Image: Soledad Ortega

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Primera palabra

Soledad Ortega

Luis María Anson, de la Real Academia Española

6 diciembre, 2007 01:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

He escrito muchas veces que José Ortega y Gasset es la más alta inteligencia del siglo XX español. Tuve amistad con su gran amigo Emilio García Gómez, uno de los intelectuales verdaderamente importantes que he conocido. Un día me invitó a almorzar en su casa para hablarme de su nuevo libro: el estudio definitivo y la traducción de Los zéjeles y moaxajas de Ben Quzman. Me contó también su última y larga conversación, hasta las cuatro de la madrugada, con Federico García Lorca en julio de 1936, tres días antes de que el poeta partiera asustado para Granada. Y me dijo:

-Créeme, Anson. No ha existido en la historia de la literatura española, del pensamiento español, un hombre que haya tenido tanta autoridad sobre su época, que haya sido tan admirado y respetado como Ortega. Fue el Júpiter Capitolino de nuestras letras.

Me repetía Emilio con otras palabras lo que me expuso ante los budas de Bamiyán en el Afganistán del Rey Zahir y todas las nostalgias, siendo yo un muchacho, mientras paseábamos cuando caían las primeras sombras del anochecer.

No tuve la suerte de conversar con el autor de La idea de principio en Leibniz. Le saludé un día en el Jáuregui de Fuenterrabía, siendo yo adolescente, con un grupo de amigos. Nos acercamos a él como si fuera Dios uno y trino y recuerdo sus ojos más divertidos que burlones ante el papanatismo con que yo le miraba cuando me tendió la mano.

He conocido a sus tres hijos. Miguel, el mayor, fue un médico prestigioso. Nos reuníamos todas las semanas en la tertulia de Félix Cifuentes, que era un aula de libertad frente a la dictadura. Le propuse para el Consejo Privado de Don Juan. El hijo del intelectual que escribió "Delenda est Monarchia" se puso al servicio del hijo del Rey destronado para decir: "La Monarquía debe ser reconstruida". El Consejo Privado de Don Juan era la institución más representativa y prestigiosa de aquella época e integraba a algunos de los hombres de relieve que defendían la Monarquía constitucional contra la dictadura de Franco.

José, el hijo pequeño de Ortega y Gasset, fue, durante unos años, mi editor. Publicó en la editorial Revista de Occidente, dos de mis libros: La Negritud y El Grito de Oriente, con el que tuve la suerte de ganar del Premio Nacional de Literatura cuando todavía no había cumplido los treinta años. Mantuve con José Ortega una amistad ininterrumpida. Algún día contaré sus zozobras y desengaños tras la fundación de "El País".

Y Soledad. Tenía la elegancia, la distinción, la serenidad de su madre Rosa Spottorno. La viuda de Ortega me invitaba con frecuencia a almorzar en su casa de Monte Esquinza. A mí me emocionaba entrar en el despacho del filósofo, repasar sus libros, situarme junto al atril de pedestal en el que trabajaba, pues en los últimos años de su vida leía de pie.

Soledad Ortega Spottorno se parecía mucho a su madre. Tenía, además, la inteligencia del padre. La familia acertó de lleno al descansar sobre ella la responsabilidad de poner en marcha la Fundación ideada para recordar la obra ingente de Ortega y Gasset. Hizo Soledad un trabajo asombroso tanto por el sentido práctico como por el rigor intelectual. En unos años, la Fundación Ortega y Gasset se convirtió en una de las instituciones internacionales más prestigiosas del mundo intelectual.

Trabajadora, seria, amable, discreta, aquella mujer formada en la mejor Facultad de Filosofía y Letras que ha conocido la Historia de España, consolidó su gran obra fundacional sin un aspaviento, sin que nadie escuchara de ella un reproche, una palabra subida de tono. Soledad fue siempre la serenidad, la moderación, el buen sentido, la inteligencia constructiva, el amor al padre, la admiración por el filósofo. Como los toltecas sabios, solía dialogar con su propio corazón. Estuvo lúcida hasta la muerte. Me escribió de puño y letra, con pulso firme, hace unas semanas una carta para agradecerme que contara yo la verdad sobre un pasaje de la vida de su padre. El día antes de morir se interesó ilusionada por el proyecto de edición del diario electrónico "El Imparcial" que estará en la Red en enero.

Soledad Ortega, que colmó su vida de satisfacciones, tuvo la suerte de contar con un hijo, catedrático de Historia, pensador sagaz y brillante, digno heredero de su abuelo: José Varela Ortega. Al morir, sabía que la obra de su padre, la suya propia, tendrá continuidad en su hijo, presidente hoy de la Fundación. A veces me pregunto por qué el Rey ha otorgado títulos para recuerdo de las futuras generaciones a la memoria de Marañón o Valle-Inclán y no lo ha hecho todavía para honrar al más alto intelectual del siglo XX español, al hombre lúcido y excepcional, al intelectual que contó, por cierto, entre sus amigos, con un español que lo tuvo todo y que por amor a España renunció a todo, al Rey en el exilio, Juan III, que reinó en la sombra contra la dictadura de Franco y trabajó de forma abnegada e incansable para que se devolviera al pueblo español la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil.