Image: Lecturas de verano, 4

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Primera palabra

Lecturas de verano, 4

3 septiembre, 2010 02:00

Me han desilusionado los poemas de Martin Heidegger, traducidos con nervio literario por Alberto Ciria. El autor de Ser y tiempo figura a la cabeza de la filosofía del siglo XX. La calidad y la profundidad de su obra ontológica no admite discusión. Pero me parece un poeta mediocre. Ni sus poemas de juventud ni sus pensamientos poéticos posteriores son gran cosa. Rubén Darío decía que un buen verso resume en dos líneas un libro de filosofía de mil páginas. Y no le faltaba razón. Él lo consiguió en Lo fatal. Heidegger necesita el libro extenso para intentar la explicación de adónde vamos o de dónde venimos. Es un filósofo, no un poeta.

Saludé a Bertrand Russell, allá por los años sesenta del siglo pasado, en un hotel londinense, cuando le contraté artículos para el dominical del ABC verdadero. Recuerdo aquella conversación como si se acabara de producir. Era un anciano lúcido. He releído ahora en la calma del estiaje Por qué no soy cristiano, la traducción de Josefina Martínez Alinani, revisada por Javier Lacruz. No coincido con muchas de las afirmaciones de Bertrand Russell pero me parece obligado subrayar la claridad de sus ideas y la sinceridad con que las expresa. Se trata de un libro imprescindible. Su lectura me ha producido ahora tanta satisfacción y reflexión como la primera vez cuando leí el ensayo provocador en los años cincuenta del siglo pasado.

Luis Alberto de Cuenca es uno de los poetas grandes de la lírica actual. Respaldado por una formidable cultura, el poeta recoge en El reino blanco cerca de un centenar de poemas en los que se enciende la sensibilidad intimista, desde el alma de las cosas del verso largo hasta el fulgor del haiku japonés. Luis García Montero ha cuidado la edición en la Colección Palabra de Honor, tras la cual está el gran Chus Visor.

Begoña Aranguren, que es una de las mujeres más inteligentes que he conocido a lo largo de mi vida profesional, ha novelado los amores prohibidos de Alfonso XIII, zarandeados por el telón de fondo de la Reina Victoria. La arquitectura literaria de El amor del Rey es sólida pero sobresale la recreación del clima de aquella España dorada, de aquella Corte corrupta, anticipadora del derrumbamiento de la Corona, de aquella tórpida aristocracia que rodeaba y condicionaba al Monarca. Escrita en primera persona, la novela se ilumina a ráfagas de sagacidad psicológica y de conocimiento profundo de la condición humana.

Con una escritura a veces deslumbrante, enriquecida por el vocabulario rural, Abel Hernández pone un espejo delante del campo entumecido de los años cuarenta y retrata una sociedad vital en la que desarrolló su infancia y adolescencia. El autor de El caballo de cartón ha escrito un excelente libro de memorias, aleccionador en muchos aspectos, sobre todo por el recuerdo de una época que se fue para siempre pero que exige la reflexión de aquellos que ahora lo tienen todo frente a los que no tuvieron de nada, salvo la ilusión de construir una España mejor.

Manuel Piedrahita es uno de los profesionales más sólidos que ha dado el periodismo español en las últimas décadas. Para cualquiera que aspire a tener una idea clara del papel de la televisión en España, la lectura de TVE en la encrucijada resultará imprescindible. Piedrahita hace una sagaz reflexión de lo que significa o debe significar una televisión pública y de los graves errores que se han cometido hasta situarla en las fronteras de la incertidumbre sobre su futuro.

Con A contracorriente Jean Daniel pone de relieve la dimensión de Albert Camus en el mundo del periodismo. Se trata de un ensayo muy lúcido. El periodismo es una ciencia de la información. También un género literario, como la novela, la poesía o el teatro. Aun más, si en España el género literario predominante fue la poesía en el siglo XVI, el teatro en el XVII, el ensayo en el XVIII, la novela en el XIX, habrá que convenir que el periodismo lo fue en el siglo XX y que una buena parte de la literatura como expresión de la belleza por medio de la palabra se hizo durante la centuria pasada en las páginas de los periódicos.