Luis María Anson, de la Real Academia Española



Recuerdo muchas veces las conversaciones que mantuve con Léopold Sédar Senghor en París, en Dakar, en la playa de Copacabana… También en Madrid, donde venía a almorzar a Efe cuando yo presidía la gran agencia española. Pasé unos días invitado por él en la casa presidencial de Dakar, en el Senegal de todas las nostalgias. Era Senghor un hombre muy culto y refinado. En torno a su prestigio literario se encendió el concepto de la negritud. Buscaba siempre las raíces y por eso admiraba a Aimé Césaire, autor de un libro ilustrado por Picasso, tras las palabras liminares de Sartre en Orfeo negro, y versos en ebullición: Corps perdu. El poeta martiniqués escribía con "palabras de fresca sangre, palabras que son agua viva y fiebre y lava e incendios en la selva y llamas de la carne…"



Recuerdo, sí, aquellas conversaciones con Senghor, porque el autor de Hosties noires creía imprescindible el retorno a la poesía cantada. Para él, David Diop, Tutuola, Oyono, nuestro Nicolás Guillén, escribían poemas para ser cantados, incluso bailados. "¿Quién habría de enseñarles el ritmo al mundo difunto de máquinas y cañones? ¿Quién lanzará el grito de alegría para despertar a los muertos y a los huérfanos en la aurora? Decidme, ¿quién devolverá la memoria de la vida al hombre de esperanzas derrotadas?"



Representante máximo de la negritud, de la cultura del ritmo, Senghor defendía la poesía cantada y bailada y hundía sus manos en las raíces de la literatura universal. "La poesía -escribió el autor de Chants d'Ombre- llega a su completa expresión cuando se convierte en canto: en palabra y en música simultáneamente. Ya es tiempo de detener la decadencia poética del mundo moderno. La poesía debe reencontrar sus orígenes, debe llegar a los tiempos en que fue cantada y bailada. Como en Grecia, en Israel y, sobre todo, en el Egipto de los faraones. Y como todavía hoy en África negra".



Siguiendo la estela de estas palabras de Senghor, compositores y cantantes han puesto música a poemas de Alberti, de Lorca, de Neruda, de Machado, de León Felipe, de tantos otros… Por eso me han sorprendido un poco algunas reticencias al acierto del Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras distinguiendo a Leonard Cohen, un inmenso poeta que ha fundido sus versos con la música como en la frontera pedernal de la negritud y la arabidad, como en el esplendor juglar, como en la gran expresión religiosa del órgano y de la cadencia, como en el Wagner ambicioso y total.



Alguna vez he recordado que, tras muchos años de investigación y estudio, comprendí el sentido de la negritud, de la poesía y la música, el ritmo fundido, una noche de luna llena en un poblado bantú, en plena selva africana, mientras contemplaba el rito de la fecundidad, una danza ancestral y poética, que nunca olvidaré. La virgen más joven de la tribu, esbelta como una liana verde, danzaba al ritmo del tam-tam. Era un frenesí de fruta fresca. Parecía la llama de una hoguera. Tenía los ojos como ascuas, mientras la luna se le derramaba a puñados por su piel de leche negra.

ZIGZAG

Cayetana, duquesa de Alba, se ha evadido de las crónicas de sociedad y los programas del corazón, para convertirse en un fenómeno sociológico que exige el estudio y la meditación. En junio de 1957 asistí a la inauguración del palacio de Liria reconstruido y escuché el primer discurso pronunciado por la jovencísima protagonista del acto. Salí convencido de la alta dimensión de aquella mujer excepcional. María Eugenia Yagüe ha escrito una documentada y bien reflexionada biografía de la duquesa de Alba. Tendrá algunos detractores pero serán innumerables los lectores que elogiarán el trabajo de investigación y la calidad literaria de la escritura de la autora. María Eugenia Yagüe ha volcado su dilatada experiencia y su vocación intelectual en este libro de lectura obligada para los lectores interesados no solo en el personaje biográfico sino también en la reciente historia de España.