Image: Cutre política teatral

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Primera palabra

Cutre política teatral

Luis María Ansón, de la Real Academia Española

14 septiembre, 2006 02:00

Luis María Ansón

En el año 2000 acudieron a los teatros madrileños 2.595.594 espectadores. A los estadios del Real Madrid, Atlético de Madrid y Rayo Vallecano, los tres equipos en primera división, 1.602.930. Ese año el teatro recaudó en las taquillas madrileñas 8.137 millones de pesetas y el fútbol de los tres grandes de la capital de España, 1.508. Desde entonces esas cifras con ligeras desviaciones se han confirmado año tras año. Para no fatigar al lector no las esgrimo aquí. Al teatro, eso sí, se le dedica en televisión un par de minutos al mes y al fútbol más de cinco minutos en cada uno de los telediarios de todos los canales públicos y privados, amén de los programas especiales.

La política teatral pública a escala nacional, regional y municipal, salvo algunas relevantes excepciones, se ha reducido al nepotismo y al amiguismo. El teatro puede exigir y se ha limitado a mendigar. En los desvanes de una crisis inexistente se ha perdido el orgullo de lo que significa la escena como espejo de la sociedad. El teatro mide la temperatura cultural de las naciones y Madrid es una de las cinco ciudades del mundo con más proyección en este sentido.

Una política teatral pública, si quiere ser seria, debe impulsar la iniciativa privada y no competir con ella. Aquí se está haciendo lo contrario. Se despilfarra el dinero, pagado con los impuestos de todos, en teatros nacionales, comunitarios o municipales en colisión con el esfuerzo de los empresarios privados que se esfuerzan por hacer un teatro de calidad y rentable. Bien está que determinados clásicos o ciertas obras se monten desde las instancias públicas, pero una cosa es eso y otra es la persecución cuando no la laminación de la iniciativa privada. En Francia o Inglaterra, el Estado o el municipio asumen la puesta en escena de obras que no pueden ser rentables pero que la cultura general exige que se exhiban y se conozcan.

Las autoridades responsables del teatro en sus diversas instancias deberían exigir exenciones fiscales completas para estímulo de un bien cultural de primer orden. Deberían multiplicar la publicidad, las ayudas y patrocinios a empresas, compañías y grupos, desde los comerciales a los alternativos, para hacer viable el impulso teatral sin tanta cortapisa económica como hoy se padece. Y algunos responsables políticos están en la obligación de cantar la palinodia por el escándalo de ineficacia, hoy, del Teatro Español o por la forma vergonzosa y vergonzante con que se ha escabechado a Juan Carlos Pérez de la Fuente de la sala teatral que restauró y potenció.

Se hace todo lo contrario. En Madrid, sobre todo a escala nacional y municipal, se gasta sin medida, se derrocha a manos llenas, se protege a los parientes y amiguetes, se ponen en pie obras mediocres que ahuyentan al espectador y se entra en competencia abusiva con los empresarios que han hecho y hacen grande la escena de la capital de España. ¿Teatro público o privado?, se preguntan a veces los protagonistas de la escena. Teatro de iniciativa privada, inteligentemente auxiliado. Tele 5, primer canal español, gana más de 30.000 millones de pesetas al año. TVE, que ocupa el tercer lugar, pierde 100.000 millones. Es sólo un botón de muestra. La empresa pública cuesta un ojo de la cara. El bien común exige el estímulo de la iniciativa privada.

¿Tiene arreglo la situación? La tiene. Algunos clamorosos éxitos de varias comedias y no pocos musicales avalan la realidad espléndida de nuestro teatro y la inmensa afición que existe. Las cifras que he proporcionado para abrir este artículo son aleccionadoras e, incluso, espectaculares. Pero soy escéptico en cuanto a que se modifique la cutre política teatral que nos zarandea con sus fobias, sus filias, su sectarismo y sus exclusiones. Carmen Calvo, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón deberían tomar cartas directas en el asunto. Un sector que moviliza más espectadores y más dinero en taquilla que el fútbol tiene que zafarse de los complejos, la mediocridad y la limosna.

Empresarios, actores, actrices, directores, autores, uníos. Uníos para denunciar la política teatral hirsuta que padecemos, para exigir que se transforme, para colocar a la escena madrileña en el lugar que le corresponde, para que el milagro del teatro siga haciendo sentir y llorar y reír y pensar y emocionar al pueblo de Lope y Tirso, de Calderón y Zorrilla, de Valle y Lorca, de Buero Vallejo y los autores alternativos.

Zig Zag

O se está con la libertad de expresión o se está contra la libertad de expresión. Si se está con la libertad de expresión hay que hacerlo con todas sus consecuencias. Es el cimiento sobre el que reposa el entero edificio de la democracia pluralista. Prohibir una obra de Pepe Rubianes por sus declaraciones procaces contra la unidad de España atenta contra la libertad de expresión. Los que no estamos de acuerdo ni con el fondo ni con la forma de lo que ha dicho Rubianes, tenemos medios para replicarle. Aprovechar la intemperancia del escritor para prohibir una obra suya, por temor a perder votos, lesiona la libertad de expresión. Habría que preguntarse, por supuesto, si hay responsabilidad política en los rectores del Español, que es un teatro municipal, pagado con el dinero de todos los ciudadanos madrileños. Eso es otra cuestión. Pero Rubianes dentro de la ley, tiene derecho a decir lo que quiera sobre la unidad de España, sobre la independencia de Cataluña o sobre la sociedad de libre mercado. Tiene también derecho a estrenar lo que le venga en gana. Dentro de la ley, insisto.