Image: Gómez, Nuria Espert, Garrigues

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Primera palabra

Gómez, Nuria Espert, Garrigues

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española

10 julio, 2008 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

José Luis Gómez, que tiene las venas abiertas por la avidez del teatro, y sangrando, subió al escenario de La Abadía para poner prólogo al suceso Garrigues. Nuria Espert se complació en interpretar el epílogo, con una maestría que emocionó a todos en el temor y el temblor de sus palabras. Antonio Garrigues organizó una tenida escénica para celebrar sus 50 años de teatro amateur.

Dos obras del autor se interpretaron: la primera comedia (1958), Oda para que las mujeres sean Buenas, Bellas, Fértiles y Fecundas (con Marta Ripollés, Manuel Melgar, Tomás Gaytán de Ayala y Mónica Bertet); y la última comedia (2008), Himno a lo que sucede, en la que una excelente Gloria Marroquín, una eficaz Lupe Barrado y un natural Johnny Aranguren demostraron que pueden dedicarse profesionalmente a la interpretación.

Entre una y otra obra, Nuria Espert y José Luis Gómez leyeron poemas no desdeñables de Garrigues. Me acordé a ráfagas de la querida Nuria entregando su voz del alma a los poemas de nuestro gran amigo común, Alberti.

Hay que tener, en fin, mucho talento literario y vocación de cura de aldea para robar tiempo, durante cincuenta años, a una profesión de abogado brillantemente ejercida, y estrenar obras teatrales en las que, sobre inevitables desigualdades de calidad, predomina la fuerza expresiva, la construcción de vanguardia, el reflejo de la realidad social y humana, la vida entendida desde la creación intelectual.

En Esplendor estético, comedia estrenada en 2005, Antonio Garrigues escribe: "Hay que pasar por encima de la realidad. Pisotearla. Olvidarla. Negarla. Sustituirla. Vivir apasionadamente la apariencia. "Marx ha muerto, Dios ha muerto y yo misma no me encuentro muy bien últimamente", se descarga con ironía María en una comedia de cuyo título no puedo acordarme.

En La Identidad, Garrigues se enfrenta con el ente metafísico, con no saber adónde vamos ni de dónde venimos. El autor sabe, como Steiner, que es absurda la nostalgia de lo absoluto, que "nunca se llega al horizonte".

En La Estopa la mujer liberada decide juzgar al hombre convencional. "Lo de antes -dice la Actriz Primera- era realmente cómico. La ignorancia y el simplicismo del hombre alcanzaban límites inconcebibles. Por de pronto, del famoso punto G no tenían ni la más ligera idea. Y de los demás quince mil puntos sensibles, ¡y qué sensibles!, de la mujer, sólo conocían como máximo dos y medio, y en su relación y contacto con esos dos puntos y medio, siempre hacían justamente lo que no había que hacer, exactamente, absolutamente lo contrario".

En El Apocalipsis de la utopía, Garrigues, como el Buero de Las trampas del azar, produce una explosión final, se apaga la luz, se desmorona la Tierra y con ella la vida. Como en Hegel, el autor establece la tesis y la antítesis. No sabe resolver la contradicción y lo deja todo en una incertidumbre atroz. Hace dos años estrenó Garrigues su comedia de vanguardia más erizante y conseguida: En el inmenso mar de la ignorancia. El escritor toma de la mano a Shakespeare y asegura: "en la amistad y en el amor se es más feliz con la ignorancia que con el saber". Garrigues nos sumerge a todos, desde el sabio al pastor, en el inmenso mar de la ignorancia en el hoc unum scio: nihil scire de Sócrates.

En Himno a lo que sucede, su última comedia, Antonio Garrigues da la réplica al tópico tenaz de que, a pesar de todo, las cosas van mejor. "Eso -clama el actor- lo dicen aquellos a quienes les va mejor y quieren evitar sentimientos de culpa. ¿Qué va a mejor? ¿El narcotráfico va a mejor? ¿La pobreza va a mejor? ¿La corrupción va a mejor? ¿La prostitución va a mejor? ¿La basura y vulgaridad van a mejor? ¿La objetividad de los medios de comunicación va a mejor? ¿La política va a mejor? ¿La lujuria va a mejor? ¿La envidia va a mejor? ¿Las religiones van a mejor? ¿La ira va a mejor? ¿Qué es lo que va a mejor? Dime una sola cosa que vaya a mejor, exceptuando la lencería femenina".

En la peripecia teatral de Antonio Garrigues está Sartre y está Buero. Pero, sobre todo, Artaud, Beckett, Brech, Kafka, Eliot, Ezra Pound… Y sobre todo Witold Gombrowicz. Este escritor polaco, que he leído yo tardíamente, se exilió en Argentina, se trasladó después a Estados Unidos, se convirtió en meca de las vanguardias. Escribió su novela Ferdydurke en 1937. Se tradujo al inglés en 1961 y con prólogo de Susan Sontag se reeditó en 2000. La versión española, en la que participó el propio Gambrowicz fue dirigida por Virgilio Piñera. Ernesto Sábato le puso prólogo y en él se pregunta: "¿Cómo adivinar que en el fondo Ferdydurke es algo así como una payasada metafísica en que delirantemente están en juego los más graves dilemas de la existencia del hombre?"

Antonio Garrigues se ha instalado en el juego del absurdo de Gambrowicz, en el fulgor del nihilismo, en el humor corrosivo pues el autor se divierte como un enano tomándole la cabellera a sus espectadores y a sí mismo. Su pensamiento es vitriolo puro pero, eso sí, todo lo que afirma lo dice desde la buena educación. Ahí está el contraste enervante del teatro de Antonio Garrigues.

Un público variopinto y poco teatrero, la verdad, asistió con veneración religiosa, como corresponde a la antigua iglesia de la Abadía, al suceso Garrigues. Hubo algunos que no entendieron nada de lo que allí se decía pero aplaudieron todos como locos mientras el autor disfrutaba en el escenario del éxito, balanceándose y en éxtasis entre los dos monstruos de la escena española: Nuria Espert y José Luis Gómez.