Image: La sacralización de la memoria

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Primera palabra

La sacralización de la memoria

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

27 noviembre, 2008 01:00

Luis María Anson

El velo islámico convive con el tanga brasileño en algunas naciones europeas como España y Francia. El choque de las civilizaciones del que habla Tzvetan Todorov se puede superar en las sociedades abiertas. Conocí al pensador búlgaro en Oviedo durante los actos que culminaron en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Me agradó su sinceridad y su lucidez. Todorov piensa que nunca existirán los Estados Unidos de Europa. Yo creo todo lo contrario. Caminamos de forma ineluctable hacia una organización política que permita a los europeos competir con las naciones que se van a disputar a mordiscos la carnaza de la economía globalizada del futuro. Es una cuestión de supervivencia, por encima de realidades históricas. Si los europeos no se unen políticamente no podremos competir con Estados Unidos. Tampoco con China, India o Australia.

Tiene razón, sin embargo, Todorov al denunciar el reduccionismo al que tan aficionados son, no ya los periodistas, sino los filósofos del mundo occidental. No se puede identificar, por ejemplo, el Islam con el islamismo y, mucho menos, el islamismo con el terrorismo. En El miedo a los bárbaros, Todorov arranca las máscaras de los temores occidentales dentro del desorden mundial que padecemos. "El miedo a los bárbaros -asegura- es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros".

Comprometido desde hace muchos años en lograr el entendimiento y la unidad de la Europa del Este y la del Oeste, Todorov hace equilibrios sobre el filo del alfanje de la utopía, pero participa de la pasión democrática de Benjamin Constant, cree en el espíritu de las luces y alienta la libertad y la justicia. No es ajeno, por cierto, a la proyección cultural española en el mundo. Sus Relatos aztecas, y su ensayo sobre la conquista de América, resultan aleccionadores. Escribe bajo la llama fatigada de Rousseau. Se considera un historiador de las ideas y es propiamente un filósofo de la Historia. En la conversación que varios escritores mantuvimos con él en Oviedo, Todorov se alineó con la razón y en contra de la memoria histórica, más precisamente en contra de la sacralización de esa memoria. Su idea es clara y sin veladuras. La memoria no es buena ni mala. Depende de cómo se emplee. Sacralizada es siempre un error. La memoria nos puede conducir a grandes aberraciones como ver a Hitler en todos los dictadores o como la exhumación de épocas y cadáveres que están mejor donde están para su estudio y análisis, no para convertirlos en armas arrojadizas que abran de nuevo las llagas a veces a medio cicatrizar en las sociedades de Europa.

Las naciones europeas, tan radiantes, son para Todorov los países del miedo. Lo tienen todo y temen perderlo ante el acoso de las economías emergentes, de la inmigración galopante, del terrorismo indominable. Arnold J. Toynbee escribió en 1974, poco antes de morir, que estábamos ya en una nueva guerra mundial no convencional, la del terrorismo y la inmigración. Todorov no es ajeno a esta idea y por eso piensa que las naciones occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, tienen derecho a defenderse de tanta agresión. Deben hacerlo de forma proporcionada. En otro caso se repetirá Vietnam, se repetirá Iraq, se repetirá Afganistán. En Face à l'extrême desarrolla su idea de la moderación y la concordia. EE.UU. no es para Todorov un continente sin contenido, aunque los norteamericanos deben recorrer un largo camino hasta arribar a la madurez y asumir el peso de la púrpura.

A Europa, en fin, le faltan actualmente pensadores de referencia. Ni Ortega ni Jasper ni Sartre ni Toynbee ni Maritain ni Heidegger ni Huizinga ni Spengler o Russell existen hoy. Al menos con la autoridad que aquellos hombres tuvieron. Todorov es de los pocos intelectuales en los que alienta la autoridad y la cordura. Pero hay que encender otros faros para iluminar las sendas del futuro sin miedo a los bárbaros que llegan.

Zigzag

Tenemos a Velázquez, Goya, Picasso. Tenemos a Cervantes, Quevedo, Lorca. No tenemos a Bach ni a Mozart ni a Beethoven ni a Mahler ni a Verdi. En los circuitos internacionales de ópera no se representa una sola obra española. En los de concierto, tampoco, salvo aisladamente algún Rodrigo, algún Falla. En música existimos en el mundo gracias a los solistas --Casals, Segovia, Paco de Lucía- o a los cantantes: Plácido Domingo, Montserrat Caballé, José Carreras. Por eso me complacen tanto los éxitos de Cristóbal Halffter, cada día más reconocido internacionalmente. Su Adagio en forma de rondó conmovió hace cinco años al público más entendido del mundo: el de Salzburgo. Su ópera Don Quijote ha triunfado plenamente. El verano pasado la música de Halffter asombró en Santander. Hombre independiente, que no pertenece a los circuitos políticos, Halffter no lo tiene fácil. Siempre he pensado que se merece el premio Príncipe de Asturias. Con la gran proyección internacional de este galardón su música recibiría el empujón que necesita en el mundo.