Image: Maquillaje cultural

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Primera palabra

Maquillaje cultural

por Luis Marís Anson, de la Real Academia Española

19 julio, 2007 02:00

por Luis Marís Anson, de la Real Academia Española

España es hoy, económicamente, una de las quince primeras potencias del mundo. Culturalmente figura en el top ten. Aún más, como cabeza natural del mundo iberoamericano, con 400 millones de hispanohablantes, se encuentra entre las tres grandes potencias culturales del mundo. Ni Suárez ni González ni Aznar, y mucho menos Zapatero, han tenido conciencia del sentido profundo de la cultura en la vida de los pueblos. Así es que politizaron el ministerio del ramo y lo jibarizaron para proteger desde él a los compadres, paniaguados, amiguetes y parientes. Los presupuestos, pagados por todos los españoles, se dedicaron a la anécdota, la ligereza y la superficialidad. Una catástrofe. Jean-François Revel, en sus espléndidas memorias, El ladrón en la casa vacía, denuncia los males que acarrea la politización de la cultura y apenas excluye a Malraux. "El arte -escribe- debería estar siempre al margen de la política". Y denuncia el uso y abuso de la cultura por parte de los regímenes comunistas. En menor proporción, claro, también las democracias han abusado de la manipulación cultural y ahí esta la farsa del Premio Cervantes, como botón de muestra.

Menos mal que entidades privadas españolas -Bancos, Cajas, Fundaciones, empresas- pusieron al servicio de la cultura iberoamericana su dinero en inteligentes operaciones de difusión. Frente a la cutrez de la política gubernamental, la sociedad privada volcó su imaginación y su dinero en los últimos treinta años para potenciar y difundir nuestra cultura -la nuestra y la de las naciones hermanas hispanohablantes- en todo el mundo.

Mientras Zapatero incrementaba los presupuestos de Asuntos Exteriores en el 17'1%; de Fomento en el 22'4%; de Defensa, en el 8'6%; Cultura se quedaba igual, con el 4% que apenas absorbía la inflación. Es fácil hacer leña del árbol caído. No seré yo el que me dedique a semejante ejercicio. Carmen Calvo ha cometido errores, sin duda, pero el balance de su gestión ha sido superior al de etapas anteriores, tal vez porque en lugar de dedicarse a la protección de los amiguetes, ha sabido reconocer el mérito allí donde lo encontraba. Su independencia no podía gustar a Zapatero que ama tiernamente la docilidad. La destitución de Carmen Calvo ha sido un aspaviento personal, no la decisión derivada de una reflexión profunda. Carmen Calvo, por ejemplo, ha tenido en la Dirección General del Libro a un hombre serio y culto de verdad: Rogelio Blanco; y en el INAEM a un sabio enamorado del teatro: José Antonio Campos.

Quedan sólo unos meses para las elecciones generales. El maquillaje que el presidente del Gobierno ha extendido sobre el rostro de la Cultura española no engaña a nadie. Zapatero sólo pretende presentar un aspecto personal más ágil para las elecciones generales y, ante la campaña electoral, ha elegido la docilidad frente a la independencia. La crisis, un poco pastosa, la verdad, la ha hecho con la vista puesta en la contienda electoral. No tiene otro alcance.

Habrá que confiar en que los presupuestos del Estado, a presentar en septiembre, dediquen un incremento razonable al ministerio que deja Carmen Calvo. Que no pueda yo escribir de nuevo: "Las cifras son tozudas y ahí están. La bofetada que este Gobierno de izquierdas ha descargado, con la mano abierta del presupuesto del Estado, en el rostro de nuestra Cultura, se ha oído en los confines del mundo de habla española, allí donde no se pone el sol". l

Zigzag

Hay que echarle valor. Por ella han pasado Shakespeare, Galdós, Delaney, Anouilh, Calderón, Chéjov, Lorca, Valle-Inclán... Se atrevió con La bella Helena de Offenbach y con La Gallarda de Alberti. Reconocida por todos, consagrada en la cima intelectual, decidió jugarse el tipo y hacer un monólogo de Gabriel García Márquez, casi dos horas sobre el escenario en una interpretación memorable que todavía me produce escalofríos. Sólo la cicatería, la mediocridad o la envidia de algunos jurados la privaron de los premios que debieron respaldar aquel alarde interpretativo. Hablo de Ana Belén, claro, triunfadora también en la canción, en la televisión, en el cine, ay, aquellos amores del capitán Brando del inolvidado Manolo Summers. La sigo desde que era la niña Pilar Cuesta y debutaba en la Numancia de Cervantes. Siempre fue un constante sabor a miel, unos ojos asombrados, el fulgor de la sonrisa, un prodigio. Y lo fue en todo lo que hizo, con defectos claro, como todo el mundo, pero con una abrumadora suma de aciertos. Y ahora se ha puesto de acuerdo con Juan Mayorga y José Carlos Plaza para levantar, con dos tacones, en el Festival de Teatro Clásico de Mérida una Fedra que nos ha sobrecogido a todos. El ácido Eurípides se hubiera roto las manos aplaudiendo. También Séneca o Racine o Unamuno o Melina Mercuri. Paso, en fin, a las mujeres que se abren paso. Desde hace muchos años, Ana Belén es un personaje de referencia en la vida española. Ella lo sabe pero las cumbres no la han hecho perder ni la ternura ni la sencillez ni la espontaneidad. Un día la enlacé con las más bellas palabras de la literatura náhuatl: "Estos toltecas eran ciertamente sabios. Solían dialogar con su propio corazón". Como Ana Belén.