Luis María Anson, de la Real Academia Española



Produce zozobra cruzar la misma puerta por la que un Cervantes indignado entraba en la imprenta de Juan de la Cuesta en diciembre de 1604 para corregir las galeradas y subsanar los errores de la primera edición del Quijote. El edificio está intacto. Sus gruesos muros han resistido guerras, atentados, inclemencias del tiempo, incluso especulaciones. En la calle de Atocha, 87, la imprenta de Juan de la Cuesta es la sede de la Sociedad Cervantina y en su planta semisótano se encuentra la estancia en que se imprimió el Quijote. Una réplica idéntica de la máquina impresora se puede contemplar allí.



La Sociedad Cervantina ha tenido el acierto de montar en la planta primera de la imprenta de Juan de la Cuesta una Sala de Exposiciones que se ha convertido en una de las mejores de Madrid. En ella se expondrá próximamente una impresionante colección de portadas del Quijote, agavilladas por la sabiduría de Rogelio Blanco. Ahora, el presidente de la Sociedad Cervantina, José María García Luján, ha organizado una formidable exposición de arte joven español en colaboración con la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense. No se trata de una muestra solo de vanguardia. Hay de todo en escultura y, sobre todo, en pintura porque se trata de presentar cómo los jóvenes ven el arte hoy, desde cada punto de vista y desde cada experiencia personal.



El espctador se detendrá tal vez ante Para qué saber, madera y terracota de Cedenilla; ante la belleza ávida de un óleo de Dora Piñón; ante la Nostalgia, en piedra de calatorao, de Moraleda; la gran calidad de la obra de Lourdes Castro; la imaginación de César Orrico; la luz de la mañana de Cristina Toledo; la fuerza expresiva de Prisca Jourdain, Marta Amorós y Carlos Cartaxo; la interesante obra de Aída Bañuelos o Jesús Ruiz Bago, y tantos y tantos otros nombres que enriquecen esta exposición de los nuevos valores del arte español.



Decía mi inolvidado amigo Juan Eduardo Cirlot que el arte como el hombre se debate entre dos grandes fuerzas que lo solicitan: una es la belleza de la serenidad absoluta; la otra, la fascinación del abismo. La exposición inaugurada en la espléndida Sala Cervantes de la Sociedad Cervantina muestra el arco completo de la inquietud artística de los nuevos artistas aunque razones de espacio hayan excluido las instalaciones. En estos momentos, y no sé para cuánto tiempo, en un sector muy amplio de la vanguardia no hay propiamente pintores, escultores o fotógrafos. Hay artistas que vertebran la expresión cultural con una mixtura de fotografía, vídeo, estilismo, decoración, pintura y escultura. Alicia Framis es tal vez la máxima expresión española en el mundo de la nueva realidad del arte, hoy.



En todo caso, sobresaliente cum laude para esta exposición en la Sociedad Cervantina que comunica a los nuevos valores del arte español con un público, muy numeroso por cierto, impaciente por disfrutar de la belleza que transmiten los jóvenes artistas españoles.

ZIGZAG

Me he bebido el libro de Ángela Rodicio, El jardín del fin. No es una colección de crónicas y artículos. Ángela Rodicio lleva al lector de la mano por la historia de Persia desde los aqueménidas hasta la República islámica, desmenuzando el complejo sistema político que pivota sobre el Líder Supremo. Un arsenal de datos respalda la investigación histórica de Ángela Rodicio. Junto a los grandes acontecimientos históricos y políticos, la autora amontona observaciones de la vida cotidiana que permiten al lector entender cabalmente la realidad persa. Me enorgullece que periodistas al pie del cañón sean capaces de escribir libros tan reveladores y bien construidos. Irán es hoy una nación clave en la política internacional y Ángela Rodicio, enviada especial, corresponsal de guerra, reportera incombustible, ha volcado su experiencia de veinte años para hacernos entender cabalmente lo que allí ocurre.