Image: El mito de Paco Cano

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Primera palabra

El mito de Paco Cano

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española

24 diciembre, 2009 01:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

Conozco a Paco Cano, no sé, de toda la vida. He estado con él en docenas, tal vez en centenares de corridas de toros. Es un periodista vivaz, trabajador, imaginativo, ávido de luces y sombras. Paco Cano se expresa con la cámara no con la pluma. Hace un par de años, quizá tres, le entregué un premio en la exposición que de su obra fotográfica se hizo en el hotel Wellington. Llegó apresurado porque venía de Valencia en su automóvil conduciendo él. Tenía 94 años.

Hablamos de Ortega y Gasset y de Manolete. Ortega, primera inteligencia del siglo XX español, tenía una concepción profunda de la que significa el arte taurino y dejó en papeletas su libro Paquiro o de los toros. Paco Cano le había fotografiado muchas veces en los tentaderos, incluso toreando al alimón con Domingo Dominguín. Es una imagen reveladora.

Las fotografías que hizo Canito de Manolete dieron la vuelta al mundo. El mito murió corneado por Islero, toro de Miura, en circunstancias que todavía hoy encienden el debate. Paco Cano asistió a la agonía del torero. Fotografió su último suspiro y retrató después la serenidad de su rostro muerto.

Andrés Amorós ha puesto pórtico certero al libro Mitos de Cano. Es un pedazo de la Historia de España que cuelga tras los bastidores. El periodista no sólo ha fotografiado a muchos de los grandes personajes españoles en su momento cumbre de popularidad sino a los extranjeros que desfilaron por las plazas de toros para contemplar la escultura viva que la Fiesta exhibe sobre el albero.

Canito descubre a un doctor Fleming exultante bajo el sombrero cordobés; a un Francisco Franco, grotesco, disfrazado de cazador; a un Luis Miguel Dominguín altivo; a un sobrio Ortega y Gasset; a una Ava Gardner, en la época en que yo la conocí, y que se sale de las fotos de tanta belleza y tanto licor. El lector contemplará en este libro singular a la mejor Marisol; a una Lina Morgan inaccesible, el Charlot español como la llamaba Buero Vallejo; al maestro Rodrigo, en la soledad sonora del silencio; a una princesa Soraya, emperatriz de Persia, sonriente y divertida; a Hemingway, embobado ante Antonio Ordóñez; a Orson Welles, comilón y agresivo; a Grace Kelly, con el marido ese raro que tenía, Rainiero de Mónaco, ella era la princesa verdadera; a Gary Cooper que no estaba en los cielos; a Cayetana Alba, que, desde Liria, atraía a todos como el panel a la abeja cautiva.

Concha Piquer, Carmen Sevilla, la descomunal Sofía Loren, Lola Flores, torbellino de colores, Charlton Heston, Bing Crosby y Yul Brynner desnudan su alma ante Canito. También Deborah Kerr. Y una Lucía Bosé, que no se puede ser ni más interesante ni más guapa a como era esta mujer. ¡Qué barbaridad de señora! No falta, claro está, un Manolete distinto y una Lupe Sino feliz. Ni un joven Antonio Gades al borde de la pirueta.

No es la fotografía de Cano propiamente artística, aunque en ocasiones se recree en la belleza. Es, sobre todo, periodística. Canito ha sido testigo de la pequeña historia y con sus 97 años, aún en activo, puede dar testimonio personal y gráfico de algunas de las grandes celebridades del siglo XX, casi todas desaparecidas. Arnold J. Toynbee, mi maestro, decía que la fotografía se estaba convirtiendo en el alma de la Historia. La fotografía y la imagen móvil de la cámara cinematográfica. Como testimonio histórico, ha sustituido a la escultura y a la pintura para las generaciones venideras.

Paco Cano lo confirma en este libro en el que nos deja muestras asombrosas de la intrahistoria que él ha vivido. Hacía mucho tiempo, en fin, que no me hacía disfrutar tanto la contemplación de un libro de fotografías.

Zigzag

"Fue fácil sacar al hijo de puta que llevamos dentro". Liz Perales le ha "sacado" a Gonzalo de Castro, en una excelente entrevista, no sólo el hideputa que se le asoma a los ojos y le alienta en la mirada, sino su concepto de Glengarry Glenn Ross, es decir, la competencia cachicuerna de siete empleados manejados por la sabiduría de Mamet y la habilidad de Veronese. Durante unos días no se ha hablado de otra cosa en el ágora teatral. Sólo Sergio Candel y su Por dinero le ha superado.