Image: El orfanato

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Primera palabra

El orfanato

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española

18 octubre, 2007 02:00

Luis María Anson

Me salta a la memoria al tomar la Primera Palabra de El Cultural, un sosegado, inolvidable almuerzo en Lausana, en la casa blanca de Vieille Fontaine, la residencia de la reina Victoria Eugenia. Asistió Chaplin. He tenido la suerte de conocer a Luis Buñuel y oírle hablar de cine y otras vanidades. También a Juan Antonio Bardem, a José Luis Garci, a Luis García Berlanga, a Pedro Almodóvar. No olvidaré nunca, claro es, los juicios de Chaplin en aquella sobremesa en la que Don Juan le miraba expectante, Doña Victoria con recelo, los otros comensales con admiración. Han pasado más de 40 años desde aquel almuerzo. Lo recuerdo como si fuera hoy, porque Chaplin es uno de los diez personajes clave del siglo XX. Con ademanes poco contenidos y cierta vehemencia, Charlot nos explicó la degradación del cine a causa de la supremacía del beneficio económico sobre el arte. "El desastre empezó con la liquidación del cine mudo", dijo.

La colisión entre el cine-industria y el cine-cultura es un hecho innegable. La victoria del factor económico sobre el artístico, indiscutible. Pero no todo es blanco y negro. No todo se pierde en los efectos especiales y las desmesuradas campañas de publicidad. Hay veladuras y matices. Almodóvar ha sabido aunar el éxito comercial con la calidad artística de unos guiones soberbios, agazapada la literatura bajo el es-plendor de las imágenes, y un poco cegada, pero viva y ávida.

La verdad es que fui al estreno de El orfanato porque quería ver a Belén Rueda, la actriz que ganó para Amenábar, ella solita, el 50 % de su Oscar, y se convirtió luego, en Closer, en un fulgor de interpretación sobre las viejas tablas del teatro Lara, testigo de las tropelías del dictador que dejaba, por ejemplo, a Jacinto Benavente -un rojo para Franco- estrenar sus comedias pero no utilizar su nombre. Así que los carteles decían: El alfiler en la boca por el autor de La Malquerida. Luis Calvo, el gran maestro, el periodista a veces de hierro, a veces de seda, arregló aquello con habilidad desde la fuerza de aquel ABC que significaba por entonces en la comunicación lo que sería hoy la suma de El País, El Mundo, TVE, Antena 3, Telecinco y la Ser.

Podría cubrir de elogios a Belén Rueda sin exagerar lo más mínimo. No me equivoqué al señalar en ella a una gran actriz cuando se la menospreciaba por las series de televisión. Es un prodigio de interpretación, de imagen, de expresión corporal, de intensidad, y sobre todo, de calidad artística. Se come la gran pantalla. Apenas la conozco personalmente porque Pedro Pérez presume mucho de que Belén se muere por sus huesos, me anuncia cada martes que a la semana siguiente vamos a cenar con ella y luego me lo encuentro en restaurantes raros conspirando con Pepiño Blanco y la ex ministra Trujillo, una mujer cultísima como todo el mundo sabe.

Escribo la Primera Página de hoy para afirmar, con no poco asombro, que la película El orfanato está dirigida por uno que se llama Bayona y resulta que el tío es un director de verdad. Con la mano izquierda se ha garantizado el éxito comercial pero con la derecha rinde tributo a Chaplin y no ha descuidado la calidad artística, acariciando con la cámara los ojos de Belén Rueda que palpitan de temor y temblor en cada plano. Por cierto, que Chaplin no hubiera fruncido el ceño al ver el trabajo de su hija Geraldine. Está de matrícula de honor en su conciso papel. En El orfanato hay un guión literario de relieve, un en-tendimiento vanguardista del cine, la mano maestra de un director que hace lo que sabe y sabe lo que hace y, sobre todo, autenticidad. Hay también defectos y errores de algún bulto pero la crítica especializada se ocupará de subrayarlos piadosamente.

El cine es una de las artes grandes. Y si la literatura es la expre-sión de la belleza por medio de la palabra, el cine es la expresión de la belleza por medio de la imagen. El orfanato va a ser un éxito comercial. Es, también, expresión certera del arte cinematográfico. Belén Rueda, en fin, ha querido llevar al paroxismo a este director joven que se llama Bayona y que sabe tener en la mano la incierta batuta del celuloide. l

Zigzag

En nuestra república de las letras, tan hirsuta y esquinada, todos sabemos que el mejor humor literario es el de Miguel Martín. Nada tiene que envidiar ni a Camba ni a Fernández Flórez. Se expresa Miguel Martín a través de una escritura muy personal, de sorprendente belleza literaria en muchas ocasiones. Y es mordaz, tierno, irónico, lírico, festivo, burlón, cáustico, hurgón, sutil o descacharrante. Tiene el escritor la coña fresca y marinera. He terminado de leer la nueva edición de Iros todos a hacer puñetas y todavía me estoy riendo. Miguel Martín fue un excelente director de TVE, y además honrado, y eso le quitó tiempo indispensable a su obra literaria. Pero ahí está, a la cabeza de la literatura española de humor, con reconocimiento general a su calidad. En Pobreza no es vileza escribe Lope: "Si humor gastar pudiera con más salud sospecho que viviera". Como afirma Mingote, a los escritores, sobre todo a los de periódico, que son en líneas generales magníficos, les falta la descarga irónica. El humor es la alegría del alma. Durante toda una tarde de lectura, Miguel Martín me ha devuelto la sonrisa, que perdí escuchando un discurso de Zapatero, el embustero. Lo que no sé es si cumpliré su orden de que me vaya a hacer puñetas.