Image: El Anson de Forcada y Lardíes

Image: El Anson de Forcada y Lardíes

Primera palabra

El Anson de Forcada y Lardíes

Por Luis María Anson, de la Real Academia EspañolaVer todos los artículos de la 'Primera palabra'

9 abril, 2010 02:00

Hace sólo unos meses no conocía yo ni a Daniel Forcada ni a Alberto Lardíes. Ni siquiera había oído hablar de ellos. Cuando mi secretaria me dijo que querían hacerme una entrevista contesté que sí, porque siempre atiendo a mis compañeros profesionales.

Les recibí un poco despreocupadamente. Me equivoqué. Nos sentamos en torno a la mesa redonda de mi despacho de El Imparcial.es y me anunciaron que querían entrevistarme porque estaban escribiendo un libro sobre mi persona. Se me pusieron los vellos como las lanzas que le regalan a Carod Rovira. Hace unos años Jesús Picatoste, uno de los grandes periodistas que ha dado la profesión en el último medio siglo, me dijo que quería escribir un libro sobre mi vida profesional. Le disuadí. Las biografías suelen escribirse sobre personajes muertos y a mí no me divierte que me cadavericen. Ahora me encontraba acosado en mi propio despacho por dos periodistas desconocidos que me escrutaban con cierto cachondeo en la mirada y que se manifestaban con la seguridad de la inmadurez. Coño, qué situación. El viejo principio de la libertad de expresión al que he dedicado toda mi vida predominó una vez más en mí.

-Podéis preguntar lo que queráis -les dije con la boca chica.

Y vaya si lo hicieron. Sacaron sus grabadoras sin pedir permiso, las acondicionaron con esmero, abrieron sus cuadernos y me vapulearon con una agresividad propia de su edad y su profesión. Aquello me gustó. Es lo que hubiera hecho yo a su edad. Lo que hago todavía. Así que durante un par de horas tiramos a florete con resultado incierto.

Estaban empeñados en que les hablara mal de Guillermo Luca de Tena y de José Manuel Lara, dos de los empresarios con los que he lidiado en mi vida profesional. No consiguieron sus propósitos. Les contesté con preguntas. No me sacaron una palabra de crítica negativa sobre los personajes a los que esperaban que yo zumbara mirando hacia atrás con ira. Pero yo no he sido nunca la mujer de Lot. Siempre he mirado, lo sigo haciendo, hacia adelante.

Repetimos la entrevista varias veces. Era verano y hacía calor. Los diálogos dejaron de ser debates. Se apaciguaron. Sobre los recuerdos que yo había desgranado, ellos venían a la siguiente entrevista con las pruebas. Me traían crónicas, recortes de periódico, artículos de hace cincuenta años. Me agradó su esfuerzo de investigación. Y, sobre todo, que comprobaran la exactitud de lo que les decía, a pesar de los años transcurridos. Han contrastado todo, por cierto, a través de docenas de entrevistas a escritores, políticos, periodistas del más diverso pelaje que me han conocido con algún detenimiento.

Y bien, Forcada y Lardíes ya han situado su obra en las librerías. Se está vendiendo como los viejos churros de las verbenas. Me alegra saberlo. Anson, una vida al descubierto es un libro de 550 páginas alfombradas con un arsenal de datos, robustecidas por una escritura sobria y sin concesiones retóricas. No hay paja en la obra de Forcada y Lardíes. Todo es grano.

He dedicado el último fin de semana a leer el libro. Me han irritado algunas cosas de forma considerable. Ni me han gustado ni son justas ciertas críticas. Otras, tal vez sí. Tampoco me han gustado determinados elogios. Los autores han ejercido su libertad de expresión y yo a ella me someto. Faltaría más. No era fácil escribir un libro sobre una persona viva. Daniel Forcada y Alberto Lardíes han salido airosos del gran trabajo que han realizado y que los lectores, no yo, deben juzgar. l

Zigzag

Quedó el escultor tan satisfecho de la perfección de la escultura y el realismo del retrato que, tomando la maza, golpeó con ella la frente del retratado y ordenó:

-¡Habla!

Y la escultura habló.

-¿Y qué dijo?

-Dijo: “¿Por qué no golpeas con la maza la frente de tu padre, rico?”

Esta es una de las historias que la genialidad indiscutida de Antonio Mingote derrama en su último libro, El caer de la breva, que es una transparente delicia.