Image: El carcaj de la historia del arte

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Primera palabra

El carcaj de la historia del arte

Luis María Anson, de la Real Academia Española

28 febrero, 2008 01:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

Todos los años me sumerjo durante unas horas en Arco. Camino sin orden ni concierto para calarme, a veces con la lluvia fina, en ocasiones con la fuerte granizada, de lo que en la Feria se expone. Predominan las camelancias. No se llenará el carcaj de la Historia del Arte con las flechas que se disparan desde Arco. Una buena parte de las obras exhibidas no tiene otro destino que el olvido o el vertedero. Este año he apreciado la parálisis del abstracto, el empuje de la fotografía y el declive de las instalaciones. La organización ha sido magnífica. Sobresaliente para Lourdes Fernández y un diez para Raúl Díez, Marta Cacho y Marietta Vázquez que han sabido atender con eficacia a los difíciles medios de comunicación preocupados por el arte.

Imposible hacer una selección rigurosa de lo que se ha expuesto. Quisiera trasladar a los lectores mis sensaciones. Me estremeció un bronce de Louise Bourgeois patinado de nitrato de plata. Impresionante el autorretrato de Julio González. También un acrílico de Luis Gordillo, entre la máscara y el abstracto. Olaf Holzapfel ha montado una instalación emotiva. Bien el hierro de Jaume Plensa, como un sueño pedernal. Definitivo un excelente Juan Gris de 1921, tan actual y preciso. Conservo en la retina el acrílico de Xavier Grau, un bronce de Dietrich Klinge; un soberbio óleo de Leger; una fotografía inyectada sobre papel encerado de Mike + Doug Starn; la piedra de poliuretano con calidad prehistórica de Filip Vervaet; la genialidad de Darío Villalba, con un óleo-fotografía a modo de autorretrato y la composición fotográfica de José María Ballester, con remembranzas a mi inolvidado amigo Chillida.

Martín Chirino, sobre el que escribí en 1959, hace medio siglo, en el ABC verdadero, exhibía una cabeza reclinada de hierro forjado. Electrizante, Berta Fischer. Terrible, una cabeza de arlequín del más grande, Pablo Picasso, un pastel de 1971. Interesante, la madera de Tony Cragg. También un bronce de Francisco Tropa. Desolador el gouache de Brigitte Waldach, tan cercano al Hombre sólo del genial Mingote.

José Manuel Fors se ha encendido con una plata, gelatina sobre cartón, como una Zóbel gigante. Las piedras esclavas de Sara Ramo me gustaron mucho. También un óleo de Daniel Feingold y la resina de Dudi Maia Rosa. El cobre de Hilal Sami Hilal me pareció de calidad sobresaliente igual que el cristal, los cables de acero, el mármol y las manzanas de Laura Vinci. Divertido Mat Brown, un jardín de las delicias del siglo XXI, un Bosco irónico y reidor. Me gustó menos el Skull Ocean de Morten Schelde, inferior a la atractiva polución sobre lienzo de Caetano de Almeida. Me fijé, ahora que estoy metido en aventuras digitales, en la escultura electrónica de José Manuel Beranguer y las obras de Axel Hötte, Marcius Galán, Patrick Lundeen, David Rodríguez Caballero y Jannie Kounellis.

No quiero olvidar el erotismo fugaz de Bo Li, una resina circense de Franz West; la bella instalación de Sara Romo, El jardín de las cosas del sótano; un Motherwell ávido de belleza; la pintura de poliuretano sobre epoxy del gran Jean Dubuffet; el zapato de aluminio de Joane Vasconcelos; la ingenuidad de Qi Zhilong, Marilyn Monroe y una joven guardia roja de Mao; y la fotografía híbrida de Michael Najjar.

Finalmente, el espacio para el romanticismo, el retrato de Ira Vinokrova que hubiera sido el sueño de Bécquer; y la adolescente del pelo sobre la cara y la imaginación abierta de Ugnius Gelguda. Un paseo, en fin, este de Arco, por el arte desconcertado del siglo XXI que se debate entre la estúpida provocación y la creación de la belleza, con la incertidumbre de no saber qué va a ganar, si la camelancia para el papanatas y el nouveau rich o el esfuerzo serio para construir el arte nuevo.

Zigzag

He terminado de leer sin esfuerzo las 1400 páginas de la segunda parte de La autobiografía de Fidel Castro de Norberto Fuentes. Posiciones ideológicas aparte, es lo más sólido que he leído sobre la vida política del dictador cubano. Durante 50 años Castro ha gobernado Cuba con un poder absoluto pero insuficiente. Desde el Pacto Secreto de Cojímar con los comunistas que le permitió conseguir petróleo y armamentos a cambio de la sangre cubana derramada en áfrica en las aventuras de la Unión Soviética, Castro ha ido vertebrando un sistema totalitario que desfila descrito con extraordinario acierto literario por las páginas del libro de Fuentes. Con el poder compartido con la KGB hasta 1990, el guía de la horda lo fue liquidando todo. Aleccionador el capítulo en el que Norberto Fuentes explica cómo y por qué Castro decidió deshacerse del Che Guevara, las razones que tuvo para escabecharlo. La deificación del Che hoy en Cuba es un juego de santería. Los brujos se lo tragan todo. Tras la renuncia hace unos días de Castro a sus cargos, que no al poder, Hugo Chávez pretende ser el sucesor internacional del líder comunista ¡Qué ingenuidad! Castro ha encarnado una dictadura abominable, pero es un político de gran talla y un hombre muy inteligente. Chávez no pasa de ser un caudillo bufón.