Image: Las culturas del vestido

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Primera palabra

Las culturas del vestido

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

7 junio, 2007 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

En los años cuarenta del siglo XX, era frecuente encontrar en el portón de los templos, durante el tedio de la España franquista, este cartel: "Prohibido entrar en la Iglesia con manga corta o sin medias". Por aquella época la censura pintaba camisetas sobre los torsos de boxeadores y nadadores en las fotografías que los periódicos, con carácter obligatorio, enviaban de forma previa al ministerio correspondiente. Era indecoroso en aquella España de la dictadura el pecho desnudo de un boxeador en pleno combate o de un nadador al salir de una prueba deportiva.

En los años veinte del siglo pasado se habría producido un colosal escándalo si alguna mujer hubiera aparecido en cualquier playa europea con un bikini actual. Y en el desenfreno de la corte de Luis XV en Francia o de Carlos IV en España, donde las damas lucían escotes de vértigo, se habría organizado una enorme trifulca si alguna hubiera aparecido en minifalda. De cintura para arriba, todo estaba permitido; hacia abajo, ni el tobillo se podía enseñar.

Modas, modos, imposiciones morales, limitaciones y puritanismos han oscilado con los tiempos y desde el Egipto de los faraones a nuestros días, la humanidad ha contemplado de todo. Eso no quiere decir que en esta época de la globalización, en un país poderoso económicamente y de notable desarrollo técnico como Irán, no sorprenda que se paseen por su capital los llamados "vigilantes del decoro". Su trabajo consiste en exigir a las mujeres que no enseñen un solo cabello de la cabeza y que oculten las formas de su cuerpo con un chador negro o con un ropuch y un pañuelo también negros porque los colores son indecorosos. El azul, el amarillo, el rojo, constituyen una provocación de sensualidad condenable. "Se creen con el derecho de dictarnos hasta el color de las bragas", escribe ángeles Espinosa desde Teherán. La mujer que no se pliegue a la dictadura de la moda islámica puede ser flagelada y encarcelada, amén de pagar copiosas multas. Claro que los hombres tampoco se libran de la imposición vestimental y los "vigilantes del decoro" amonestan severamente a los muchachos que llevan camisetas "poco islámicas" o corbatas occidentales.

La globalización extendida a través de internet y la televisión no ha podido derrocar la tiranía que padecen las mujeres del islam. En otras zonas del planeta la cosa ha sido diferente. Mao impuso el pantalón azul, la camisa blanca y las zapatillas para todos los hombres y mujeres del pueblo chino, y el traje que lleva su nombre para los dirigentes del partido. Teng Hsiao-ping barrió la vestimenta maoísta y hoy los chinos se han occidentalizado tal vez en exceso.

Dicen que la tela es la piel de la civilización. Desde el taparrabos de la caverna al traje de novia de la última princesa casadera, ha acechado el cuerpo de las mujeres y los hombres. La historia de la moda, tan bien estudiada por la lucidez de Antonio Mingote, es la historia esquinada de las naciones, el reflejo de sus sociedades. Para conocer cómo es el mundo de hoy basta poner un espejo delante de la moda. Nos encontraremos desde las armaduras de tejido basto con que se esconde a las mujeres afganas, máscaras burkas del fundamentalismo islámico, hasta las últimas transparencias exhibidas por la modelo clamorosa en la apoteosis del color y la gracia de los desfiles occidentales. Cervantes lo anticipó: "Dicen que la variación hace a la naturaleza, / colma de gusto y belleza, / y está muy puesta en razón. / Un manjar a la contina / enfada y un solo objeto, / a los ojos del discreto, / da disgusto y amohína. / Un solo vestido cansa; / en fin, con la variedad, / se muda la voluntad / y el espíritu descansa".

Sería divertido saber qué pensaría realmente un ayatolá paseante por el barrio madrileño de Chueca con las muchachas en riadas de juventud, vestidas con miniaturas de minifaldas o con vaqueros ombligueros y blusas pezoneras. Las delicias de la moda actual en España serán sin duda fuente de inagotable escándalo para las mentes islámicas de la alianza de las civilizaciones. Pero tras dejar constancia de la volatilidad histórica en esta cuestión, habrá que convenir que también en la moda y los vestidos los pueblos tienen que conquistar su propia libertad...

Zigzag

Jorge Urrutia ha hecho un trabajo antológico impecable, neutral, sin escapularios ni veladuras: Poesía de la Guerra Civil española. Se trata de un libro de especial complejidad porque todavía son muchas las heridas de la guerra incivil que están sin cicatrizar. Los versos desgarrados, ensangrentados, se derraman en las páginas de esta antología admirable. Hay poemas de Antonio Machado, de Miguel Hernández, Huidobro, León Felipe, César Vallejo, Jorge Guillén, Bergamín, Alberti, Cernuda, Nicolás Guillén, Aleixandre, Antolaguirre, Octavio Paz, Juan Ramón Jiménez; y también de José María Pemán, Manuel Machado, Agustín de Foxá, Luis Rosales, Eugenio d'Ors, Dionisio Ridruejo, Paul Claudel, Romero Murube, Leopoldo Panero, Cunqueiro, Félix García, Marqueríe. Estremece, en fin, la lectura de esta antología, sangre sin fin que se derrama, espejo colocado delante de la España atroz de la guerra incivil, página histórica que a veces vale la pena recordar para que nunca vuelva.