Luis María Anson.



No puedo ocultar mi admiración por Stanley G. Payne. Es un grandísimo historiador. Se puede coincidir con él. Se puede discrepar de él. Pero sería absurdo no reconocer su altura intelectual, la capacidad de investigación, el esfuerzo de objetividad. En La Europa revolucionaria, Payne estudia la revolución y la guerra civil como formas de conflicto y repasa en la Europa del siglo XX los casos más agudos de enfrentamientos entre compatriotas. La guerra civil en Rusia, en España, en Yugoslavia, en Grecia... Y no se ha cerrado, tal vez, este capítulo estremecedor del viejo Continente. De la contienda civil en Rusia surgió la dictadura comunista que se prolongó durante setenta años. La guerra incivil española encumbró el fascismo en nuestro país, que luego, tras la victoria aliada en 1945, derivó hacia una espesa dictadura militar. España fue un país ocupado por su propio Ejército durante cuatro décadas. Aleccionador libro, en fin, este de Stanley G. Paine, que esclarece muchas de las claves para comprender la Europa actual.



Hay algo del Cantar de los Cantares, de El libro de los muertos, de los rubaiyats de Omar Khayyam, del temor y el temblor de Juan Eduardo Cirlot, en el fondo oscuro de este poemario nuevo de Clara Janés, Variables ocultas. Antonio Gamoneda, que fustiga a Bousoño y su alusión a lo "irracional" en la poesía, se inclina por el pensamiento de Eliot para definir la obra de la poeta Janés: "...poesía es aprehensión sensible del pensamiento". Como haikus en prosa, al estilo de Sendas de Oku de Bashô, versos traducidos por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, Clara Janés reúne un racimo de poemas, enlazados por la rima musical interior y el pensamiento profundo. Es la eternidad del instante, tal vez un instante de eternidad, versos de iluminación, belleza que se levanta de la armonía. He enlazado Variables ocultas con el Viaje a los dos Orientes, libro en el que Clara Janés lleva de la mano al lector, hasta Turquía, Irán, Afganistán, la India y, sobre todo, Japón, cuya poesía alienta en los versos últimos de la poeta.



Viajes y humor se condensan en el libro de relatos de Alonso Ibarrola No se puede decir impunemente "te quiero" en Venecia. Sigo a Ibarrola desde sus primeros balbuceos. Es un escritor independiente, ajeno a los circuitos literarios. Hay pocos humoristas que se le puedan comparar en la descarga de la ironía; pocos narradores tan certeros para el relato corto y la sorpresa. Me alegra poder reiterar todo esto y colocar a Alonso Ibarrola en el lugar destacado que le corresponde.



Conozco de siempre la obra lírica de Santiago Castelo. A La hermana muerta hay que situarla en la cima de su creación literaria. Santiago Castelo es una de las voces poéticas más firmes e independientes de España. Ajeno a los circuitos literarios se ha impuesto a base de calidad lírica y honradez intelectual. "Hay que decirle al llanto -escribe el poeta- que se pare; que detenga su pulso; que la tarde se ha cuajado de lágrimas y el viento por más que lo desee no puede, en su tristeza, enjugar tanta pena".



Eduardo Iriarte ha traducido con respeto los últimos poemas que conocemos de Charles Bukowski. En la Gente parece joven al fin, el poeta se estremece ante el tiempo y la muerte. Como el Vicente Aleixandre de los poemas de la consumación, vertebrados por el pensamiento abisal de Shakespeare; como el Juan Ramón Jiménez del espacio y el tiempo, al fondo los jardines dolientes y la plata melancólica, Bukowski vuelca su sensibilidad lírica sobre el dolor mudo de no saber adónde vamos ni de dónde venimos, "cada hombre por fin atrapado y roto, cada tumba lista, cada halcón asesinado y el amor y la suerte también".



No sé por qué Antonio Colinas no está en la Real Academia Española. Es uno de los nombres grandes de la poesía actual. He terminado de leer, desgarrado por una profunda emoción, La tumba negra. Desde la ebriedad de la música de Bach, el poeta esgrime la palabra pedernal para estremecerse ante el drama de la vida devorando a la muerte, y la muerte derramando en su tumba el triunfo de la vida.