Primera palabra

Pere Gimferrer. Mientras empalidece la luz desvencijada

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española

2 octubre, 2008 02:00

El poeta encuentra en la voz de la amada su principio y su fin. Ella es un murmullo de nieve penetrada, la rosa blanca de la amanecida, la noche de Walpurgis en la almena de oro de su cuello, en el avispero dorado de su pubis, en la danza de la fertilidad. Le duele al enamorado la herida de las batallas pálidas. El viento de ayer remueve en los cabellos de ella a un león dorado que erecta en su cuerpo la profecía del jazmín.

Tiene la amada la piel en llamas cuando yergue la espalda de espigas en caliente mármol aradas. El amado se anega en el azul del aire que a borbotones le depara la luz encendida. Hay como una pradería de recentales en la hogaza caliente de sus pechos, en sus ojos de añil crepuscular, en su cegado ajuar de mariposas, en las aguas oscuras del olivo, como el gánguil en la cosecha del aire despeinado, mientras empalidece la luz desvencijada y el pájaro de nieve planea para sembrar la claridad.

Pere Gimferrer se ha instalado en la cumbre más alta de la poesía española, hoy. Ganará para España el Premio Nobel de Literatura por su obra en catalán, esa lengua maravillosa que es un vaso de agua clara. La lengua de Pla y Maragall. Escribí hace años que la poesía de Gimferrer es el polvo de estrellas de los sexos vueltos a la mar mediterránea, el furor y la miel de los vientres desnudos, el esplendor de los muslos soleados, los escotes de fruta fresca, las rotundas caderas rientes y tersas, la suntuosidad de la carne, en fin, que se eriza indiferente a las cenizas inhóspitas, a la zozobra de los hombres de buena voluntad. No me equivoqué. En Tornado, Pere Gimferrer se ilumina con un fulgor de amor y pasión por la amada nueva, a la busca del tiempo perdido, tras el Rimbaud de Jugurtha y Le bateau ivre.

El poeta bebe en la copa dorada los cálices del aire, cabalga sobre los cuatro corceles de azul, se estremece ante las ojivas caídas de la noche, ante la pálida rosa del vivir. En los ojos cerrados del amor se le derrama el tarot de los cuerpos azufrados. Canta entonces sobre los pliegues de la luz desnuda. El cuerpo a cuerpo del amor en vilo, como el Alberti de los poemas de la pasión incierta, se convierte en noche de luna agarena. Asomado al brocal del vientre de la amada, el poeta palpa su clítoris de seda, la zarza ardiente de su pubis rubio, el cuerpo nevado que llamea.

La boca destrenzada de ella ofrece un país de pétalos de arcilla, la ciudad de Octavio Paz, piedra de sol y párpados quemados, cuando los pechos de la enamorada son dos iglesias donde oficia la sangre sus misterios paralelos. Hierve la doncella de perfume azul. La pinza nevada de los dedos amados apresan las dádivas del rayo. Tiene ella los ojos mismos del agua y su cuerpo es la castidad definitiva. Es Galaad.

Las sílabas del viento, en fin, se esconden en su mirada. Empalidece en sus ojos la tarde de grana. Arde en su cuerpo el mar y en su mirada de viento late el fuego final. Es otra vez San Juan de la Cruz, que vuelve, con su llama que consume y no da pena, Aminadab enmascarado, atizando a ciegas la emboscada nocturna del sexo y la caballería que, a vista de las aguas, desciende por los versos de Gimferrer hasta la unidad en ella de Vicente Aleixandre y el gemido último de la consumación del amor. l

ZIGZAG

En pocas ocasiones un artículo literario me ha proporcionado correspondencia tan extensa y continuada. El 80% de lo recibido es una crítica frontal y vejatoria de Alicia Framis. Hay que tener mucha personalidad, como Angélica Liddell en teatro, para levantar semejante polvareda de invectivas y crueldades. Pintores de cierto renombre me escriben para pulverizar la obra de Alicia Framis, para ponerme en la picota por los elogios que dediqué a la artista en mi artículo Entremos más adentro en la espesura. No voy a combatir las razones de mis comunicantes, que en algunos casos son viscerales pero en otros bien argumentadas y moderadas. El último arte de la vanguardia dura suscita lógicamente reacciones de estupefacción y, también, ariscos rechazos. Siempre ha sido así. Pero tendré que dejar constancia, claro está, de ese 20% que elogia sin reservas la obra provocadora de Alicia Framis o que, en lugar de despreciar lo que se ignora, muestra su curiosidad por una artista a la que la publicación cultural de referencia en España, la revista que el lector tiene entre las manos, dedica su artículo de tercera página para glosar e interpretar el nuevo fenómeno de la vida intelectual española. Decía yo que Alicia Framis es el chorro de sed de las aceñas clandestinas, que vive en el ser y el tiempo de Martin Heideegger. La correspondencia recibida me reafirma en la idea de que es necesario seguir de cerca a esta mujer de feroz independencia, desbordada imaginación, arrolladora personalidad. Como una tempestad, en fin.