Nicolás Martínez Fresno está haciendo una gestión impecable al frente del Patrimonio del Estado. Todo el mundo le elogia, tanto a izquierda como a derecha. Es el reconocimiento a un trabajo bien hecho, a una tenaz aplicación a la tarea ingente de mantener y engrandecer lo que el pueblo español atesoró durante siglos.

Martínez Fresno ha organizado en el Palacio Real una exposición insólita. Se escucha en ella la hora de los Borbones. Aunque haya relojes anteriores, la atracción de la Casa de Borbón por el tiempo ha permitido que el Patrimonio del Estado disponga de una sobresaliente muestra de los más varios relojes, con sus diversos serinettes, timbres modulados, sonerías asombrosas, diales de singulares estilos, esferas atractivas, escapes de tecnología sorprendente, minuteros ingeniosos, barriletes contrapuestos y sólidos árboles centenarios.

Don Juan III heredó de su padre, el Rey Alfonso XIII, un reloj de bolsillo de Felipe IV que tiene en su reverso miniaturas de la familia del Monarca. Al fallecer en 1993, se lo legó a su hijo el rey Juan Carlos I. Cuatro siglos después, el reloj funciona y el monarca lo ha cedido para esta exposición singular que mide el tiempo de una dinastía española, heredera de padres a hijos de los Austrias, de las viejas casas reales de Castilla y Aragón, de Vizcaya y Cataluña, de Valencia y Murcia.

Carlos IV, el rey relojero, fue, tal vez, el principal coleccionista de la muestra que se exhibe en el Palacio Real pero todos los Borbones contribuyeron al espectáculo, aparte de dar continuidad a lo que ya habían conseguido sus antecesores dinásticos. Me gustó un bracket de 1734, en rojo, de Thomas Hatton. Asombroso Las cuatro fachadas de Hildeyard. El pastor de Pierre Jaquet-Droz demuestra el virtuosismo del siglo XVIII. Se doraba entonces al mercurio, lo que mantiene la calidad y el brillo del metal intactos, aunque el procedimiento dañaba los pulmones de los artesanos. Personalmente me gustan más los oros fatigados. Muy curioso, por cierto, el reloj jaula de Carlos IV y de fuerte riqueza la Diana, también La Música y la Astronomía, así como los veladores y La columna Trajano de Bourdier.

De los relojes de caja alta, el más sobrio es el de John Scott, de gran belleza. Pero abundan más los sobremesas como es lógico en los palacios reales. Si tuviera, en fin, que destacar un reloj entre tanta maravilla me quedaría mico, pero tal vez señalaría el de Manuel Gutiérrez de 1772. Es un sobremesa esqueleto, en acero, bronce, oro, cristal y metal que Carlos IV, todavía Príncipe de Asturias, regaló a María Luisa de Parma. Le costó 15.250 reales. Se trata de un reloj in púribus con la maquinaria al aire, exhibida sin el menor pudor.

Tenemos pocas ocasiones de contemplar exposiciones que quiebren la vulgaridad general. El tempus edax rerum del verso de Ovidio, el tiempo que todo lo devora, el que huye irreparablemente de las Geórgicas de Virgilio, el que roba “la tierna belleza de las mujeres” de Cervantes, el del caminante atribulado de Miguel de Unamuno, ese tiempo que por los siglos de los siglos no tiene principio ni fin, se puede ver y casi tocar en la magna exposición reunida en los salones del Palacio Real de Madrid.

ZIGZAG

No sería positivo para el mundo de la Cultura que Mariano Rajoy suprimiera el ministerio del ramo. No son pocos los intelectuales a los que repugna el encuadramiento de la Cultura en el Consejo de Ministros. Hay que respetar todas las opiniones. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que De Gaulle tenía razón y que, como aseguraba André Malraux, situar las manifestaciones culturales en el nivel ministerial conviene a todos. Tanto a escala nacional como, sobre todo, a escala internacional, los eventuales escollos, las necesarias iniciativas, determinadas protecciones, se desarrollan mejor desde un ministerio de Cultura que desde una Secretaría de Estado menor. Son muchos los dirigentes del mundo cultural alarmados por el anuncio del proyectado recorte de Rajoy. No pocos le lanzan desde aquí hoy el mensaje del atropello que cometería si persiste en el error. No es que yo tenga muchas esperanzas de que un político descienda desde su soberbia a escuchar al mundo intelectual. Pero no está de más dejar constancia de lo que piensan muchos.