Luis María Anson, de la Real Academia Española



A eso le llamo yo gastar bien el dinero. Carlos Slim es el nuevo rey Midas. Todo lo que toca lo convierte en oro. Su fortuna personal ronda los 80.000 millones de dólares. De vértigo. El empresario mexicano, que encabeza las listas de los hombres más ricos del mundo, ha financiado un edifico de vanguardia, obra del arquitecto Fernando Romero, para albergar las 70.000 piezas artísticas que ha atesorado a lo largo de una vida más preocupada por la cultura que por el negocio. El Museo Slim, recién inaugurado en la capital mexicana, es ya uno de los más importantes del mundo. Atesora artesanías, orfebrerías, muebles, objetos precolombinos, esculturas sobresalientes y pinturas de Leonardo de Vinci, de Tiziano, Miguel Ángel, Picasso, El Greco, Rubens, Tintoretto, Dalí, Van Gogh, Renoir, Sorolla, Van Dick, Toulouse Lautrec, Degas, Zurbarán, Monet, Diego Rivera… Y, sobre todo, la obra de Rodin. El soberbio escultor francés deslumbró desde niño a Carlos Slim, que ha comprado casi todas las esculturas que, en las últimas décadas, salieron a subasta o en los comercios de antigüedades. En los 17.000 metros cuadrados del Museo Slim se atesora hoy una muestra suprema del arte universal. Me han invitado a visitarlo y lo haré en cuanto me sea posible. Conocí a Carlos Slim durante la etapa en que presidí Televisa Europa y formé parte del Consejo de Administración de la gran compañía mexicana, Consejo en el que el fundador del museo era voz determinante.



Nunca llegué a conocer bien a la gran nación iberoamericana, a pesar de visitarla todos los meses durante muchos años. México es tan grande, tan asombroso, tan complejo, que resultaría una ingenuidad creer que se lo conoce a fondo. Octavio Paz me decía en su casa, después quemada, de la capital mexicana que los tejidos políticos, sociales, religiosos, culturales, raciales, de México eran demasiado sutiles y, por eso, el análisis de su realidad se hace contradictorio incluso entre los especialistas.



Hace tiempo leí un musculado trabajo de investigación sobre Carlos Slim escrito por José Martínez. Me gustó el libro que no era una diatriba ni una apología y en el que se dibuja el perfil de un hombre discreto, sosegado, austero, enamorado de las manifestaciones culturales. Una persona de bien, en fin, preocupada por la dimensión espiritual del hombre. Carlos Slim está a años luz de esos empresarios mexicanos con tendencia indeclinable al bóvido y al pienso, seguros en el redil, bajo las faldas del poder.



José Martínez cuenta en su libro que en un congreso económico en Nueva York, un despistado periodista yanqui preguntó a un prócer mexicano. "¿Este Carlos Slim es de México?" "No -contestó su interlocutor-. En absoluto. México es de Carlos Slim". Y lo que de verdad vale en el gran personaje no es su dinero ni su poder sino su conocimiento de la condición humana, su amor a los bienes de la cultura, su sencillez personal. Todo eso mana en él como la nieve desde las montañas y los cedros del Líbano donde están sus ancestros. A Carlos Slim, escribí en una ocasión, podrían aplicársele las palabras yacentes que se leen en el Museo Antropológico de la capital mexicana: "Estos toltecas eran ciertamente sabios. Solían dialogar con su propio corazón".

Recuerdo que a Mario Conde le publiqué varios artículos en el ABC verdadero cuando estaba en prisión. El banquero aprendió el lenguaje carcelario, había reflexionado de forma muy profunda y tenía evidente interés lo que escribía desde la lobreguez entre rejas. He leído el libro de Luis Valls-Taberner, Querido Mario, querido Luis. Es un buen trabajo y revela muchas cosas del empresario, que fue proscrito por una maniobra política, y también del joven emprendedor. La hondura de Conde y la sensibilidad de Valls-Taberner se armonizan en una serie de cartas que enaltecen a la literatura epistolar. Estamos ante un libro raro, incluso insólito. Pero vale la pena leerlo. Ayuda a comprender algunos de los acontecimientos que han zarandeado la vida española.