Image: Ministerio supranacional de Cultura

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Primera palabra

Ministerio supranacional de Cultura

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

10 febrero, 2012 01:00

Luis María Anson


España no impuso su cultura en la América conquistada porque nunca existió una cultura ropiamente española. Siempre fuimos una encrucijada geográfica. Eso lo explicó muy bien Ortega y Gasset, la primera inteligencia del siglo XX español. Lo que llevamos a América, cuando las tres agujas lentas de las carabelas cosieron las costas de dos continentes, era una mezcla de la cultura celta, la cultura ibera, la cultura fenicia, la cultura griega, la cultura romana, la cultura árabe, la cultura cristiana y la cultura judía. El esplendor de todas esas culturas se fundió en América con las culturas recolombinas, algunas tan deslumbrantes como la maya o la inca, y después con la cultura del ritmo, la cultura de la negritud, incorporada desde África a través del oscuro pasaje histórico que encadenó a los esclavos en las ergástulas de los barcos negreros.

Lo que hoy llamamos cultura iberoamericana se fundió en el crisol de todas esas culturas, con características comunes y científicamente definidas. Es decir, estamos hablando de la cultura, no de España, México, Argentina o Chile, sino de la cultura en español con el añadido del idioma hermano, el portugués. Cada vez está más clara la incorporación del mundo lusitano a la Iberoamérica cultural por la dimensión de un Brasil rodeado de naciones hispanas.

Hace muchos años, en los sesenta del siglo pasado, trabajaba yo en Tokio y acudí al estreno de una comedia de un dramaturgo argentino. Días después, a la exposición de un pintor uruguayo. Unas semanas más tarde a una película chilena. Recuerdo muy bien la sensación que experimenté sobre la integración cultural en español, al margen de nombres y países. Desde entonces, entendí muy bien la conveniencia de una política cultural iberoamericana común por encima de nacionalidades y chauvinismos.

Entre las grandes culturas de la actualidad, la sajona, la sínica, la eslava, la escandinava, la india, la árabe, la negritud… ocupa lugar preferente la cultura iberoamericana.

Militarmente estamos instalados en una posición media. Económicamente tal vez un poco mejor. Culturalmente destacamos en el grupo de cabeza. Por eso habría que pensar en la creación de un ministerio supranacional de cultura para España, Portugal e Iberoamérica; un ministerio dotado de un presupuesto económico de grueso calibre, aportado por todas y cada una de las naciones hispanolusohablantes conforme a su producto interior bruto; un ministerio volcado en potenciar la cultura iberoamericana en todo el mundo, cuyo titular fuera elegido por consenso entre las 22 naciones iberoamericanas con el añadido de Filipinas, y si fuera necesario, por votación proporcional al número de habitantes. Tengo para mi que Mario Vargas Llosa hubiera dicho que sí a un proyecto de este alcance.

Internet ha globalizado, sobre todo, la libertad de comunicación y las manifestaciones de la cultura. No existen fronteras para la literatura, las artes plásticas, la música, el cine, la ciencia. Iberoamérica debe y puede arbitrar en sus líneas generales una política cultural común. No se trata de una utopía sino de un proyecto de futuro perfectamente viable para que un gobernante de genio y con visión anticipadora empiece a construir el edificio de ese ministerio supranacional que impulsaría el milagro de la cultura iberoamericana, de la cultura en español y portugués, robusteciéndola en todo el mundo.

Durante el siglo XX, por ejemplo, Picasso y Rivera, Lorca y Neruda, Miró y Tamayo, Baroja y García Márquez, Dalí y Mata, Alberti y César Vallejo, Tapies y Guayasamín, Vargas Llosa y Saramago, Gaudí y Niemeyer, Aleixandre y Octavio Paz tienen, en su diversidad, los rasgos comunes de ese asombro de expresión artística que es la cultura iberoamericana. Es necesario mirar hacia adelante con el ánimo despejado. La globalización es ya una realidad imparable y el progreso cultural exige nuevas fórmulas políticas concordes con el mundo en que vivimos.