Image: Burdel de mierda, sin ternura

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Primera palabra

Burdel de mierda, sin ternura

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

24 junio, 2011 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española.


Angélica Liddell nos situó a los espectadores en el lugar que nos corresponde según ella: en una cuadra. Allí, sentados sobre montones de paja, contemplamos en La Casa Encendida la representación memorable que la genial artista hizo de La desobediencia. ¿Habíamos llegado al límite del desprecio de los autores por el público que asiste a sus obras?

Pues no. En el Londres dorado de la vanguardia y la inquietud cultural, Dave St. Pierre ha estrenado Un poco de ternura, ¡Burdel de mierda! Los actores in púribus, es decir, en pelota picada, se abalanzan de pronto sobre el público, saltan de butaca en butaca, frotan sus testículos contra el rostro de las espectadoras atónitas o restriegan el rabel sobre los paralizados espectadores. Menudo espectáculo. El público, para el autor de la obra, no es más que un burdel de mierda y algunos actores llegaron a quitarle las gafas a un espectador y pisotearlas entre los alaridos de todos. No me atrevo a juzgar el espectáculo sin haberlo visto. Pero tal vez se hayan sobrepasado los límites de lo que el teatro debe ser. Me parece bien el desprecio de Angélica Liddell por su público, incluso el que nos instalara en una cuadra. Pero si un día los actores se lanzan sobre sus espectadores y se lían a mamporros, rompiéndoles la cara, haciéndoles sangrar e hiriéndoles de gravedad, habrá que convenir que el teatro no es eso, no es eso. Asistiré, en fin, a la representación de Un poco de ternura, ¡Burdel de mierda! en Madrid. Pero con prudencia. Es verdad que el teatro debe triunfar sobre los tapujos de una sociedad abominable, la sociedad hipócrita y hedonista que estamos viviendo. Lo que ocurre es que la expresión teatral no puede caer, a mi manera de ver, en la violencia.

La curiosidad por las vanguardias, por otra parte, termina en la tomadura de pelo. Me gusten o no me gusten, llevo interesándome desde hace muchos años por las expresiones artísticas más avanzadas. He disfrutado con muchas de ellas, pero no me pareció de recibo, por ejemplo, la de aquel cabroncete de Manzoni que metió sus excrementos en una lata y los expuso en diversas galerías como una obra de arte titulada Mierda de artista. Tampoco me parecen de recibo las pinturas de ese caballo, llamado Napoleón, que pinta según Sergio Caballero, el inventor de la tomadura de pelo, como De Kooning. Vargas Llosa dedicó al asunto unas palabras certeras: "El arte de nuestros días ha demostrado que todo puede ser bello o feo, e incluso ambas cosas a la vez, y que eso no importa un comino en el dominio del arte, a condición de que este sea divertido, sorprendente y, aunque sea por un momento, libere a los mortales del aburrimiento letal en que se ha convertido la vida".

A mí me parece bien que cada uno combata su aburrimiento como le plazca, incluso leyendo novelas de Baltasar Porcel, pero el arte está en otro sitio y hay que buscarlo allí donde la imaginación, la provocación, la innovación, el aliento creador, haga temblar la belleza. Tunga aprendió eso muy bien y se dedicó a arrojar cabezas al mar para plantar sirenas porque el arte, como el hombre, al decir del gran Cirlot, se encuentra entre dos fuerzas contrarias que lo solicitan: una es la belleza de la serenidad absoluta, la otra la fascinación del abismo.

ZIGZAG

He terminado las casi mil páginas de las Memorias de Tony Blair con admiración creciente. El político británico es un socialista de firmes convicciones que siempre ha estado junto a los desfavorecidos. En fuga de cualquier radicalismo, Tony Blair demuestra en sus Memorias un talante moderado, dialogante, constructivo y flexible. Se comprenden muy bien sus éxitos electorales, a pesar de los borrones de una política internacional impuesta inevitablemente por los Estados Unidos de América, regidos en aquellos años por el vaquero Bush II, dispuesto siempre a desenfundar su revólver. El sentimiento religioso y familiar de Blair impregna unas Memorias, bien traducidas por Alejandro Pradera, por las que desfila el nuevo laborismo, el 11-S, la guerra de Irak, la princesa Diana, la paz en Irlanda del Norte...