Image: El león en invierno

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Primera palabra

El león en invierno

Juan Carlos Pérez de la Fuente sube al escenario del Centro Cultural de la Villa 'El león en invierno', la obra teatral de James Goldman escrita en 1966

3 mayo, 2007 02:00

El dictador Franco jugaba con sus sucesores como el prestidigitador con sus bolas malabares. Los mantenía en el aire para garantizar la incertidumbre de todos y la tranquilidad personal de su vitalicia magistratura. Don Juan, Don Juan Carlos, don Alfonso de Borbón-Dampierre, don Hugo Carlos, figuraban en el juego dictatorial al que se entregaba el caudillo sobre su finca particular que eso es lo que España era para él . Muchos sabíamos que Franco distinguía a Don Juan con un histérico odio africano y que, al final, el elegido sería Don Juan Carlos. Aún así se crearon facciones muy definidas: Girón y sus falangistas apostaban por la Regencia; la Secretaría General del Movimiento, arropada por Emilio Romero y el diario Pueblo, se entusiasmaban con Alfonso de Borbón-Dampierre; los tecnócratas apoyaban a Don Juan Carlos; y los demócratas de dentro y de fuera de España respaldaban la política de Don Juan, quien, desde su exilio en Estoril, defendía tenazmente la Monarquía de todos y la devolución al pueblo español de la soberanía nacional, secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor.

El estreno de El león en invierno se consideró oportunista, lo cual no es cierto porque se trata de una comedia excepcional, un clásico del siglo XX. Los españoles de entonces la vieron a través de la película interpretada ácidamente por Peter O’Toole y Katherine Hepburn. María Asquerino hizo, por cierto, una espléndida Leonor de Aquitania, ya en teatro, muchos años después. Pero la especulación sobre la sucesión que zarandea la obra se prestó a los más diversos comentarios y a algunas pintorescas interpretaciones. Lo recuerdo muy bien. La sucesión de Enrique II de Inglaterra, reunido en el castillo de Chinon con su mujer cautiva Leonor y su amante impertinente Alix para decidir entre sus tres hijos, Ricardo Corazón de León, Godofredo de Bretaña y Juan Sin Tierra, era una historia del siglo XII, que cobraba actualidad acuciante en la España entristecida y turbia de la dictadura. El gran teatro es el espejo que se coloca delante de la sociedad y James Goldman, sin pretenderlo, planteaba también la incógnita de la sucesión a Franco. La ambición de poder preside la obra. Esa es la clave. Enrique II, como el dictador español, se consideraba Dios uno y trino.

Juan Carlos Pérez de la Fuente ha desplegado sobre el escenario del Centro Cultural de la Villa toda su sabiduría teatral para dotar de dignidad y altura a la obra del autor anglosajón, nacido en Chicago. Lo ha conseguido. Escenografía, vestuario y efectos escénicos resultaron magníficos. La interpretación desigual. Excelente Manolo Tejada; en su sitio, Alicia Sánchez y sobresaliente Celia Freijeiro en su difícil papel de la princesa Alix. La verdad es que ella interpreta la escena más destacada de la obra. La crítica especializada ha señalado a Celia Freijeiro como la mejor actriz joven del teatro español. En El león en invierno demuestra efectivamente, como en El color de agosto, una calidad interpretativa que le abre los mejores horizontes de futuro. Los cuatro actores con los que se completa el reparto estuvieron desiguales. Hubo de todo.

Hay que aplaudir el esfuerzo de Juan Carlos Pérez de la Fuente por llevar a la escena obras de calidad, en un tiempo en el que predomina el mamporrero teatral. Una parte no desdeñable de nuestros directores antepone el éxito económico a cualquier otra consideración. Pérez de la Fuente, no. Su preferencia es cultural e intelectual. Francisco Nieva, Calderón, Max Aub, Dörrenmatt, Arthur Miller, Arrabal, Sastre, han desfilado últimamente por las manos enamoradas de Pérez de la Fuente, ajeno tanto a las concesiones comerciales como a ciertas piruetas de vanguardia. Los aficionados al teatro, al buen teatro, agradecen esfuerzos como El león en invierno, o como El mágico prodigioso, o como ¿Dónde estás Ulalume, dónde estás?, llevados adelante con mucho riesgo por un director que vive, inquieto y ávido, sobre el filo de la navaja de la expresión teatral. No se arrepentirá el amante del buen teatro que decida asistir al magnífico espectáculo que se representa en el Centro Cultural de la Villa.

Zigzag

Cristóbal Halffter es uno de los nombres clave de la música española actual. Compone sobre las fronteras de la última vanguardia. Ha cosechado éxitos internacionales de envergadura y puso en pie una ópera, Don Quijote, que me hizo pasar una tarde inolvidable en su estreno en el Teatro Real de Madrid. He leído con interés su libro Música-Poesía, con prólogo bellísimo de Luis Antonio de Villena. Al estudiar las culturas de la Negritud, sobre las que publiqué en 1968 un libro extenso, aprendí yo en Léopold Sédar Senghor -Chants d’Ombre- que “la poesía llega a su completa expresión cuando se convierte en canto: en palabra y en música simultáneamente. Ya es tiempo de detener la decadencia poética del mundo moderno. La poesía debe reencontrar sus orígenes, debe volver a los tiempos en que fue cantada y bailada. Como en Grecia, en Israel y sobre todo en el Egipto de los faraones. Y como todavía hoy en el áfrica negra”. Halffter, que recuerda su Elegías a la muerte de tres poetas, flota, en sus reflexiones acerca de la música y la poesía, sobre Bach y Beethoven, sobre Debussy y Mahler, si bien relega un poco a Wagner, aunque le cita. Un ensayo, en fin, lúcido y transparente, sobre dos expresiones artísticas que caminan de la mano a lo largo de la historia cultural de la Humanidad.