Image: Alicia Framis. Entremos más adentro en la espesura

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Primera palabra

Alicia Framis. Entremos más adentro en la espesura

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

11 septiembre, 2008 02:00

Luis María Anson

Es la serpiente de Lorca, portadora de grillos y de umbrías. Le hierven las lágrimas en la oquedad de Dios. Es Alicia Framis la confusión de los párpados, el rojo corazón desmenuzado, los cascos ázimos de Guantánamo, la cantora de las heridas y las llagas, la pintora de los sudarios habitados, aromada siempre por el perfume del suicidio.

Alicia Framis, como Angélica Liddell, va desde la nada hasta la nada. Tiembla en su mirada húmeda la virgen fugitiva. Es el llanto de la carne, la desolación de las vasijas rotas. En el ónfalo de piedra de sus vídeos se quiebran las hojas cenicientas, los enhebros desangrados, los lejanos cangilones. Los niños que no se venden desgarran los vestidos de la artista, arañan sus muslos verdes y ávidos, ciegos de cal y de cuchillos. En la obra entera de Alicia Framis estallan las huellas de los albañales, las lóbregas escombreras, la hiel entristecida de la desmemoria.

Alicia Framis no es una arquitecta ni una pintora ni una escultora ni una fotógrafa. Es una artista completa que sangra sobre el filo oxidado de la vanguardia. Lejos está el París de entreguerras, el Londres de los escarabajos y las fainoméridas, el Nueva York de Pollock y el dinero, el Berlín triunfante que ha desplazado los hígados del arte. Alicia se ha instalado en el futuro, en el Shangai de la nueva cultura universal, para columbrar la excitante cimera del almiar, como si Cavafis le diera la mano a Ai Tching o al Mao de los poemas de la tierra y del viento, y reírse así de Li Po y Wang Wei, en este tiempo funeral del desamor, aleya de la luz y las espadas como labios.

La violencia de sexo, la acritud laboral, el comercio pederasta, el grito de Munch, el Guernica de Picasso, la soledad literaria de John Hejduck, la profundidad de Dan Graham, todo eso vertebra las raíces de la obra artística de Alicia Framis, tal vez el nombre más sólido de la nueva cultura universal catalana. Hay, sin embargo, una rebelión permanente contra el encasillamiento. Alicia aborrece el arte y quiere hacer una obra que no sea arte como si el visionario Rirkrit Tiravanija se paseara con los pies descalzos sobre sus creaciones.

La moda anti-dog de Alicia Framis es David Delfín cosido con telas ignífugas al cuerpo andrógino de Bimba Bosé. Sus moléculas de lluvia zarandearon el Atomium de Bruselas. La artista se esfuerza por crear un buen concepto para la vida. No lo consigue porque el entorno social no quiere saber nada de la enfermedad, la vejez, el sufrimiento o la muerte. Su ficción teatralizada en vídeo, Secret Strike, se estrella, como las fotografías de Wall o los delirios de Kuleshow, en el convencionalismo de los decadentes críticos progresistas o en los límites de la arquitectura urbana.

Alicia Framis se esfuerza por interrogar la realidad, por destruir los códigos del comportamiento social. Sabe que en Tailandia, en China, en Camboya, los niños son vendidos para asesinarlos después y comerciar con sus órganos. Así los multimillonarios occidentales pueden trasplantarse lo que necesitan para seguir jodiendo a todos unos años más. Su Not For Sale sobre el torso desnudo de los adolescentes es un work-in-progress más profundo que el intento de convertir Guantánamo en un museo que repela el horror. Me emociona, en fin, Alicia Framis. Me emociona ella, más que su obra, que a veces me enerva, a veces no la entiendo, que en ocasiones es de hierro, en ocasiones de seda, como la tempestad contra la calma.

Alicia Framis ha escondido cerezas rojas bajo la nieve, gime con la voz del vértigo y el olvido, se orgasma con la lepra opaca del azogue, yace en el lecho candente de la infancia atropellada, ama el vientre solidario del cuchillo, se araña con los espinos enlunados, busca la luz bajo las fosas. Y no la encuentra, no la encuentra, no encuentra la luz ni la esperanza. Alicia Framis es el ser y el tiempo de Heidegger, el chorro de sed de las aceñas clandestinas, las lágrimas por la libertad no conquistada. Alicia Framis, entremos juntos, tu y yo, más adentro en la espesura, hasta besar la oscura herida del alma de San Juan de la Cruz. Pero ese es otro cantar, el cantar de los cantares. l

Zigzag

Felipe II, Antonio Pérez, Escobedo, Juan de Austria, la princesa de éboli, los personajes de La conjura de El Escorial, cuando en el Imperio español no se ponía el sol, las doce en punto de la gloria, el Rey Católico ordenó el crimen de Estado contra Escobedo, en una decisión actualizada por el señor X y los Gal cuatrocientos años después. Gran interpretación de Puigcorbé. Extraordinaria dirección de Antonio del Real. Pocos defectos, escasos errores, ambientación rica de calidad y realismo. A Gregorio Marañón le hubiera extasiado la película. También a Pemán, que estrenó en el patio de El Escorial Las soledades del Rey, cuando los teólogos justificaban el injustificable crimen de Estado y el Monarca rezaba devotamente el rosario tras decidir el asesinato.