Image: Integridad y coherencia de Ortega

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Primera palabra

Integridad y coherencia de Ortega

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

12 octubre, 2006 02:00

Luis María Anson

Es la primera inteligencia del siglo XX español y nuestro filósofo más universal. Su obra produce permanente asombro. Es, además, uno de los grandes escritores de la historia de la literatura española. La influencia de su pensamiento no decae y penetra todavía con fuerza en las nuevas generaciones. Emilio García Gómez, soleado de lorcas y machados, sabio de idiomas árabes medievales y otros benkuzmanes, me dijo un día, mientras paseábamos ante los budas de Bamiyán, en aquel Afganistán del rey Zahir y todas las nostalgias: "Nadie en la historia de España ha tenido tanta influencia sobre su época como Ortega y Gasset".

Estallada la guerra civil, desencadenados los odios y la sinrazón, asesinados por los milicianos líderes de izquierda como Melquíades álvarez y Rico Avello, Ortega y Gasset, igual que Gregorio Marañón, igual que Teófilo Hernando, igual que tantos otros, comprendió, advertido por el admirable Julián Besteiro, que si quería salvar la vida tenía que huir de la España republicana. El padre intelectual de la II República Española tomó así en agosto de 1936, tras mil peripecias, el camino del exilio. Zapatero debería molestarse en leer y estudiar lo que ocurrió en España en esas fechas para no equivocar la memoria histórica. La Transición por él fragilizada significó la superación de las atrocidades de ambos bandos, las del Gobierno de la República y las de la España nacional. Ortega, como Marañón, como Madariaga, estuvo contra unos y contra otros y se hubiera sentido dichoso en la Monarquía de todos propugnada por su gran amigo Don Juan de Borbón, que ha construído, sobre el espíritu de la Transición y tras devolver la soberanía nacional al pueblo, una España sin exclusiones.

Es falso que Ortega fuera un personaje taciturno, depresivo, económicamente inseguro e interesado. Por el contrario, era un hombre alegre, de infatigable sentido del humor, lleno siempre de curiosidad por todo, despreocupado de las cuestiones materiales.

Es falso que durante el franquismo cobrara su cátedra sin acudir a clase. Su actitud ética ante la vida se lo impedía. El 30 de noviembre de 1953, su hijo José le escribió una carta en la que le explicaba que, como no había cobrado sus honorarios de catedrático desde la guerra, le jubilarían con relación al último sueldo percibido, que, como fue en 1936, resultaría ridículo. Cayetano álvarez arregló el asunto, equiparando el sueldo nunca cobrado desde el 36 con el que le hubiera correspondido en 1953, pues aunque el filósofo no quería solicitar la pensión a la que tenía derecho, sus hijos le convencieron: "Tienes que hacerlo por mamá, pues en el futuro podría tener dificultades si tú faltas". Es un hecho, en fin, que desde agosto de 1936 la firma de Ortega no volvió a figurar ni directa ni indirectamente en el libro de registro del habilitado-pagador, acreditando que había retirado su sueldo.

Concluida la Guerra Mundial, Ortega regresó, en efecto, al "hosco y sofocante" ambiente de la España vencedora, tras un largo exilio en París, Buenos Aires y Lisboa, porque le dolía vivir sin su patria, porque aquí tenía a sus hijos y nietos y a una parte de su entorno intelectual. Su actitud permaneció invariable a favor de la libertad y en contra de todas las dictaduras, comunistas, fascistas o militares.

Es falso, en fin, que Ortega y Gasset se ofreciera como negro para escribir los discursos de Franco. Si inverosímil resulta semejante hipótesis más inverosímil es la afirmación de que las autoridades franquistas rechazaron el ofrecimiento. El dictador habría llegado al orgasmo intelectual si hubiera podido contar con Ortega.

Ejemplo de integridad y coherencia, el autor de La rebelión de las masas murió en 1955 como había vivido. Su hijo Miguel impidió que el P. Félix García consumara el paripé de una conversión del filósofo en el lecho de muerte. Recuerdo con detalle lo que ocurrió en esas fechas, en medio de una ávida ebullición intelectual, política y religiosa. Me entristece ahora pensar que no tuve ocasión de tratar a Ortega ni conversar con él. Siendo yo un adolescente, le saludé en el Jáuregui de Fuenterrabía. Me acerqué a él con otros compañeros como si fuera Dios uno y trino. Con el tiempo mantuve amistad con sus hijos: con José, que editó algunos de mis libros en la editorial Revista de Occidente, y con Miguel, que fue miembro del Consejo Privado de Juan III, porque los que dijeron: "Delenda est Monarchia" se aglutinaron en Estoril en torno al hijo de Alfonso XIII para proclamar: "La Monarquía debe ser reconstruida". En menor proporción, tuve relación con Soledad, a la que no veo desde hace años. Y me admira la moderación, el equilibrio, la sagacidad histórica y política de su hijo José Varela Ortega, digno nieto de su abuelo. Tuve la suerte de que su viuda Rosa me invitara a almorzar varias veces en su casa de Monte Esquinza y allí conocí la biblioteca, el despacho, el entorno del español más inteligente que ha producido el siglo XX español. Ortega y Gasset, he dicho en alguna ocasión, es el pensamiento, es la palabra, el verbo, que se hizo inteligencia y metáfora y habitó entre nosotros.