Lectura de El Corán
Por Luis María Anson, de la Real Academia EspañolaVer todos los artículos de la 'Primera palabra'
16 abril, 2010 00:00Tenía yo poco más de veinte años cuando leí por primera vez El Corán. Me pareció un monumento a la dimensión espiritual del hombre, un libro excepcional lleno de sugerencias para la reflexión profunda. Junto a la Biblia, el Talmud, el Ramayana, el Tao te King, los Vedas, el Kalerak, el Bardo Thodol, el Chu King o el vedanka sankárico, El Corán es un libro imprescindible para entender la significación de la espiritualidad en la Historia Universal.
Hace seis años releí El Corán en la traducción rigurosa de Juan Vernet. Me reafirmé en la impresión que me causó durante mis años jóvenes. Como el Viejo Testamento, tiene algunos pasajes que requieren interpretación actualizada para que los fundamentalistas no consideren justificada la violencia. Pero, en su conjunto, El Corán es un libro de paz, de concordia, de convivencia y solidaridad.
Eso no quiere decir que la doctrina coránica no contenga determinadas enseñanzas que colisionan frontalmente con la Constitución española. En la azora IV de El Corán, al-Qur´ân, la lectura, versículo 38, se afirma:
“Los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de sus riquezas en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos en lo que Dios mandó ser reservado. A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas”.
En la azora II, versículo 228, se añade: “… los hombres tienen sobre ellas preeminencia”. De estas afirmaciones deriva, según Samir Khalil Samir, “una tradición secular que otorga al marido una autoridad casi absoluta sobre la mujer, confirmada asimismo por varios hadices”.
Para que Bibiana Aída se entere bien, en el Islam el hombre puede tener al mismo tiempo cuatro mujeres, es decir Pepiño Blanco podría estar casado a la vez con la propia Bibiana, con Leire Pajín, con Maleni y con María Teresa Fernández de la Vega. La hembra sólo puede casarse con un varón.
Según Samir Khalil Samir, en el Islam, el marido “tiene la facultad de repudiar a su mujer repitiendo tres veces la frase: ‘queda repudiada', en presencia de dos testigos musulmanes varones, adultos y en su sano juicio, incluso sin recurrir a ningún tribunal”. La mujer no puede repudiar al marido.
Si en una familia hubiesen varios hermanos, hombres y mujeres, al varón corresponde en la herencia “una parte igual a la de dos hembras”, según el versículo 11 de la azora IV coránica. Conforme a un hadiz de Mahoma, el testimonio en los juicios del varón vale como el de dos mujeres.
Aunque ciertos alfaquíes se esfuercen por suavizar el alcance de las penas canónicas que derivan de El Corán, éstas, según afirma Samir Khalil Samir “preven la amputación de la mano para los ladrones, de la mano y del pie para los atracadores, cien golpes de caña para los fornicadores, la lapidación para las adúlteras, la crucifixión para los apóstatas”.
Los fundamentalistas han interpretado la azora IX, versículo 75, de El Corán en el sentido de que la apostasía debe ser castigada con la muerte. Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos fue condenado a la última pena en 1989 por una fetua del ayatolá Jomeini. Declarar apóstata a un musulmán es de hecho condenarle a muerte. El musulmán no puede proclamarse ateo o adherirse a otra religión. Pero ¿cómo se pretende convertir al cristianismo a un musulmán cuando si se produce la conversión éste será condenado a muerte?
En mi opinión, la simpática Bibiana Aída, a la vista de estos textos, que colisionan con la Constitución española al establecer la discriminación por razón de sexo, así como el derecho a la violencia doméstica contra la mujer, debería exigir a José Luis Rodríguez Zapatero que su Gobierno deje de subvencionar en las escuelas públicas españolas, con el dinero de todos, la enseñanza de la religión coránica. Tal vez eso sea más importante que extirpar de las aulas unas cruces que permanecen desde hace siglos, y antes que nada, como un símbolo cultural, extendido a los más diversos aspectos de la vida en las sociedades occidentales.