Víctor García de la Concha
Está encuadernado, como el Diccionario, en pasta española. Se atropella en sus venas la sangre arisca de las letras. Se le erecta cada madrugada la piel del filólogo. Le abruman las canas gramáticas y la ortografía. Le escuece la agresión a la palabra. Cerró los portones de la Real Academia Española a cualquier impregnación política. Se casó morganáticamente con la ciencia del lenguaje, de la que anda perdidamente enamorado. Durante doce años ha sido el inexhaurible centinela de la corrección. Ha convertido a la Academia en la institución tecnológicamente más avanzada de España. La presencia de la Casa en internet se ha hecho arrolladora. La vieja imagen de una Academia anticuada y esclerótica ha sido sustituida por la del dinamismo y la vanguardia. Siendo eso muy importante, la clave de la gran dirección académica de Víctor García de la Concha ha residido en la continuidad que dio a la visión anticipadora de Dámaso Alonso y a la eficacia de Fernando Lázaro Carreter en la defensa de la unidad del idioma. Hace ochenta años, el gran riesgo del español era que se escindiera en varias lenguas romance como ocurrió con el latín en la Edad Media. Dámaso Alonso se dio cuenta de que el “limpia, fija y da esplendor” debía continuar pero completándolo con el “conserva la unidad de la lengua”. El inolvidado poeta prefería que en las naciones hispanohablantes se empleara el mismo vocablo, incluso aunque fuera en inglés, que dispersarlo en términos ininteligibles de un país a otro.
Víctor García de la Concha se ha dejado la salud en el esfuerzo por intensificar la relación con las Academias de Iberoamérica, Estados Unidos y Filipinas. A base de sabiduría filológica, de profundo conocimiento literario, de habilidad negociadora, García de la Concha ha amasado la acción común de todas ellas sin sectarismos ni exclusiones, al margen de cualquier posición política. La tarea era más que arriscada y difícil. Era hercúlea. En sus incontables viajes a América estableció una red de relaciones personales que facilitaron el gran éxito de su gestión. Y ahí están sus realizaciones concretas, además de la próxima edición del Diccionario tradicional: la colosal Gramática, la renovada Ortografía, el Diccionario Panhispánico de Dudas, el Diccionario de Americanismos… Todas estas obras han sido firmadas por las 22 Academias. Víctor García de la Concha ha puesto así un espejo delante de la unidad del idioma para reflejar en él la ventura de una lengua que se acerca a los 500 millones de hablantes. No quiero silenciar algo que me parece obligado resaltar. Al esfuerzo de García de la Concha y las Academias por mantener la unidad del idioma han contribuido de forma decisiva los medios de comunicación, sobre todo la televisión con sus series y sus telenovelas, intercambiables entre los países hispanohablantes.
La dedicación plena, la atención permanente, la entrega enamorada a las tareas académicas han convertido a Víctor García de la Concha en un director modelo, con el que la cultura española ha contraído profunda deuda de agradecimiento. El Rey Juan Carlos I comprendió desde el primer momento la trascendencia del esfuerzo de Víctor García de la Concha y el año pasado le otorgó la máxima condecoración que se concede en el mundo: el Toisón de Oro.
Sin duda, el exdirector de la Real Academia Española habrá cometido errores y los cicateros de turno ya se están ocupando en señalarlos. En esta hora del relevo yo no lo voy a hacer por muchas razones. El balance entre aciertos y equivocaciones me parece abrumadoramente positivo. Nadie con el ánimo sereno podrá negar lo que aquí afirmo. Por eso, entre tantas menudencias, tantas insignificancias, tantas anécdotas, tanto premios sonajeros que presiden la vida intelectual española me complace subrayar hoy, ante los lectores de El Cultural, la obra magna de un escritor exigente, de un investigador minucioso, de un crítico implacable, de un académico ejemplar: Víctor García de la Concha.