Primera palabra

Cine de ideas

por Román Gubern

24 junio, 2004 02:00

Román Gubern

Fahrenheit 9/11 ha padecido un calvario que nos ha recordado la caza de brujas de McCarthy. Por lo visto, en EEUU se pueden admitir los transexuales y drogotas madrileños, pero no se debe erosionar a su presidente en vísperas electorales

En el oasis sonrosado del cine de Hollywood, especializado ahora en la manufactura de macroespectáculos digitales que no guardan relación alguna con la realidad, a veces brotan furúnculos feos e incómodos. Su último furúnculo se llama Michael Moore, quien en Bowling for Columbine ya puso en solfa la devastadora epidemia armamentista expandida por el tejido social de su país, un reverso del paraíso nacional coronado por una vistosa guinda dedicada a Charlton Heston, presidente de la Asociación Americana del Rifle. Ahora acaba de ganar otra batalla política con su documental Fahrenheit 9/11, que desvela las conexiones del presidente George Bush con los clanes árabes del poder petrolero, que alimentaron el radicalismo islámico de Osama Bin Laden, antes de convertirse en el enemigo público número uno de su país. Ya se sabe que hay amistades peligrosas, sobre todo en Arabia Saudí, cuya familia real no es menos tiránica que Sadam Hussein, pero que ha estado protegida por una bula especial de la Casa Blanca. El largo idilio entre la despótica dinastía wahhabi y Washginton, que cerró los ojos a las lapidaciones de adúlteras y a las escuelas coránicas que han alimentado el huevo de la serpiente, tuvo una etapa opulenta cuando los intereses petrolíferos tejanos, del terruño de George Bush, entraron en colisión con los intereses petrolíferos saudíes. El último acto de este idilio se vivió en Manhattan un doloroso 11 de septiembre.

Fahrenheit 9/11 ha padecido su particular calvario, que nos ha recordado la época de la caza de brujas del senador Joe McCarthy. La compañía Miramax, que distribuye buena parte del cine independiente y el cine de autor europeo que llega a aquel país (como las exitosas películas de Pedro Almodóvar) se negó a distribuir la película, debido a las presiones de la compañía Walt Disney, a la que está vinculada. Por lo visto, en aquel país se pueden admitir los transexuales y drogotas madrileños, pero no se debe erosionar a su presidente en horas bajas y en vísperas electorales. Es bien sabido que la censura no se ejerce sólo con comités ministeriales que cortan o prohíben determinadas películas antes de que puedan llegar a las salas. Junto a esta tradicional censura administrativa, que padecimos copiosamente durante los años negros de la dictadura franquista, existe la más insidiosa censura comercial, o empresarial, que a veces esgrime como argumento el escaso atractivo comercial de un film para bloquear su distribución hacia el mercado, pero que otras veces está motivada por razones ideológicas. Baste recordar el caso de Senderos de gloria (1957), la soberbia película antimilitarista de Stanley Kubrick, que, a causa del pánico que provocó el intento de golpe de Estado en España el 13 de febrero de 1981, tuvo que esperar a 1986 para llegar hasta nuestras pantallas.

Este ha sido también el calvario empresarial padecido por Fahrenheit 9/11. Pero a veces el destino ayuda a los hombres íntegros en el torbellino de sus tribulaciones. Fahrenheit 9/11, en efecto, ganó hace un mes la Palma de Oro en el último festival de Cannes. A raíz de ello, la presión mediática y la expectativa de buenos ingresos han conseguido desbloquear felizmente el veto a su exhibición y una coalición de pequeños distribuidores va a difundir la película a lo largo de mil salas de cine de todo el país.

Bien es cierto que la película ha sido penalizada con la clasificación R, lo que la hace inaccesible para los menores de 17 años. Por lo visto los rectores de la moral pública norteamericana han decidido que existen diferentes tipos de pornografía en su país. La que afecta a la cintura para abajo y la que afecta al interior del cráneo, es decir, al mundo de las ideas. Y, aparentemente, la segunda es juzgada como mucho más peligrosa que la pornografía genital para la estabilidad de la sociedad.

Michael Moore está haciendo renacer la esperanza en un cine americano que nos hable sin circunloquios de las crudas realidades de la vida social y política, en la tradición de Tiempos modernos, de Las uvas de la ira o de Nacido el 4 de julio.

La tentación digital ha enfeudado a buena parte de la producción de Hollywood en un universo de fantasías descabelladas. Y puesto que la televisión no ha conseguido convertirse en contrapeso político de aquellos ensueños, el cine ha regresado a la tontilandia de los años 50, al cine balsámico de la época del maccarthysmo, cuando la sociedad americana se presentaba como el más feliz de los mundos posibles y cualquier asomo de autocrítica fue expulsado de las pantallas americanas. En aquellos años apareció una película titulada La sal de la tierra (1954), rodada por Herbert Biberman en Tejas con medios artesanales, que se erigió en símbolo de la resistencia contra el conformismo político de Hollywood. Sus autores fueron represaliados. Si Fahrenheit 9/11 y Michael Moore salen indemnes de esta batalla por la libertad de expresión, habrá un motivo para la esperanza. En un momento en que las libertades civiles se están recortando en nombre de la seguridad nacional e internacional, Fahrenheit 9/11 se ha convertido en todo un símbolo que debemos apoyar.

Román Gubern es escritor y catedrático de Comunicación Audiovisual