Luis María Anson, de la Real Academia Española



Iosif Vissariónovich Dzhugashvili, llamado Stalin, es decir, "hombre de acero", fue el sátrapa ruso que ejecutó a millones de disidentes y encarnó un sistema totalitario solo comparable con el peor nazismo de Hitler. Una noche acudió al estreno de la ópera de Dimitri Shostakóvich, Lady Macbeth de Mtsensk. Tuvo fortuna la obra porque al tirano no le gustó nada, lo que acreditaba su calidad. Condenada al ostracismo durante tres largas décadas, Rostropóvich levantó los velos del olvido y descubrió para el gran público la fuerza de la música, la violencia del alma y del sexo, la brutalidad del hombre, el sufrimiento de la mujer, la verdad descarnada que se encierran en esta ópera singular.



Asistí a su representación hace ya muchos años en Madrid. He acudido ahora de nuevo y me ha conmocionado la profundidad de la música, la dirección de Harmut Haenchen que no se evade de las violentas escenas sexuales ni del paroxismo de algunos pasajes en los que Shostakóvich, desembarazado ya de la influencia de Prokofiev y de Stravinsky, refleja las pasiones del alma y del cuerpo. Sobresaliente Eva María Westbrock que supera con la cadencia de su voz altiva los aquelarres desbocados, las parafernalias insólitas, los fornicarios erectos y las atroces violaciones.



No me gusta la crítica destructiva. Mucho menos la descalificación. Pero la verdad es que el Teatro Real languidecía. La ópera había desaparecido del debate cultural en Madrid. Asumió un día la dirección del Real, Gregorio Marañón, contrató a Gerard Mortier, y ha sido tal el acierto que la ópera ha vuelto a ocupar el primer plano que le corresponde en el mundo cultural. No voy a repasar el año glorioso, a pesar de algunos errores, que nos ha proporcionado Mortier. El gran director belga no ha regateado ni esfuerzos ni ambición por la calidad ni vanguardias provocadoras ni obras clásicas ni nada de lo que ha convertido a la ópera en los tres últimos siglos en máxima representación del arte con mayúscula.



Tennesse Williams al fondo, Eva María Westbrock y Michael König han sabido interpretar el huracán de sentimientos desencadenados por el talento de Shostakóvich. La gran soprano ha dicho que la cruenta violación de Aksinya, completamente desnuda y magreada por la multitud, nos remite a las carencias afectivas de la agria sociedad que padecemos. La sátira sobre el machismo que, bajo la tiranía de los que zares, plantea Shostakóvich, se extiende sin esfuerzo no solo a la dictadura soviética sino a algunas de las democracias que provocan hoy la indignación de las nuevas generaciones.



Pero no voy a entrar en el fondo sociológico de la Lady Macbeth de Shostakóvich ni en la inmensidad de su música. Lo que quiero subrayar ante los lectores es que la ópera, en su mejor concepto, en su anhelada plenitud, ha retornado a Madrid de la mano de Marañón y Mortier y que es un recreo para el buen gusto cultural disfrutar de lo que estamos viendo y escuchando sobre las tablas del Teatro Real de Madrid.

ZIGZAG

No suelo leer teatro. Me gusta verlo representado. Es una cuestión de costumbre y, tal vez, algo más profundo. Ortega y Gasset, al desarrollar su idea sobre el teatro, afirma que es la conjunción de la creación literaria junto a la capacidad del director, de los actores y las actrices para dar credibilidad y emoción a lo que se representa en el escenario. He leído, sin embargo, Después del caos, una comedia de Ilia Galán que se abre en un París conmocionado por los invasores para plantear luego los errores de la sociedad contemporánea, a través del pensamiento de un cristiano, un musulmán, un judío y un fundamentalista. Con un lenguaje de aliento poético, Ilia Galán refleja las contradicciones de la sociedad actual, situando al lector en la frontera del caos. No todo, sin embargo, está perdido para el hombre de las frustradas esperanzas. Magdalena, desgarrada por el dolor tras la muerte de Pedro, no se rinde. "Después de la pesadilla de la noche -dice- la luz del soñado despertar; después del negro dolor del odio, de sus espinas, las rosas que llenan con el aroma de la felicidad el amor".