Image: La selva de los libros

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Primera palabra

La selva de los libros

Luis María Anson, de la Real Academia Española

24 mayo, 2007 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

Pues no. Ni el fulgor de internet será capaz de oscurecer la realidad del libro tal y como lo entendemos desde que en el siglo XV Gutenberg acunó la imprenta. Pueden cambiar, y han cambiado considerablemente, los procedimientos de impresión, las fórmulas de adquisición, el sistema de las librerías. Pero el libro, objeto que se maneja con las manos y que permite leer en cualquier postura, el libro que se toca, se palpa, se siente, se estimula, ese va a permanecer. En los últimos 2.500 años nada ha podido con el teatro. Apenas hay diferencia entre lo que vemos ahora en una sala alternativa y lo que contemplaron los griegos cuando se extasiaban con Eurípides. Dentro de ochocientos años, hombres y mujeres leerán los libros como ahora. Apenas se habrán producido diferencias.

Leer un libro en pantalla constituye un martirio chino y un calvario para los ojos. Extraerlo de la impresora significa retornar, por otro procedimiento, a la fórmula del libro convencional. Otra cosa es que la educación audiovisual que nos anega, sustraiga de la lectura de libros a algunas gentes que en ella estarían si no existieran los nuevos medios de comunicación. Aun así, la realidad es que la incidencia audiovisual resulta escasa. El hombre inteligente, al que le gusta reflexionar, lee. Lee periódicos impresos y lee libros. La lectura se convierte para él en una exigencia o en un placer. "En España se lee poco", he aquí un lugar común bastante idiota. No digo yo que no haya algún nuevo rico que adquiera libros por metros lineales para decorar su salón o su mueble biblioteca. Pero se trata de casos aislados. La gente compra los libros para leerlos o para consultarlos. España se encuentra entre las cinco primeras naciones del mundo por número de títulos editados: alrededor de 70.000 cada año, con cerca de 300 millones de ejemplares vendidos, 7 por cada español, incluidos en esta estadística los bebés, los invidentes y los ancianos impedidos. "Nollum esse librum tam malum, ut non aliqua parte prodesset", escribió Plinio. El Sansón Carrasco de Cervantes lo resume así: "No hay libro tan malo que no tenga algo de bueno". La verdad es que no estoy de acuerdo con esa afirmación. He leído muchos libros sin nada bueno. Y como no tengo hoy el día cabrón, y soy piadoso por naturaleza, no citaré algunos libros espantosos de reciente lectura. Bueno, pues a pesar de tanto bodrio como se edita, estoy de acuerdo con Gracián: "No hay lisonja como un libro nuevo cada día".

La Feria del Libro, en fin, demuestra año tras año la pujanza de nuestra industria editorial. Aparte de la competencia pueril de esas colas que miden algunos escritores durante la firma de sus obras, está la realidad esplendorosa de los varios millones de madrileños que visitan la gran muestra, muchos de los cuales adquieren los títulos preferidos. Los espacios dedicados a los libros en los grandes almacenes y la vida decorosa de las más varias librerías son sustento y antecedente de la pujanza anual de la Feria del Libro. La cifras cantan y lo hacen con regocijo. Números redondos, la Feria alberga 400 casetas, los visitantes se encaramarán por encima de los 3.000.000 y las ventas superarán los 10.000.000 de euros, es decir, se aproximarán a los dos mil millones de pesetas. Las encuestas más cualificadas, por otra parte, certifican que el 50 % de los españoles tiene el hábito de leer en mayor o menor medida.

Arrojemos pues, por la borda, los complejos y las pusilanimidades. Vivimos la apoteosis del libro que compite airosamente con la televisión, con el cine, con internet. Se mantienen firmes los índices de lectura y cada año se edita más y mejor. La Feria será en este mayo radiante, una vez más, faro de la cultura, explosión intelectual, manantial del pensamiento, recreo para todos, aunque la lluvia tal vez nos empape y las multitudes nos agobien mientras deambulamos sin fatiga por la selva del libro entre las arboledas del Retiro.

Zigzag

Salvador de Madariaga me llamó por teléfono y me dijo: "Ni a mi peor enemigo, y Franco lo es, le desearía yo una agonía tan atroz". Pensé entonces que el gran intelectual se sentía tocado por la piedad. Dirigía yo en aquel noviembre de 1975 la revista Blanco y Negro, creía tener una información excelente y me pareció exagerado lo que dijo mi interlocutor. Estaba equivocado. Me he dado cuenta ahora, al leer con retraso el libro El paciente de El Pardo de José Luis Palma Gómez, uno de los médicos que atendieron al dictador en las últimas semanas de su vida, que Madariaga tenía razón. ¡Qué atrocidad! Con grave acento de verdad, el doctor Palma cuenta minuciosamente todo lo que ocurrió desde el Consejo de Ministros de octubre hasta que el dictador pronunció sus últimas palabras, así como la agonía espeluznante de los días finales. Se trata de un libro sobrecogedor, muy bien escrito, con una literatura transparente y eficaz. "¿Por qué se prolongó a Franco la vida de aquella manera -escribe Victoria Prego en el prólogo- por qué no se le evitaron aquellos horribles sufrimientos a pesar de que se sabía que no era posible devolverle la vida?". Yo podría contestar a esos interrogantes. Y lo haré en un libro que dará continuidad a mi Don Juan. El doctor Palma, por cierto, afirma que las fotografías truculentas que se hicieron del dictador agonizante, y que más tarde se publicaron, las tomó su yerno. El testimonio de este médico y excelente escritor resulta imprescindible, en todo caso, para entender cabalmente lo que aconteció aquellos días de la gran zozobra.