Image: Gloria cultural en Cuba

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Primera palabra

Gloria cultural en Cuba

Luis María Anson, de la Real Academia Española

4 enero, 2007 01:00

Luis María Anson

Algunos cabroncetes reaccionarios como Mario Vargas Llosa no quieren reconocer el esplendor cultural de la Cuba actual, perla y azúcar de las Antillas y faro que ilumina los caminos del mundo. Sólo el ejercicio real de una libertad bien entendida puede producir la explosión profunda de la cultura popular, que se manifiesta, robusta, en las artes y las letras, en la música y la ciencia, en la danza y la arquitectura. Incapaces de entender la honda significación de la obra realizada, hay gentes, como el delegado en mi época de la agencia Efe, que se quejaba hace unos años de que a su mujer le prohibieron en la academia de inglés el uso del método assimil. Pues claro: lo que pretendía la esposa de aquel delegado cuyo nombre recuerdo muy bien, no era libertad, sino libertinaje. Todo el mundo sabe que la mejor forma de aprender el idioma de Shakespeare es leer y estudiar la limpia edición inglesa del periódico Granma.

¿Puede haber mayor expresión de la gloria cultural de una nación que un discurso de seis horas de Fidel Castro, el invicto comandante? El arte de la oratoria, tan empequeñecido en las podridas democracias occidentales, se encarama a lo más excelso en los discursos castristas. Que no se estrene una obra de teatro si no canta las alabanzas del régimen de libertad de la Cuba actual; que no se publique un periódico si no es dócil al plantea- miento castrista; que no se produzca una película sin que los comités revolucionarios garanticen su calidad; que se embride el ballet, porque hay muchos bailarines y bailarinas que, tras el esfuerzo de educarlos, luego se largan, los muy cafres, a enfangarse en la degradación cultural de los Estados Unidos y la Europa comunitaria; que no se inaugure una exposición de pintura si los cuadros resultan ininteligibles para el ciudadano medio; que no se edite un libro sin el natural control que garantice el servicio de la obra al bien común del pueblo, todo eso no es censura ni violación de derechos humanos ni otras zarandajas, sino el producto de una sabia política cultural en favor de la ciudadanía. La llamada libertad occidental es una camelancia al servicio del capitalismo opresor.

Una mañana, en La Habana, llamé a Nicolás Guillén -Sóngoro cosongo, el son entero- que colaboró luego conmigo durante muchos años en ABC, y le dije: "¿Te parece que para nuestro almuerzo de hoy en La bodeguita de en medio quedemos a la una en la catedral, que está a un paso?" "No", me respondió con cierta sequedad. "Oye, no pretendo que vayas a misa, es sólo como punto de referencia". "No, me insistió, si me ven en la catedral me quitan mi puesto de trabajo". Tiene razón el comandante Castro ¿Cómo se puede tolerar que un escritor representante de la cultura cubana se pasee por un templo católico, símbolo del opio del pueblo, síntesis de la superstición y el oprobio, causa secular de la infelicidad de los ciudadanos? La política cultural cubana ha hecho realidad el discurso moderado y ecuánime del primer Lerroux, el emperador del Paralelo barcelonés: "Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura. Destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la Historia. Penetrad en los registros de propiedad y haced hogueras con sus papeles. No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares, destruid la Iglesia, luchad, matad".

En estas moderadas palabras se encuadran los aciertos culturales de la Cuba actual. Los cicateros, los reaccionarios, los fascistas, no reconocerán la realidad innegable, pero el tiempo pondrá a cada uno en su sitio y la Humanidad recordará por los siglos de los siglos el esplendor de una cultura en libertad que, desde hace cincuenta años, mantiene fascinados a los verdaderos progresistas del mundo mundial. Y todo a la mayor gloria de Fidel Castro.

Zigzag

En trabajo profesional he recorrido 128 países. Esa experiencia me ha permitido intentar la objetividad de juicio sobre los grandes problemas mundiales. Como escribió Toynbee, analizar el mundo desde Occidente conduce inevitablemente al error. Doce años al frente de la UNESCO han convertido a Federico Mayor Zaragoza en el español que mejor conoce los problemas generales de nuestro planeta, tanto desde el punto de vista científico como humanista. Mario Soares es la moderación, el sosiego, el equilibrio en la política portuguesa y europea. La amistad que siempre mantuvo con Don Juan de Borbón enriqueció a ambos. Ahora, Federico Mayor y Mario Soares han publicado un libro -Diálogo ibérico en el marco europeo y mundial- que es un compendio de sabiduría y sentido de la realidad. La conversación entre ambos resulta clarificadora en el análisis de los problemas y en los cauces para solucionarlos.

Un gran libro, en fin, imprescindible para el entendimiento cabal de la política y la cultura, globalizadas ya en el mundo desoladamente injusto que vivimos.