Image: Cultura viajada

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Primera palabra

Cultura viajada

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

26 julio, 2007 02:00

Luis María Anson

Cuando algún joven se me acerca y me pregunta qué le aconsejo para su formación cultural, contesto de forma invariable: "Viaja". No es lo mismo ver un templó hindú o una pirámide maya en el cine o la televisión que de forma directa y al natural. Hace cincuenta años, cuando muy pocos españoles se desplazaban al extranjero, se decía "es un hombre muy viajado" para subrayar la formación cultural del que tenía el dinero o la suerte de dedicar una parte de su tiempo a recorrer el mundo.

Las aguas pacíficas de Guam, la bahía de Hong Kong, el cordón de playas -Botafogo, Leme, Flamingo, Copacabana, Arpoador, Ipanema, Leblón, hasta Barra de Tijuca- que ciñe la cintura de Río de Janeiro; los museos vaticanos, los palacios de San Petersburgo, la Ciudad Prohibida de Pekín, la Acrópolis dorada por el tiempo, la pagoda Sue Dagon, el Taj Mahal asombroso, la cordillera de los Andes, la vida bulliciosa de Katmandú, la miseria andante por las calles de Calcuta, las muchachas del ao-yai vaporoso en el Saigón de mis días de amor y rosas, la infinita soledad de la sabana africana, la armonía hecha piedra de Angkor Vat o la apacibilidad del Lago de lo Imperecedero en Amritsar, los mil paisajes de la tierra y del alma, no se entienden al completo ni en fotografías ni en vídeos, ni siquiera en textos literarios. Hay que contemplarlos directamente.

Un viaje al año, al menos, a cualquier lugar del mundo que tenga especial interés por sus gentes, sus danzas, sus manifestaciones artísticas, es la clave, una de las claves, de la formación cultural. Por eso me produce satisfacción comprobar cómo, año tras año, los españoles viajan más no sólo dentro de España, que es un crisol de culturas, sino a los países extranjeros de los cinco continentes. Recibimos cerca de sesenta millones de turistas, pero son ya casi diez millones los españoles que cruzan la frontera para disfrutar de sus vacaciones en otras naciones y no sólo europeas, aunque éstas sigan siendo la preferencia.

El sol, la playa, la sierra, la nieve, la diversión, todo eso está muy bien y nada hay que reprochar a quien tome sus vacaciones sin otro objetivo que el hedonismo. Pero cuando se elige Tailandia o Cuba o Japón o Chile se une al descanso vacacional la formación que conjugan el ocio y la cultura.

El empuje viajero de las jóvenes generaciones se refleja en las encuestas. El aprendizaje del inglés es un acicate decisivo. La curiosidad por ver mundo vertebra también la elección del viaje. La falta de medios se vence con imaginación. La riada multicolor de los jóvenes inunda los aeropuertos y se extiende por las carreteras. Ciertamente, lo principal en muchos aspectos sigue siendo la lectura y la formación en la Universidad. Pero la cultura viajada es un hecho creciente. Produce gran satisfacción asistir a cenas o reuniones y encontrarse siempre, al conversar o debatir sobre los más diversos asuntos, con un joven que dice: "Yo estuve allí y no me parece que se pueda comparar objetivamente Chichén Itzá con el monasterio de El Escorial", o "me gustó más el templo de Borobudur que la catedral de Burgos".

La directora de El Cultural, Blanca Berasátegui, ha decidido enviar a nuestra revista de vacaciones durante el mes de agosto. Pues bueno. Qué le vamos a hacer. Volveremos a escribir en septiembre, cuando Madrid, que es ya una de las cinco grandes capitales culturales del mundo, se encienda con el fulgor de los nuevos libros, las renovadas exposiciones, las erizantes obras de teatro.

Zigzag

Tras asistir a una discreta Butterfly en el Real, quise escuchar a Bjürk, la islandesa, ya madurita, que enardece a un sector de la juventud europea. Vale la pena saltar de Puccini al pop galáctico sin sobresaltos porque las culturas se mueven por vasos comunicantes y amar la escultura griega no significa excluir la máscara bantú, la talla románica, la piedra maya o la apsara jhmer. Mozart y el tam-tam no son incompatibles sino complementarios. Esta muchacha Bjürk no me decepcionó aunque no me emocionó. Tiene calidad y le falta cercanía. Se entrega con pasión pero enfría el ritmo. Es fuego helado, atizado por el viento metal. Hija de un electricista y una ecologista, hijastra de un guitarrista, Bjürk se ha empinado sobre una sólida formación musical. Los clásicos, Bach sobre todo, ocupan en ella un lugar privilegiado junto a Clapton o los Beatles. El riot grrl, el jazz de fusión, el after-punk, el jazz-punk-hardcore provocador y existencial; el beat electrónico, el rap, el hip-hop, el pop personalísimo vertebran el hacer musical muy copioso -desde Debut a Volta- de esta artista alternativa que se transformó al olor de multitud cuando fue llamada por los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 para interpretar ante 3.000 millones de espectadores su estimulante Oceania, a la que hubiera puesto letra Pablo Neruda de haber vivido. Desde Venus as a boy de Debut hasta My juvenile de Volta, pasando por el comercial Telegram o el exigente Medúlla, la música que interpreta la cantante islandesa no es desdeñable. Me quedo, claro es, con Puccini pero estoy encantado de haber instalado en mi geografía cultural a la penetrante y lúcida Bjürk, que canta a borbotones.