Me dijo que se llamaba Nadiuska. No decía la verdad, pero qué más daba. Era una mujer deslumbrante, de ojos con transparencias verde azules y una piel que cimbreaba. Me la presentó Vicente Escrivá en una cena privada. Tenía 18 años. Triunfó arrolladoramente en el cine. Hizo varias docenas de películas. No era una gran actriz. Era una estrella. Ganó ríos de dinero. Se lo gastó todo. Fue una antecesora de Zapatero en las dádivas y el derroche. Se arruinó hasta la miseria. Recuerdo aquellas fotografías terribles de Nadiuska, muchos años después, durmiendo en la calle canalla de Madrid, rodeada de cartones para combatir el frío. Terrible. De la gloria a la mendicidad, las pavesas de la belleza.

Se trata de un caso extremo, por supuesto. Pero son muchos los actores y actrices que, después de una vida de éxitos, se ven reducidos a una situación económica límite. Es algo que va con la profesión, lo mismo en el teatro que en el cine. Por eso, en casi todas las grandes ciudades culturales, existe la Casa del Actor, es decir, un lugar al que pueden acudir los actores y actrices desfavorecidos. Allí encuentran albergue y residencia, así como un hospital abierto a todas las gentes pero con atención preferente y gratuita para los que hicieron las delicias del público en las salas de teatro o ante las pantallas de cine.

El alcalde de Las Rozas, Bonifacio de Santiago, que es uno de los hombres más serios y sólidos con que cuenta la política nacional, otorgó un terreno de 10.000 metros cuadrados para que en él se construyera la Casa del Actor y el centro hospitalario correspondiente. Tras vicisitudes sin cuento, se ha avanzado de forma considerable en un proyecto en el que se trabaja desde 1996, cuando fue constituida la Fundación Casa del Actor.

Julia Trujillo resultó elegida por sus compañeras y compañeros presidenta de la Fundación. Es una actriz con cuarenta obras de teatro a sus espaldas, varias películas e incontables trabajos en televisión. Ha demostrado eficacia en la gestión que le han encomendado. Es una mujer inteligente y trabajadora. Está superando hábilmente las dificultades incontables con que se tropieza. Necesita que la ayuden. Precisa de apoyos de todo tipo, sobre todo económicos, para terminar este proyecto socialmente tan necesario. Por eso yo he desentumecido hoy los puntos de mi pluma con palabras de aliento para ella, de colaboración para los que me leen.

La Casa del Actor no se puede quedar en un solar magnífico, unas obras de excavación, vallado y cimentación concluidas. Hay que terminar cuanto antes el Centro Residencial para dos centenares de personas y el Hospital que lo completa y garantiza. Madrid es junto a Nueva York, Londres, París, Buenos Aires, Berlín, Shanghai, Los Ángeles, Tokio, Pekín, México, una de las grandes ciudades culturales del mundo. La Casa del Actor no se puede quedar en una entelequia, en una interrogación abierta sobre el cielo madrileño. Hay que hacer el esfuerzo necesario para ayudar a Julia Trujillo y a su equipo a que coronen la obra magnífica que han emprendido y que ya existe en las ciudades del mundo con las que culturalmente competimos.

Sabino Fernández Campo, a la sombra del Rey Juan Carlos, ha intervenido en acontecimientos relevantes de la historia actual de España. Ha sido, además, testigo del temor y el temblor de la agonía del dictador, de la elevación al Trono de Juan Carlos I, de la abnegación, la inteligencia y el patriotismo de Juan III, de la acción de Adolfo Suárez, de la política de hombre de Estado de Felipe González, del intento del golpe del 23 F de 1981, de la prosperidad de la nación española en progreso y libertad, del acoso secesionista de los nacionalismos estériles. En el libro Escritos morales y políticos el lector encontrará muchas de las claves que han presidido una vida de servicio a España, llena de coherencia, de seriedad y de buen sentido. Son páginas aleccionadoras impregnadas por la moderación y la prudencia de Sabino Fernández Campo, que Ediciones Nobel ha agavillado certeramente para satisfacción de los admiradores del militar desaparecido.