Image: Coñones del Reino de España

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Primera palabra

Coñones del Reino de España

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española

26 junio, 2008 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española.

No lo tiene fácil Alfonso Ussía. Su firmeza de ideas, su inequívoca posición ideológica a la derecha, su liberalidad auténtica, su valentía ante Eta y sus cómplices, no le permiten ocupar en la República de las Letras el lugar que le corresponde. Ussía tiene una escritura excelente, una notable cultura, una indudable capacidad para el sentimiento lírico, para la coña fresca y marinera, para el humor auténtico y profundo. No le perdonan los progresistas de salón su posición política y lo que más les jode del escritor es que tiene lectores.

He disfrutado mucho con la lectura de Bohemios y malvados, el último libro de Alfonso Ussía sobre los coñones del Reino de España. No caeré nunca en la cicatería de callarme ante el talento literario, se produzca donde se produzca. Ussía ha escrito una documentada antología de poesía satírica española con incidencia en la actualidad.

"Definir el humorismo es como pretender clavar por el ala una mariposa utilizando el aguijón de un poste del telégrafo", escribió Enrique Jardiel Poncela en Amor se escribe sin hache. La verdad es que a mí no me parece tan heroico definir el humorismo. El humorismo es Mingote. Así de simple. En él están todos los ingredientes de poesía, de ternura, de ironía, de sarcasmo, de crítica sorda, de sagacidad, que vertebran la expresión del humor.

Ussía, discípulo en tantas cosas de Antonio Mingote, mide en su nuevo libro la altura satírica de Manuel del Palacio, al que considera superior en la poesía epigramática a Quevedo, Góngora, Villamediana y Baltasar del Alcázar. Hombre, a Quevedo, no, a pesar de los estudios apologéticos de José Luis Gordillo. Algunos de los epigramas de Palacio que recoge en su libro Alfonso Ussía son ciertamente divertidos y excelentes, pero lejos de la hondura quevedesca.

Los Borbones en pelotas, el libro que, bajo el seudónimo de Sem, escribió Gustavo Adolfo Bécquer, ilustrado por su hermano Valeriano, discurre impávido bajo el bisturí de Alfonso Ussía, que recoge algunos poemas, desde su lealtad monárquica, para aviso de navegantes. Se adentra después Ussía en los menesteres genitales que le privan y glosa a Camilo José Cela. "Si ante Zapatero te hallas solo, no te rasques la punta del zerolo". Y al espigar autores y versos, encuentra uno sorprendente en Juan Valera, que habla de la sobrina del duque de Osuna, casada con el cuitado conde Zamoysky: "Señor conde, dígame: ¿De qué sirve, señor conde, el que yo tenga por dónde, si usted no tiene con qué?"

A través de su admiración por Juan Pérez Creus, entra Alfonso Ussía en la poesía satírica actual, en la que él mismo destaca por encima de sus competidores, Campmany incluido. No podía faltar esa cantinela tan endeble de por qué no ingresó en la Real Academia Española Jaime Campmany y sí Juan Luis Cebrián. Pues es muy fácil. La pluma de Campmany era muy superior a la de Cebrián. Pero lo que decidió la Academia en su día fue la incorporación del Periodismo a la Casa. Campmany dirigió el "Arriba", y no pasó de 10.000 ejemplares, y "época", revista en la que fracasó; Cebrián fundó y dirigió "El País". Los hechos cantan.

Alfonso Ussía conduce, en fin, la caravana de los coñones del Reino de España. Al cerrar su recorrido, le queda a uno la impresión de que estamos ante un género literario no desdeñable. La poesía satírica y epigramática, cuya cumbre ocupa a ráfagas Francisco de Quevedo, asombra, a veces. Debe tener su lugar al sol de la República de las Letras. A la muerte de Góngora, Quevedo escribió: "Sacerdote de Venus y de Baco / caca en los versos / y en garito Caco. /…/ Fuese con Satanás, culto y pelado./ ¡Mirad si Satanás es desdichado!" Sirvan estos versos como botón de muestra de un género literario que Alfonso Ussía reivindica certeramente y un tanto coñón.

Zigzag

He dedicado un par de horas a saltar por las páginas del Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de Juan Corominas, al que ahora Gredos llama Joan Coromines. José Antonio Pascual, asociado en su día con él para dar vida a un diccionario ya clásico, ha escrito un prólogo lleno de agudezas y erudiciones. Además de filólogo, lexicógrafo y muchas cosas más, José Antonio Pascual es, sobre todo, un intelectual profundo, de vastos saberes generales, de cultura consolidada y un sentido del humor permanente que le permite vadear la aridez de las materias con las que se enfrenta. Pascual ha leído, incluso, como yo mismo, el asombroso libro sobre las pizarras visigóticas de Isabel Velázquez que su ilustre prologuista sólo vio por el forro. Para el académico, el diccionario de Corominas es "la solución a los enigmas etimológicos más importantes de nuestra lengua". No me he resistido, claro es, a buscar la palabra guay, incorporada al castellano en el siglo XIII del gótico "WáI"; y miembro (1219), vocablo que etimológicamente viene del latín "membrum". Que el idioma, en fin, lo crea el pueblo laboriosamente a lo largo de los siglos, al margen de las ocurrencias de algunos o algunas y de tanto disparate como cuartea nuestra vida cultural. La incultura general de cierta ministra sobre el idioma español carece de lagunas.