producción de Hollywood en un universo de fantasías descabelladas. Y puesto que la televisión no ha conseguido convertirse en contrapeso político de aquellos ensueños, el cine ha regresado a la tontilandia de los años 50, al cine balsámico de la época del maccarthysmo, cuando la sociedad americana se presentaba como el más feliz de los mundos posibles y cualquier asomo de autocrítica fue expulsado de las pantallas americanas. En aquellos años apareció una película titulada La sal de la tierra (1954), rodada por Herbert Biberman en Tejas con medios artesanales, que se erigió en símbolo de la resistencia contra el conformismo político de Hollywood. Sus autores fueron represaliados. Si Fahrenheit 9/11 y Michael Moore salen indemnes de esta batalla por la libertad de expresión, habrá un motivo para la esperanza. En un momento en que las libertades civiles se están recortando en nombre de la seguridad nacional e internacional, Fahrenheit 9/11 se ha convertido en todo un símbolo que debemos apoyar.
Román Gubern es escritor y catedrático de Comunicación Audiovisual