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Primera palabra

En vanguardia

Luis María Anson, de la Real Academia Española

18 enero, 2007 01:00

Luis María Anson

Tenemos científicos audaces, músicos provocadores, pintores in púribus, ardientes escultores, desolados poetas, novelistas en agraz, dramaturgos alternativos, arquitectos de cristal y acero, y hasta algún intelectual mortal y rosa. No cito nombres para no ofender a los que quedarían silenciados. Pero la cultura española está en vanguardia. Se acelera por las venas y las sangres del cuerpo cada vez más joven de la nación. Sin embargo, nuestra presencia internacional decae. Hace sólo unos años, Picasso, Miró, Dalí, Gris, Chillida, Gaudí, Ochoa, Ramón y Cajal, Alberti, Lorca o Juan Ramón figuraban en las listas más acreditadas de los mejores artistas y científicos vivos. Hoy, salvo excepciones como Plácido Domingo o Santiago Calatrava, carecemos de nombres universales en el mundo de la cultura.

Es el producto lógico de una deleznable política cultural. Desde Suárez hasta Aznar, pasando por González, los ministros y ministras de Cultura se han dedicado al partidismo político, a la exclusión, al nepotismo, a la protección de paniaguados y amiguetes. Y así nos luce el pelo. España es antes que nada una potencia cultural, integrada por el idioma y otras circunstancias en el conjunto de Iberoamérica. Pero llevamos muchos años malbaratando nuestro mejor capital. Y si el Gobierno de la nación no ha sabido impulsar una política cultural eficaz, las Administraciones regionales y municipales, salvo alguna excepción, han participado en el desastre con gestiones que no han sabido salir de las capillitas y los campanarios.

Mientras Stephen Hawking, con el que mantuve una conversación inolvidable para mí en Oviedo, cuestiona el universo infinito de Einstein y se dispone a viajar en su silla de ruedas como turista espacial; mientras se resuelve el teorema de Poincaré y el telescopio Hubble permite elaborar el primer mapa de la materia oscura del universo; mientras la Feria de Frieze explota de avidez artística y consigue que Londres se adueñe del arte contemporáneo, con un respeto a Nueva York; mientras el teatro de vanguardia palpita en los garajes neoyorkinos y se orgasma en los sótanos londinenses; mientras los jóvenes músicos germanos se cachondean ya del dodecafonismo y el atonalismo y ensayan nuevos sonidos electrizantes; mientras todo esto ocurre, aquí seguimos anclados en la cultura decadente, el arte deshilachado, la música de pandereta.

En lugar de mirar la cultura con ojos culturales, la España oficial la contempla estúpidamente con ojos politizados y, claro, la corrompe y jibariza. Sólo algunas instituciones privadas admirables se han acercado con rigor a los nuevos horizontes culturales, a los jóvenes caminos de la imaginación y la creación renovada. El esfuerzo de nuestros científicos, artistas y escritores no encuentra otros cauces que los privados. Nuestros jóvenes forcejean para zafarse de la contumaz y tórpida politización de la cultura española. El premio Cervantes puede servir de botón de muestra de lo que no hay que hacer.

El Instituto de Ciencias Fotónicas de Barcelona, que dirige de forma maestra Lluis Torner, ha colaborado en los experimentos de la teleportación entre luz y materia. Se trata de la teleportación cuántica, el traspaso de propiedades físicas, como el color o la materia, entre elementos distantes entre sí. Ni la ciencia ficción hubiera imaginado una cosa así. Ese es el camino a seguir porque podemos y debemos instalarnos en la vanguardia de la ciencia, como estamos obligados a permanecer en las fronteras últimas del arte y las letras. Hombres como Santiago Grisolía, por ejemplo, han conseguido reunir en su entorno y en su admirable cita valenciana de todos los años a los principales sabios del mundo.

Habrá que exigir, en fin, desde los medios de comunicación, pues esa es nuestra responsabilidad, que el dinero aportado por todos a través de los impuestos se dedique al estímulo de la excelencia en la literatura, en las artes, la música o la ciencia, en lugar de premiar a paniaguados, de subvencionar bodrios, de recrear procacidades, de impulsar la radiante mediocridad que nos envuelve y enaniza.

Zig Zag

No está en los circuitos intelectuales. No es rojo. Ni siquiera es maricón. Pero tiene talento. Y sobrenada siempre las aguas de todos los naufragios. Pedro Ruiz hizo el mejor programa de entrevistas de la historia de la televisión española. Le apartaron de él por su independencia. Ha regresado con la inteligencia como escudo y como lanza. Fui a verle al Reina Victoria. Algunas ordinarieces aparte, algún histrionismo sobreactuado, alguna irreverencia innecesaria, el espectáculo es un derroche de ingenio, de capacidad interpretativa, de humor erizante, de estímulo para la reflexión y el pensamiento. Un sobresaliente para Pedro Ruiz. Es un hombre que pasa la batería y que desbarata a sus detractores con el éxito permanente desde hace muchos años en el teatro y en el periodismo. Pedro Ruiz es provocador, insumiso, agresivo, insolente, iconoclasta, un maestro sobre la escena, un prodigio de inteligencia y avidez, de humor y mordacidad.