The New York Times continúa siendo el medio de comunicación más influyente del mundo a pesar de las embestidas audiovisuales y de la parafernalia de internet. Los directivos de las grandes cadenas de radio, de los abrumadores canales de televisión, de la explosión de internet, leen The New York Times y la calidad profesional de este diario es de tan grueso calibre que todos o casi todos se dejan influir por un periódico que se fundó en el siglo XIX.



Los hombres siguen monopolizando los puestos de mando en el mundo de la comunicación, salvo escasas excepciones. Jill Abramson es un ejemplo relevante. Dirige con buen pulso el medio de comunicación más importante del mundo. Sabe que su éxito está en función del desafío digital. El periódico hasta ahora impreso y leído en papel debe imprimirse y leerse en pantalla. El vehículo es diferente, el periodismo el mismo, pero tiene que adaptarse a una nueva tecnología que permite ver de forma inmediata, en cualquier parte del mundo, lo que los periodistas de The New York Times han rastreado y contrastado en la vida política, cultural, económica o deportiva.



¡Una mujer al frente de The New York Times! Recuerdo muy bien el revuelo que se organizó en la profesión cuando conseguí incorporar al ABC verdadero a Marichari González Vegas, la primera mujer que trabajó en un diario nacional español. Tampoco fue pequeña la reacción cuando elegí para El Cultural a Blanca Berasátegui, la primera mujer en dirigir una publicación de peso y carácter nacional.



Jill Abramson ha declarado que consideró siempre el periodismo "como una religión". Y no se equivoca la gran periodista americana. Como es la verdad la que nos hace libres, según la expresión evangélica, los profesionales del periodismo aprenden enseguida que frente a las tentaciones trampolín para saltar a la empresa o a la política, frente a la seducción económica de los lobbies, frente a los miedos inevitables ante los que mandan, el periodismo exige, como el sacerdocio, una vocación profunda capaz de superar los acosos que desde las más diversas instancias sociales asaltan a los profesionales de la comunicación.



La convulsión de las nuevas tecnologías no conseguirá desvirtuar el periodismo profundo. Ya ocurrió con la aparición de la radio. También cuando la televisión se enseñoreó en los hogares. Ahora crepita internet y obliga a planteamientos nuevos. Pero los vehículos de la información no alteran la verdad del periodismo, cuando el profesional pega su nariz al suelo de la noticia, la persigue como un sabueso, la contrasta una vez descubierta y la lanza luego al vuelo como un pájaro a través de los medios al uso desde la maravilla incógnita de la agencia de noticias a la explosión universal de internet.



Y junto a la información, derecho de los ciudadanos que administramos los periodistas, continúa cada vez más viva la segunda gran función de nuestra profesión: elogiar al poder cuando el poder acierta, criticar al poder cuando el poder se equivoca, denunciar al poder cuando el poder abusa. Y no solo al poder político, claro, también al económico, al religioso, al financiero, al cultural, al deportivo, al universitario… Ese ejercicio del contrapoder, al servicio de los ciudadanos, se potencia cada día más gracias al vértigo del desarrollo tecnológico. Pero, como reitera Jill Abramson, el periodismo es, antes que nada, una religión que exige grandes dosis de valor y vocación rendida.

ZIGZAG

No son frecuentes los éxitos de artistas plásticos españoles en el extranjero. El tiempo de Picasso, Miró, Gris, Dalí, Sert pasó ya. Por eso me ha complacido la noticia de que David Rodríguez Caballero inaugurará exposición en la sede de la Marlborough New York de Chelsea. Kosme de Barañano ha preparado el preludio de esa exposición en el Museo Würth de La Rioja. Glaciares es una muestra muy bien seleccionada de la obra de un artista joven y ya en pleno éxito. Con alguna reminiscencia a Naum Gabo, la geometría de la luz de Rodríguez Caballero se abre a la simplicidad y a la belleza del esquema y la profundidad. Estamos ante la apoteosis del aluminio instrumentado por un artista que se expresa con la misma penetración provocadora en la pintura y la escultura.