Image: Andrea Chénier

Image: Andrea Chénier

Primera palabra

Andrea Chénier

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española

5 marzo, 2010 01:00

María Callas fue una pantera sobre el escenario al interpretar La mamma morta, el aria mítica de Andrea Chénier. Fiorenza Cedolina se quedó en una ratita y no hubiera superado un casting medianamente exigente. Los entendidos en ópera se revolvieron en sus sillones del Teatro Real al comprobar la endeblez de una soprano que hiere gravemente el esfuerzo general de la puesta en escena y la perfección técnica de Marcelo Álvarez, espléndido tenor que se aproxima a los más grandes.

A pesar de mi larga afición a la ópera, sostenida incluso cuando no teníamos otra alternativa en Madrid que el teatro de la Zarzuela, no había tenido ocasión de asistir a una representación de Andrea Chénier. La interpretaron, por cierto, en aquel teatro Montserrat Caballé y José Carreras, estando ausente yo por mi trabajo de enviado especial por el mundo.

Así es que decidí acudir al Teatro Real con buen ánimo. No puedo decir que salí defraudado, pero tampoco deslumbrado. Me pareció espectacular la escenografía sobre todo al levantarse el telón en el tercer acto con la bandera francesa como un Rothko gigante cubriendo el fondo del escenario. También el teatro, medio quemado, medio derruido, que acentúa el drama de un poeta revolucionario, juzgado, primero, guillotinado, después, por la propia Revolución.

La intensidad dramática de la obra se fragilizaba a causa de la torpeza de la soprano que dificultó incluso los dúos con Marcelo Álvarez sobre todo en las escenas finales de una obra, que no araña a las grandes del circuito, pero que es estimable y, a ráfagas, excelente. La música de Umberto Giordano, no lo vamos a descubrir, es lo que es y la excelente orquesta del Real le sacó máximo partido. Hay que aplaudir a Víctor Pablo Pérez, no así a Giancarlo del Mónaco que tiene grandes aciertos en la escenografía y se muestra irregular en el movimiento escénico sobre todo en el primer acto, con los figurantes demasiado apelmazados, murallas humanas ante el espectador.

La crítica especializada ha dicho ya lo que tenía que decir sobre esta producción de Andrea Chénier. En mi opinión, el Teatro Real ha hecho bien en programar una ópera, montada de forma convencional, tras la Lulú de Alban Berg, que tanto me hizo disfrutar. El público de la representación a la que yo asistí ovacionó la obra pero no de forma indescriptible. La gente se quedó más bien fría. No llegó a emocionarse, tal vez por las irregularidades de la soprano, tal vez porque todo, casi todo, es un poco decadente en Andrea Chénier. Al salir del espectáculo, estuve con personas especialmente entendidas. Estoy seguro de que la mesura de Gregorio Marañón tendrá previsto lo que necesita para el futuro el Teatro Real, que debe ser el nido de los aficionados a la ópera y no un elegante salón de encuentro social. Las espadas están en alto y Mortier debe potenciar y modernizar la programación sin caer en excentricidades. Jugar con fuego no es lo más adecuado para satisfacer al público madrileño, cada vez más entendido, cada vez más exigente, alerta de que no le engañen con gatos que deben ser libres.

ZIG ZAG

Hay quienes coinciden ideológicamente con Juan Cruz; hay quienes de él discrepan. No creo que nadie seriamente pueda negar la calidad de su escritura, su capacidad para el análisis crítico y su vasto conocimiento del mundo literario. He disfrutado mucho leyendo su Egos revueltos. La objetividad crítica y una tremenda descarga de ironía incendian los relatos de este libro. Juan Cruz recorre en su camino el alma de muchos de los grandes escritores contemporáneos a los que ha conocido personalmente, sobre todo españoles e iberoamericanos. Desde Cela a Octavio Paz, desde Cabrera Infante a Jorge Luis Borges, desde Juan Benet a Caballero Bonald, la caravana de novelistas, poetas, ensayistas, discurre por la pluma de Juan Cruz de forma incesante. El nuevo libro del autor suscitará muchas adhesiones aunque tendrá no pocos detractores por la sinceridad descarnada de algunos pasajes. Yo me sumo a las adhesiones.