Image: Vargas Llosa, Gimferrer, los que traen la lluvia

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Primera palabra

Vargas Llosa, Gimferrer, los que traen la lluvia

26 noviembre, 2010 01:00

Si analizamos la creación artística desde Goya a Dalí, desde Picasso a Barceló, desde Doré a Benlliure, desde Rafael Alberti a Pérez de Ayala, desde Ortega y Gasset a Federico García Lorca, ¿quién se atrevería a negar la incardinación de la fiesta taurina en la más alta expresión cultural? La novela, la ópera, el teatro, la pintura, la escultura, la poesía, sobre todo la poesía, se encogerían sin la aportación de los toros a la creación artística.

Corazón cruel de la ceniza, quema el tacto salobre y desahuciado por los perfiles de la escritura de Javier Villán que ha hecho de la crítica taurina hondura intelectual y belleza literaria. Ángel Álvarez de Miranda escribió el mejor libro sobre toros de nuestra historia literaria al hundir las raíces de la fiesta en la religiosidad de Babilonia y Asiria, de Fenicia y Egipto, de Sumeria y Creta. El gran historiador, prematuramente desaparecido, hurgó como Gonzalo Santonja en las “corridas nupciales” de Alfonso X el Sabio (Cantigas de Santa María, códice de El Escorial, T-J-1) y descubrió un texto clave de Pedro Mártir Anghiera en su Opus Epistolarum. Ortega y Gasset, la primera inteligencia española del siglo XX, no terminó su obra proyectada y documentada Paquiro o de los toros y escribió: “La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultaría imposible comprender la segunda”. El autor de La rebelión de las masas hubiera disfrutado mucho leyendo Ritos y juegos del toro de Álvarez de Miranda. A mí me gustaría acabar de una vez mi libro El sacrificio de los toros, en el que trabajo desde hace muchos años pero me paso el día amarrado al duro mármol de la columna periodística.

Yo escuché, por cierto, el oscuro rumor de sangre derramada tras la cornada a José Tomás y estuve a pie de enfermería hasta que las manos sabias de García Padrós cosieron los desgarros del cuerpo cubierto de sangres varias, no hay cristal que las cubra de plata, abierto el muslo derecho, como un nazareno flagelado de espuma a espuma. El torero permaneció altivo e imperturbable. Su desdén era un dios. Y el premio Paquiro, conducido por el acierto de Luis Abril, coronó la gloria cultural del triunfo sobre el albero.

Este año un Jurado numeroso de expertos, al que no faltó nadie, porque el premio Paquiro no es sólo el más importante de España, también el de referencia, otorgó el galardón a dos intelectuales que han destacado en la defensa de la Fiesta, y que aúnan Europa y América: Pere Gimferrer, el poeta catalán y Mario Vargas Llosa, el novelista peruano. Ellos, junto a otros muchos, han significado la inteligencia al desenterrar la raíz cultural de una fiesta que es la escultura viva, el ballet del arte y el valor sobre la arena de las plazas de España, de Francia, de Portugal, de Perú, de Ecuador, de Colombia, de Venezuela... Y de México, el inmenso país que se encuentra hoy en la vanguardia de la expresión artística.

Con recuerdo emocionado a Andrés Fagalde Luca de Tena, que representaba el señorío del ABC verdadero, el nieto más destacado del fundador del periódico, el Jurado decidió nombrar como presidente, en sustitución obligada, a Fernando Almansa. El debate para otorgar el Premio fue muy vivo y algunas intervenciones como la de Jordi García-Candau y Enrique Múgica especialmente punzantes. El resultado de las votaciones complació a todos, con matices, claro.

Entre los arameos y los hetitas, el toro era el animal sagrado de la fecundidad. Era, en bellísima imagen, “el que trae la lluvia”. Vargas Llosa y Pere Gimferrer, en una época estulta y tórpida de exclusiones y cicaterías, nos han traído la lluvia del más profundo sentido intelectual de la cultura, al situar la fiesta de los toros en el lugar que le corresponde.