Image: La farsa del premio Lara de novela

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Primera palabra

La farsa del premio Lara de novela

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

10 mayo, 2007 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

El fundador de Planeta, José Manuel Lara, me escribió en 1996 una carta que conservo, proponiéndome que aceptara ser presidente del jurado del premio Fernando Lara de novela. Con este galardón quería el editor rendir homenaje a su hijo queridísimo, Fernando, muerto prematuramente en agosto de 1995 en un absurdo accidente de tráfico. Además, pretendía dar protagonismo a su Sevilla del alma al lado de Barcelona, donde se celebraba y celebra la cena de elección y entrega del Premio Planeta.
La verdad es que lo pensé mucho. Al fin decidí aceptar el ofrecimiento no solo por mi amistad con Fernando, sino porque estaba y estoy a favor de los premio literarios, sonajeros que el escritor agita durante unas semanas y que promocionan a los autores y estimulan a los lectores.

Sabía de sobra, al aceptar el encargo, que el premio Lara sería una farsa, igual que el Planeta. Cuando un editor se juega decenas de millones de pesetas en una novela quiere, como es natural, que ésta sea, antes que nada, comercial. Así es que los comités de lectura de la editorial criban los originales, a veces varios centenares, para seleccionar a los "finalistas". Además, después de relecturas y análisis, proponen la novela (encargada en ocasiones a un autor de éxito) que, por sus características, puede encaramarse sobre una venta masiva. El jurado, o al menos sus principales miembros, son informados discretamente de lo que conviene a la editorial y actúan en consecuencia. Comprendo muy bien que Juan Marsé, que escribe hoy el mejor castellano de nuestra literatura y al que he propuesto varias veces para el Príncipe de Asturias de las Letras, decidiera retirarse del jurado del Planeta, cuando se enteró de cómo se cocinaban las cosas.

Yo conocía bien en qué fogones me metía. Sabía, pues, lo que estaba haciendo cuando acepté la presidencia del jurado del premio Lara. Decidí participar en la farsa porque, a mi manera de ver, por encima del paripé y el engaño, resulta positivo el premio como estímulo y propaganda de los autores y de sus obras. No me he arrepentido nunca de esa decisión. Las novelas premiadas con el Lara, por otra parte, han sido siempre dignas, algunas excelentes y una excepcional: Clara y la penumbra, de José Carlos Somoza. El balance de la farsa ha resultado, en mi opinión, positivo y si las circunstancias empresariales de la editorial fueran distintas volvería a participar en el jurado.

Me retiré de su presidencia, cuando la compra del diario "Avui" por parte del hijo del fundador de la editorial me creó un grave problema de coherencia ideológica. Yo presidía el Consejo Editorial del Grupo y empecé a desayunarme, mañana tras mañana, con un diario serio y excelente como "Avui" que, en el ejercicio de su libertad de expresión, proponía la independencia de Cataluña, y otro, "La Razón", por mí fundado, que defendía la unidad de España. Así es que en su día, como saben los lectores de El Cultural, dirigí una carta al hijo del fundador de Planeta dimitiendo de todos los cargos que tenía en el Grupo, entre ellos la presidencia de "La Razón" y la del premio.

Y vamos a la jornada de hoy. Si no se producen circunstancias imprevisibles, en la gran cena sevillana del premio Fernando Lara, entre el fulgor de los alcázares y el esplendor de las piedras viejas, estará sentado el novelista premiado. él sabe que le van a premiar. El jurado sabe que va ser premiado. Una buena parte de los asistentes saben, según se producen las votaciones eliminatorias, que hay un tapado. Y todos participan en la gran farsa como hice yo durante diez años. Con beneficio, insisto, para la literatura española, para los novelistas que escriben en nuestro idioma y para el estímulo de la lectura. Todo ello al margen de la tristeza por las obras no comerciales pero de calidad que se quedan en las cunetas, de muchas ilusiones deshabitadas, de tantas esperanzas muertas.

Zigzag

Sigo a Sofía Gandarias desde que dio sus primeras pinceladas. Siempre fue una llaga en carne viva. Siente antes que nada el dolor de los desfavorecidos. Su pintura es un espejo oscuro colocado delante del mundo sombrío del llanto y la miseria. Me asombra que su última exposición en Roma, New York 9/11, haya pasado desapercibida en España. Y me asombra porque a la muestra, ay ese cuadro estremecido "El grito de América", le han dedicado elogios extensos José Saramago, Roa Bastos, Carlos Fuentes, Yehudi Menuhin, Simone Veil, Marc Agi, Kosme de Barañano, Edward Malefakis y Sami Naïr, entre otros muchos. Sofía Gandarias pinta la carne humana a jirones, la muerte deshabitada, la melancolía de la vida, la fraternidad activa, el horror de la desmemoria y del desamor, la "palidez y los humanos fulgores" de los que habla Saramago. Roa Bastos destacó en su paleta la indagación ontológica y existencial. Sofía Gandarias, en fin, levantó un día sus pinceles al cielo, "y del cielo llovía sangre".