Image: El libro pantalla

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Primera palabra

El libro pantalla

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

8 noviembre, 2007 01:00

Luis María Anson

Ni la pantalla del ordenador ni la copia de impresora pueden derrotar al libro. La comodidad de leer en la cama, arrellanado en un sillón, en la tumbona de la playa o en la postura que más plazca no tiene sustitución para las gentes que aman la lectura. Recuerdo la primera noche que pasé en casa de un cantante célebre, bellísima persona por cierto. Su mansión en Miami disponía de todo, embarcadero incluido, piscina cinemascope, jardín espectacular, salones altivos, gruesas moquetas, alfombras persas, despachos, obras de arte, discos y música por doquier. Pero no había ni un libro. Hay gente rara que es capaz de irse a dormir sin haberse leído antes un libro.

Los tiburones de la informática, conscientes de que el ordenador no podrá nunca con el libro, han inventado una fórmula que, esta vez sí, lo desplazará en parte y en poco tiempo. Se trata de una pantalla en cuarto menor y de poco más de un centímetro de grosor. En ella se puede leer con la misma o más comodidad que en un libro convencional. Cualquier postura, en la cama, en un sillón, de pie o tumbado, es válida. Se trata además, de una pantalla flexible que puede arquearse, incluso enrollarse. El Instituto Tecnológico de Massachussetts ha desarrollado el invento con minuciosidad de enamorado. El Iliad es un libro pantalla, que se maneja igual que sus compañeros tradicionales y que se lee sin problema en cualquier sitio. Un icono en la parte inferior del artilugio permite pasar página de forma instantánea. También se puede avanzar o retroceder, hacer anotaciones, ampliar o reducir el tamaño de la letra. Una maravilla, en fin.

Lo más importante, sin embargo, es que resulta posible almacenar en la pantalla una biblioteca de dos mil volúmenes, por ejemplo. Seguramente al lector le costará trabajo calibrar lo que esto significa. Se podrá viajar con la biblioteca a cuestas sin el menor esfuerzo. Los libros preferidos nos acompañarán a todas partes. En una pantalla del tamaño de un libro convencional, que se puede llevar debajo del brazo o en la cartera, se arrastran sin esfuerzo millares de volúmenes. Al volar de Madrid a Singapur, el lector tendrá ocasión de recrearse con el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz y, al meterse en la cama de su hotel en la ciudad asiática, podrá elegir una novela de Tolstoi, una obra de teatro de Shakespeare, La rebelión de las masas de Ortega, los Sonetos del amor oscuro de Federico García Lorca o los Diálogos sobre la física atómica de Werner Heisenberg, que me acaba de enviar José Manuel Sánchez Ron. De no creer.

Los intelectuales del siglo XVII, por ejemplo, se asombraban de que Francisco de Quevedo viajara a sus exilios, llevando en un carro de mulas un centenar de libros. "Desterrado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos". ¿Qué habría pensado aquel genio de la palabra estevada si hubiera sabido que en el siglo XXI se viajaría con una biblioteca de millares de volúmenes debajo del brazo?

He rechazado siempre la incómoda y perturbadora lectura en la pantalla del ordenador. No desecharé nunca el libro convencional porque el olor, el tacto, la humedad o las arrugas del tiempo tienen también un valor profundo. Tocar el lomo de la primera edición del Quijote es como acariciar la piel de Julia Roberts. Pero saludo con expectación y alegría al libro electrónico que se abre ya camino en una sociedad incapaz de digerir lo que la ciencia y la técnica alumbran cada día.

Zigzag

La fiesta de los toros es un ejercicio de arte y de valor. Escultura viva, el ballet que danzan el toro y el torero nutre las entrañas de la cultura hispánica. Las connotaciones adversas de los toros empalidecen ante la explosión cultural que las corridas suponen. Desde Goya a Barceló, pasando por Dalí o Picasso, la tauromaquia ha inspirado creaciones máximas en la pintura, la escultura y la poesía. También en la novela, el teatro o la ópera. La agonía sobre el albero de un torero suscitó el más bello poema surrealista del siglo XX español, cuando Ignacio subía por las gradas con toda su muerte a cuestas. Me alegró, naturalmente, asistir en el Palacio de Congresos de Córdoba al ingreso en la Real Academia cordobesa de una de las grandes figuras del toreo de todas las épocas: Enrique Ponce. Pronunció un excelente discurso sobre Arte y teoría del toreo, instalando la fiesta que él domina en el terreno de la cultura profunda. En España, en Francia, en Portugal, en Iberoamérica, la fiesta de los toros hunde sus raíces en la más sugerente cultura popular, con su profundo sentido espiritual que se enciende en las religiones mediorientales primigenias del antiguo Egipto, Babilonia y Siria, de Creta y el reino de los hititas, de Sumeria y Palestina. Un gran historiador de las religiones, ángel álvarez de Miranda, muerto prematuramente, escribió un libro esclarecedor: Ritos y juegos del toro. La raíz religiosa de la corrida queda impecablemente demostrada. No se puede entender culturalmente, en fin, la idiosincrasia del pueblo español sin el cabal conocimiento de los toros.