Luis María Anson, de la Real Academia Española



Pedro Sainz Rodríguez fue académico de la Española, académico de la Historia, catedrático de Universidad, ministro de Educación, amigo, primero, enemigo, después, de Azaña, organizador del Bloque Nacional, enlace de Franco con el Alzamiento, conspirador máximo de las Españas. Un día me dijo en Estoril, durante su exilio lusitano:



-Seguro que no ha leído usted un libro clave, La Revolución francesa, de Pierre Gaxotte.

-Pues claro, me lo prestó usted hace cinco años diciéndome lo mismo que ahora.

-¿Y me lo devolvió?

-Sí, se lo devolví.

-Cometió usted un error, mi querido amigo, no aprenderá nunca. No se deben devolver los libros que a uno le prestan. Sería demostrar poco interés por la obra prestada. Fíjese usted, tengo a orgullo no haber devuelto a lo largo de toda mi vida uno solo de los libros que me han prestado.



Tampoco, por cierto, hay que ser tan panoli de andar prestando libros. Salvo a personas pías que los devuelven, como Dodero o usted, lo mejor es dar largas o hacerse el sueco, que hay muchos cabrones a los que prestas un libro y luego no lo devuelven. Por otra parte, querido Anson, no se fíe usted nunca de los amigos que devuelven los libros prestados. Son gente rara en los que no se puede tener confianza.



Faquir, mordaz, bibliopirata, Pedro Sainz Rodríguez solía descargar su sorna implacable sin que se le alterasen los ojos cegatos, las papadas intermitentes o las ávidas manos. Disfrutó de la vida a bibliotecas llenas. Admiraba a Bartolomé José Gallardo, autor del Diccionario burlesco, crítico literario de influencia decisiva y tenaz ladrón de libros. Fue Sainz Rodríguez para la segunda Restauración lo que Cánovas para la primera. Historiadores de la talla y el peso de Paul Preston han desvelado la importancia de la actividad política subterránea del gran conspirador. "En Estoril -solía decir Leopoldo Calvo-Sotelo- quien mandaba era Sainz Rodríguez. Para cualquier cosa relacionada con Don Juan o la Monarquía, con el Consejo Privado o el Secretariado Político, había que entenderse con él". El dictador le echó de España tras la guerra incivil y su exilio se prolongó durante treinta años. Ahora, Ymelda Navajo ha tenido el acierto de encargar a Julio Escribano un libro en el que se agavillan las cartas de Pedro Sainz y, a través de ellas, una parte de la historia viva del siglo XX español.



Faltan algunas misivas de importancia pero no es culpa de Escribano. Una tarde, en su casa madrileña, don Pedro me pidió que le ayudara a destruir la correspondencia con personas de la Familia Real. No quería que se conociera y se especulara sobre ella. Solo conseguí distraerle dos de aquellas cartas porque Consuelo Gil, que desconfiaba de cualquier periodista, anduvo muy vigilante y tuve que aprovechar un descuido para birlarle a Pedro Sainz dos de aquellas cartas, que conservo, por cierto. Lo hice siguiendo las sabias enseñanzas del maestro. Don Pedro afirmaba que robar libros no es pecado y, claro, mucho menos cartas.



Por la obra ahora publicada desfila la vida literaria e intelectual de España a través de la correspondencia mantenida con Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz, Gregorio Marañón, Manuel de Falla, Julio Caro Baroja, Miguel Delibes, Cela, García Gómez, Pío Baroja, Manuel Halcón, Lázaro Carreter, Rodríguez Moñino, Luis Calvo y tantos y tantos otros. Romanones, Primo de Rivera, Portela Valladares, José Calvo-Sotelo, Sanjurjo, Tierno Galván, Felipe González, Francisco Franco, Areilza, Maura, Moscardó o Serrano Suñer cabalgan al trote, entre otros muchos políticos, bailando sobre las letras de Pedro Sainz.



El libro, en fin, permite calibrar la dimensión política e intelectual de uno de los españoles grandes del siglo XX. Despertará, sin duda, la curiosidad y el interés de las nuevas generaciones de estudiosos que quieren conocer los entresijos de la turbulenta historia de la centuria pasada, tan manipulada por algunos medios de comunicación. Mantuvo amistad, por cierto, don Pedro con Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, y coincidía con él en este juicio tan escasamente grato para ciertos profesionales: "Periodistas, profesores y políticos sin talento componen el Estado mayor de la envidia. Lo que hoy llamamos 'opinión pública' y 'democracia' no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas".