Image: Cultura para la ciudadanía

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Primera palabra

Cultura para la ciudadanía

por Luis María Ansón, de la Real Academia Española

7 diciembre, 2006 01:00

Durante varias décadas, tras la guerra civil, los escolares españoles padecieron una educación en la que se les formaba en el espíritu nacional. Profesores nombrados por la Falange se instalaban no sólo en la escuela pública sino también en los colegios privados e impartían una asignatura que era pura propaganda de la dictadura, de su caudillo y de los delirios del Movimiento Nacional. A los niños se les enseñaban los puntos de la Falange y el glorioso discurso de la Comedia pronunciado por el joven José Antonio pero no se les hablaba una palabra de Picasso, de Lorca o de Alberti. Para el dictador la cumbre de la poesía en lengua española era Bernardo López García y su poema ripioso Al 2 de mayo. El "Oigo, patria, tu aflicción", publicado por cierto en El eco del País, lo aprendían todos los escolares de memoria para mayor exaltación de la España triunfal de la victoria.

Aquella pesadilla se superó incluso antes de que falleciera el dictador y cayera sobre su embalsamado cuerpo una losa de tonelada y media. Parecía entonces que se había pasado página. ¿Quién nos iba a decir que el intento de adoctrinamiento se iba a reproducir en plena democracia? La asignatura "Educación para la Ciudadanía", por inteligente que resulte su texto, es una agresión a la cultura, un intento de adoctrinamiento político, un escarnio para la libertad.

La literatura, la ciencia, las matemáticas, las artes, la redacción, los idiomas, latín incluido, la historia de España y la universal, la geografía, la filosofía, deben integrar la educación de niños y adolescentes, como formación cultural para abordar después la especialidad universitaria que elijan. También la historia de las religiones. Tener una idea de lo que significan el hinduismo, el islamismo, el judaísmo o el paganismo grecolatino forma parte de la cultura general. No se puede disfrutar de los bienes culturales en un viaje a la India, a Persia o a la Grecia antigua sin conocer lo sustancial de la religión hindú, la significación del budismo, lo que dice el Corán o la leyenda dorada de los héroes y de los dioses olímpicos.

Dejemos aparte laicismos y catecismos. Ese es otro terreno, respetable y a debate. La formación cultural de niños y adolescentes españoles exige que conozcan, junto a las otras religiones, y de forma especial, el cristianismo. No se puede disfrutar de Lope, Quevedo o Cervantes sin formación religiosa cristiana. Discurrir por el museo del Prado, recorrer las calles de Praga, pasear por Londres o Viena, visitar Italia o Rusia, contemplar las maravillas religiosas de Lima o Quito, de México o San Juan, de Macao o Manila, sin una idea sustancial de la historia y la realidad cristianas es enanizar culturalmente a los ciudadanos.

Los españoles no necesitan que les adoctrine el actual Gobierno pasajero con las enseñanzas que quiere implantar, ejerciendo un totalitarismo intervencionista. Lo que precisan, incluso los ateos, los agnósticos, los laicos, es el conocimiento de las religiones para disfrutar, entre otros, de los bienes culturales que de ellas derivan.
Desde un planteamiento puramente racional, desde la Cultura con mayúsculas, habrá que oponerse a ese ridículo intento de resucitar lo que hizo la dictadura, con la asignatura absurda de "Educación para la Ciudadanía" y sustituirla de raíz por una historia de las religiones, objetiva e independiente. El bachillerato debe ser la educación para la Cultura, no para torpes objetivos políticos. Educación para la Cultura que sirva de base después para robustecer el alma mater de la nación, la especialización de la Universidad, la investigación y la continuidad de las ciencias. Nuestros niños y adolescentes tienen derecho a entender las rimas sacras de Lope, la poesía religiosa de Quevedo, las novelas ejemplares de Cervantes, el teatro de Calderón o de Tirso de Molina, la pintura espiritual de Velázquez o El Greco, deTiziano o Miguel ángel, la arquitectura de millares de templos y catedrales, desde la sencillez de la ermita románica a la tempestad de piedra de Gaudí.

Zig Zag

Catalina Luna de Tena me envía la última obra de Mingote, el autor de Hombre solo, uno de los diez grandes libros del siglo XX español. En la desolada sonrisa del pensamiento profundo, el genio del lápiz dejó pintados los muros todavía turbios de la España de Franco y dibujó las paredes jóvenes de la Transición, para hacerse ahora perplejidad en el patio de monipodio de la política zapateresca. Mingote me consultó un día en la Academia el título de su nuevo libro: Serán ceniza, más tendrá sentido. Me di cuenta entonces -Quevedo al fondo- del alcance de lo que quería hacer. Las viñetas del genio, la ternura para el largo paseo, la poesía para las apretadas manos, los largos días de Isabel y rosas, se convierten en este libro en pájaros de la muerte que aletean entre el humor y la melancolía y se "copian fugitivos volando a la región donde nada se olvida". Casi la mitad de las viñetas recopiladas por Mingote pertenecen a la época en que dirigía yo el "ABC" verdadero. Las he repasado con estremecimiento. El gran dibujante ha descompuesto la caravana interminable de los personajes muertos con el pensamiento ávido de su lápiz. El humorista dibuja la muerte en la oscura penumbra del más allá y, al contemplar luego la vida que le rodea, escribe cada vez más entristecido: "Tengo que esforzarme por no regalarle mi lápiz a un pobre y echarme a llorar".