Image: El descubrimiento del año

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Primera palabra

El descubrimiento del año

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

11 enero, 2007 01:00

Luis María Anson

Una de las actitudes más tórpidas que conozco es la que denunció Machado, tan habitual en muchos de nuestros intelectuales: despreciar lo que se ignora. Hoy más que nunca, la ciencia forma parte de la cultura general. La física cuántica, la revolución relativista de Einstein, la biología molecular, el ADN o el genoma humano deben situarse en la formación del hombre culto contemporáneo al nivel de la música de Stravinski, la pintura de Picasso, la arquitectura de Frank Lloyd Wright, la filosofía de Sartre o la literatura de Tennessee Williams.

Entre los grandes descubrimientos del año 2006, la revista Science otorga el primer lugar a la solución del teorema de Poincaré. El matemático Perelman ha convertido una conjetura planteada hace un siglo en un teorema indiscutido. La comunidad matemática ha aceptado ya la demostración de Perelman. Poincaré sugirió que "en cuatro dimensiones, cualquier espacio que no tuviera agujeros sería equivalente a una esfera". Perelman ha demostrado, desde su profunda sabiduría matemática, lo que enunció Poincaré. La aplicación que en muy diversas áreas científicas, sobre todo en topología, tendrá el trabajo de Perelman le han colocado a la cabeza del año científico.

Dediqué en su día varios artículos al célebre teorema de Fermat, que mantuvo del revés a la ciencia durante varios siglos. Pierre de Fermat dejó planteado en 1637, escrito en el margen de un libro de Diofanto, un célebre teorema que no desarrolló. 358 años después, Andrew Wiles conmocionó al mundo científico dando solución al teorema, en el que se habían estrellado sabios eminentes a lo largo de los siglos. No sólo en la ciencia ocurren estas cosas. La comunidad literaria, por ejemplo, persiguió durante 400 años una coma en un verso de San Juan - "matando muerte en vida le has trocado"- en Llama de amor viva hasta que Víctor García de la Concha resolvió de forma incuestionable el problema en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, que hoy dirige con éxito innegable.

Su compañero de Academia, José Manuel Sánchez Ron, publicó en 2005, auxiliado por Javier Ordóñez y Víctor Navarro, una Historia de la Ciencia que yo leí con más interés que si se tratara de una novela de trama erizante, al modo de Pérez Reverte en Corsarios de Levante, su último libro de escritura transparente. La aventura de la ciencia, como ha escrito Chomsky, es la de la propia Humanidad. Chomsky fue introducido en España por Rodríguez Adrados y recientemente ha dicho y desarrollado esta verdad acongojante: "Las empresas estadounidenses en el extranjero constituyen, en conjunto, la tercera economía mundial".

"Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana". Esta idea, atribuida a Einstein, le permitió, tal vez, cuando aún no había cumplido los 30 años, publicar en la revista Annales de Physik, su investigación Sobre la dinámica de los cuerpos en movimiento, que contenía la célebre fórmula E=mc², estableciendo la equivalencia entre la masa y la energía, fórmula sobre la que ha girado la ciencia del siglo XX, aunque sea hoy rechazada en algunos aspectos por la comunidad científica. Einstein, por cierto, era creyente y encontraba a Dios detrás de cada una de las puertas que la ciencia lograba abrir.

Resulta absurdo encasillar a los científicos en un mundo aparte de la realidad y al margen de la espiritualidad. Cuando el hombre coronó la aventura de pisar la Luna, el científico sobre el que recayó el éxito, Wernher von Braun, dijo: "Hemos conseguido esta hazaña porque hubo un humanismo greco-latino". Y tenía razón. El homenaje del gran científico al mundo de las Letras impresionó a todos. Sin Homero, sin Esquilo, sin Ovidio, sin Virgilio, sin Séneca, sin aquellos que establecieron el respeto a la inteligencia, al derecho, al estudio, a la investigación, no se habría producido el desarrollo que desembocó en la proeza científica de conquistar la Luna.

Zigzag

A Octavio Paz le desconcertaba el movimiento poético infrarrealista. Pero no lo despreciaba. En un café de la calle Bucarelli de la capital mexicana se reunían Mario Santiago Papasquiaro y el escritor chileno Roberto Bolaño para conspirar, desde la última vanguardia, contra todo lo aceptado y triunfante en la poesía mexicana. Sólo las minorías intelectuales entendieron el alcance de la rebelión literaria de los infrarrealistas. He leído Los perros románticos y soy generoso al calificar los poemas de Bolaño de endebles. Sin embargo, el escritor chileno es un novelista erizante y provocador. Los detectives salvajes puede instalarse entre las mejores novelas de los últimos veinte años. Ulises Lima es un personaje que fascina. Bolaño domina también el relato corto. Y algunos cuentos de Putas asesinas son excelentes. Me alegro del reconocimiento que la crítica más exigente dedica ya a la obra de Bolaño. Fue un hombre libre y escribió siempre desde la independencia. Es el novelista de la honradez desesperada.