Image: Ciencia y Poder

Image: Ciencia y Poder

Primera palabra

Ciencia y Poder

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

15 febrero, 2007 01:00

Luis María Anson

Cada vez leo más libros de ciencia o sobre la ciencia. Me interesan vivamente. Hace cien años las gentes de la cultura tenían relegada la ciencia en el desván de los saberes especializados. Las cosas han cambiado. Hoy forma parte de la cultura general el conocimiento de la revolución relativista de Einstein, la biología molecular, la física cuántica, los agujeros negros, el ADN o el genoma humano.

En 1993, y tras largas conversaciones con ángel Martín Municio, decidí, de acuerdo con Blanca Berasátegui, incorporar a El Cultural, la Ciencia como cuarta pata de la gran mesa de la cultura, junto a la Literatura, las Bellas Artes y la Música. Pedro García Barreno y José Manuel Sánchez Ron, académicos de la Española, hoy, se incorporaron entonces a la aventura.

En el verano de 2005 leí La Historia de la Ciencia de Sánchez Ron, con colaboración de Javier Ordóñez y Víctor Navarro. Me divertí como con una novela de Pérez Reverte. Ahora Sánchez Ron publica una nueva edición de El poder de la ciencia. He dedicado el pasado fin de semana a leer las mil páginas de este libro que sitúa a Sánchez Ron, por la calidad de la escritura y la agudeza del análisis histórico, en un lugar privilegiado de la intelectualidad española. Esta segunda edición corrige, aumenta y mejora sustancialmente la primera. El autor admira a Napoleón por su inteligencia al dedicar a la ciencia atención preferente. El imperio napoleónico no fue sólo militar. El emperador construyó también un imperio de las ciencias con libros anticipadores como el Essai philophique sus les probabilités, donde Laplace intuye a Einstein: "... podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos". Y concluye, estamos en 1814: "La curva descrita por una simple molécula de aire o de vapor está determinada de una forma tan exacta como las órbitas de los planetas. Entre ellas no hay más diferencia que la derivada de nuestra ignorancia".

Estudia Sánchez Ron la institucionalización de la ciencia en Alemania y Gran Bretaña -España en Babia- y dedica, rendido de admiración, páginas maestras a Darwin con su visita a las Galápagos que yo recorrí, por cierto, en la época que presidía la agencia Efe. Darwin estuvo en España, cosa que yo no sabía. Sánchez Ron se refiere con precisión a la visita.

El autor estudia también la medicina como ciencia experimental en el siglo XIX y hace una concesión a nuestro tiempo al analizar a las mujeres y la profesión científica. Margarita Salas es hoy en España un ejemplo admirable de sencillez, sabiduría y prudencia. Se rinde también Sánchez Ron ante Einstein al que dedica páginas admirables y estudia con crudeza cómo los políticos totalitarios o democráticos movilizaron a los científicos para que trabajaran en favor de las dos Guerras Mundiales, con resultados a veces pavorosos. Cree Sánchez Ron que durante la II Guerra Mundial y durante la guerra fría se produjo una auténtica militarización de la ciencia. Nada más lógico. El poder de la ciencia no podía desembridarse del poder político. Ciencia y poder ha sido la ecuación que no quisieron despejar Hitler o Stalin, pero tampoco Churchill o Eisenhower.

La revolución del ADN y la reflexión sobre los agujeros en la capa de ozono cierran este gran libro inteligente de Sánchez Ron. No me resisto a mortificarle un poco, citando, para terminar, una frase, que comparto, de su admirado Einstein: "El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir". l

Zigzag

He leído y he visto el libro Calatrava, de Philip Jodidio. ¡Qué prodigioso arquitecto! Herrera, Gaudí, Calatrava, los tres grandes españoles. Herrera fue la belleza de la serenidad absoluta; Gaudí, la curva del espíritu en busca de Dios; Calatrava, la música petrificada de la que habló Goethe, la música congelada del pensamiento de Schopenhauer. Sumo pontífice, sumo hacedor de puentes, escultor de las formas sobre el cielo, ebullición de la arquitectura de vanguardia, Calatrava ha transformado la geografía urbana de Nueva York con la catedral neogótica de San Juan; la de Toronto, con la plaza del Heritage; la de Lisboa, con la intermodeal; la de Valencia, con el fulgor de la Ciudad de las Ciencias. Calatrava crea un arte nuevo al fusionar arquitectura y escultura. La fachada del Palacio de las Artes de la capital valenciana es un prodigio que sitúa al arquitecto español entre la docena -pintores, escultores, músicos, arquitectos- de grandes genios de la expresión artística actual. Calatrava derrotó a Norman Foster en Berlín y el desarrollo de su obra desborda a Adolf Loos y su Ornament und Verbrechen; a Le Corbusier y Ozenfat; a Gropius y Frank Lloyd Wright; a Miró y Arp; y a Stravinsky, que en la Sinfonía en Do se alineó con el funcionalismo artístico, con el abandono, también en música, de la ornamentación. Alguna vez he viajado solamente para ver la obra de Calatrava. Volé hace poco a Tenerife y me quedé atónito ante el Auditorio, cuya musculatura arquitectónica supera al gran Jorn Utzon, con su enjambre de velas desplegadas para hilvanar el teatro de ópera sobre la bahía de Sydney.