Luis María Anson



Emilio Lledó no es solo la máxima figura de la filosofía española, hoy; también lo es, para muchos, de la entera vida intelectual. Aunque con perfiles distintos representa lo que significó Ortega y Gasset durante largos años del siglo XX. Libros como El silencio de la escritura, El surco del tiempo o El elogio de la infelicidad y, sobre todo, La memoria del logos, han vertebrado el pensamiento español de las últimas décadas. Emilio Lledó es la luz en la palabra, la sosegada reflexión, la independencia de juicio. Juan Cruz ha hecho el "retrato de un hombre de pie" en un espléndido prólogo al libro El texto de la vida, en el que varios filósofos en racimo analizan la obra del maestro. Antonio Gómez Ramos, Francisco José Martín (excelente su ensayo sobre el déficit filológico de la filosofía española), Ángel Granada, José Luis Villacañas, Jacobo Muñoz, Manuel Cruz, Juan José Acero y Salvador Mas. El libro se cierra con una extensa entrevista en la que se subraya la actitud de Emilio Lledó contra la dictadura franquista, su sentido democrático y su pasión por la libertad.



Alentado por Antonio Garrigues, leí hace años Ferdydurke, la erizada novela de Witold Gombrowicz. Ahora me llega una edición numerada de Visor: Contra la poesía. Contra los poetas, en la que el novelista polaco arremete contra "la poesía pura", sobre todo si está versificada. La verdad es que discrepo en muchas cosas de Gombrowicz, que simplifica demasiado el análisis de la creación poética, pero no quiero negar interés a esta obrita que es el texto de una meditada conferencia en español.



La glosa y la crítica de la filosofía kantiana que Schopenhauer hace en El mundo como voluntad y como representación permanece vigente y en plenitud. El gran filósofo, nacido en Danzig, está reconocido como uno de los nombres clave del pensamiento del siglo XIX. Herder editorial ha tenido el acierto de publicar en España Senilia, un libro cajón de sastre, en el que Schopenhauer enreda sus meditaciones cotidianas desde la ciencia a la psicología, desde las formas de vida a las realidades de la vida cotidiana. La obra no tiene desperdicio. Todo es interesante, todo invita a la reflexión y al debate interior.



El rostro de la niebla es el título del libro que me envía José María Muñoz Quirós, una de las voces más firmes de la lírica española de hoy. "No me olvido -escribe el poeta- de las horas ya ausentes y escondidas donde habita un dios lejano". Poemas de la vida y de la muerte, envueltos en el rostro de la niebla, Muñoz Quirós ha escrito, tal vez, su mejor libro. Se estremece uno al leerlo. Para el poeta el invierno "nos regala un cuchillo de tiempo, un desgarrado cansancio de tiniebla, el desencanto de la voz cuando nos llama". Muñoz Quirós se anida en "las lágrimas de la memoria de un tiempo huido".



Ganó el premio Nobel de Literatura y yo no sabía quién era. No critico a la Academia Sueca sino a las lagunas culturales que algunos tenemos. José Luis Reina Palazón ha traducido los versos de Herta Müller con aliento poético. El guarda saca su peine no es un libro menor. Lo he leído sin esfuerzo y me propongo adentrarme en otras obras de Herta Müller, que escribe: "Eran las cuatro de la tarde y yo tenía cinco años. Ya de niña tenía yo unos treinta y pico". Me parece que es verdad.



"Arquitectura y ciudad, en estos tiempos, no son territorios por donde se pueda deambular sin arrebato", escribe Antonio Fernández Alba en Notas sobre arquitectura e ingeniería en el paisaje de la posciudad. El gran arquitecto hace una reflexión, más filosófica que sociológica, sobre la ciudad, el urbanismo, el arte y la cultura. Fernández Alba es un excelente escritor, de prosa translúcida, que cree en la arquitectura profunda y discrepa de Hegel para el que "el destino impuesto a la arquitectura es el de servir al espíritu de simple envoltura material". En cuatro lecciones magistrales, el arquitecto recorre las grandes muestras de la arquitectura actual hasta adentrarse en la posciudad y la nueva condición metropolitana de la civitas.