Image: La resaca del Cervantes

Image: La resaca del Cervantes

Primera palabra

La resaca del Cervantes

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

14 diciembre, 2006 01:00

uis María Anson

Entre los escritores españoles que se merecen el Cervantes -Francisco Nieva, Juan Marsé, Caballero Bonald, Eduardo Mendoza, Ana María Matute, Carlos Bousoño, Luis Goytisolo, ángel González y otros- ocupaba lugar destacado Antonio Gamoneda. Poeta de ávidas calidades líricas, escritor instalado en la belleza de la serenidad absoluta, hombre humilde y solidario, el autor de Esta luz se merecía el Premio y no la trapisondería de su concesión.

En esta misma página denuncié, antes de la jugarreta, la farsa que después presenciamos. De los once miembros del Jurado, ocho los designa Zapatero a través de distintos organismos del Gobierno ¿Qué prestigio real puede tener un premio politizado al máximo, gubernamentalizado sin rubor? ¿Cómo se puede implicar a la Corona en la chapuza y la farsa? ¿Se merece el Rey la falta de rigor y seriedad en la concesión de un premio que él entrega? En la Navidad de 2004, el presidente Zapatero envió como obsequio a sus amigos y colaboradores una antología de Gamoneda. Hizo bien. Fue un detalle de sobriedad y buen gusto. Se ganó el elogio general. Yo le dediqué una canela fina. Me pareció estupendo que Zapatero en lugar del bolígrafo de turno enviara un libro.

Pudo el presidente, a continuación, modificar la forma de composición del Jurado. Parecería obligado que sus miembros accedan a él desde instituciones representativas. Pudo hacerlo y Antonio Gamoneda habría seguramente ganado pero sin el ludibrio de la trampa, la desfachatez y la gubernamentalización. Dentro de la satisfacción del premio, no se puede herir con más crueldad a un poeta sensible, no se puede hacer más daño ni someter a ridículo más clamoroso a un hombre que se ha ganado a lo largo de muchos años el respeto del mundo literario.

La república de las Letras vive la resaca del premio Cervantes entre el regocijo de unos y la ira de otros. En muchas de las numerosas tertulias literarias que se reúnen en pueblos y ciudades de España, los escritores se han tomado a risa el burdo procedimiento para designar a un poeta admirado y respetado como Gamoneda. En otras se ha manifestado la ira de novelistas, dramaturgos, poetas, intelectuales, por la tomadura de pelo de presentar el premio como máximo galardón de las Letras cuando ocho de los once miembros del Jurado los nombra Zapatero a dedo. ¿Se imagina alguien que el ochenta por ciento de los jurados del premio Nobel de Literatura fueran designados por el Gobierno sueco?

Todas las cosas tienen un límite. Y el premio Cervantes ha traspasado este año las fronteras de la desfachatez y lo ha hecho precisamente con un poeta admirable, merecedor de las más altas distinciones. Aunque sólo sea por la atención hispanoamericana que despierta el premio ha llegado la hora de que las instituciones representativas españolas, y entre ellas la Real Academia, exijan una modificación del procedimiento para formar el jurado. Tengo en alta estima a Carmen Calvo. También a Rogelio Blanco, que es hombre moderado y de considerable cultura. A ellos corresponde proponer al presidente del Gobierno la reforma necesaria para que el Cervantes se sacuda la gubernamentalización y se despolitice.

Me gustaría dedicar el año que viene un artículo a elogiar la rectificación que el sentido común y el prestigio literario están pidiendo a gritos mientras vivimos la agria resaca que ha dejado en el mundo de las Letras la intervención directa o indirecta de Rodríguez Zapatero en la concesión del Cervantes de este año.

Zigzag

Leí el I-Ching en China, en 1967, durante el exilio al que me sometió la dictadura de Franco. Lo he releído esta semana, asombrado por el trabajo científico que han realizado dos escritores especializados: Jordi Vilà y Albert Galvany. Espléndida edición de Atalanta, enriquecida por citas puntuales en ideogramas chinos para mayor rigor de los textos. Vilà y Galvany llaman al I-Ching, el Yijing. Hasta hace unos años las autoridades chinas aceptaban para la romanización de sus ideogramas el método Wade-Giles. Ahora han impuesto el "pinyin". En el Wade la romanización se hacía sobre la fonética francesa, próxima a la española. Desplazado el francés como idioma internacional, el "pinyin" romaniza fonéticamente en inglés. Mao Tse-tung ha pasado a ser Mao Ze-dong. Si leemos Ze-dong en español no nos comprendería nadie. Hay que leerlo en inglés para que nos entienda un chino. El I-Ching, en fin, o "libro de los cambios" tiene una parte de adivinación y esoterismo de escaso interés científico. La filosofía de vida que en el libro se desarrolla, sin embargo, es profunda e interesantísima. Y actual, porque las pasiones del hombre no han cambiado con los siglos. El libro incluye, además, el sosegado comentario de Wang Bi y su idea del orden universal. Vilà y Galvany han hecho un trabajo excepcional.