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Primera palabra

Educación para la salud

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

9 marzo, 2012 01:00

Luis María Anson


Angélica Liddell escribió un voraz ensayo sobre Diderot y el sobrino de Rameau. El gran escritor francés, además de destripar la esencia del teatro, tenía fresco el ingenio para cachondearse de la vida y de la muerte. Amaba el placer de la mesa tanto o más que el de la cama y sabía lo que se jugaba para disfrutar de sus pasiones gastronómicas. "Los médicos -escribió- trabajan sin cesar para la conservación de nuestra salud y los cocineros para destruirla. Estos últimos tienen más seguro el éxito". Eso lo decían también los directores de la Escuela de Salerno, que eran unos cabroncetes: "Si quieres vivir mucho tiempo, frena tu afán por las golosinas". (Pone gulae metas, et erit longior aetas). Es lo que nos faltaba, que no tengamos al menos la satisfacción de paladear un bombón tras el sacrificio de leer el periódico adicto. Para Angélica Liddell, por ejemplo, todo en la vida es despreciable vanidad, salvo comer, beber, fornicar y dormir. Samuel Beckett, en Muere Malone, dice lo mismo. Y bien. Resulta que en España el tanto por ciento de adolescentes obesos se aproxima ya a las cifras récord que se encienden en los Estados Unidos de América. Expertos muy cualificados coinciden en proponer que, en lugar de asignaturas de aliento totalitario como Formación del Espíritu Nacional, de la época de Franco, o Educación para la ciudadanía, de la época de Zapatero, un ministro de Educación con la cabeza en su lugar descanso debería implantar Educación para la salud.

Esa asignatura sería clave para que niños y adolescentes se formaran en el conocimiento de qué se debe y no se debe comer, cuándo y en qué proporción. Además, el estudiante aprendería lo sustancial sobre las enfermedades, sus síntomas, sus consecuencias y la previsión para atajarlas a tiempo. Poco a poco se ha ido imponiendo en colegios y escuelas la educación para el tráfico, porque la crecida vertiginosa del parque automovilístico ha originado un problema que en España se salda todos los años con varios millares de muertos en accidente. La Educación para la salud, de establecerse como asignatura obligatoria, significaría que los adolescentes aprenderían a cuidar su alimentación y a conocer el alcance y la prevención de las enfermedades.

Muchos políticos -no todos, claro-, zarandeados por la tentación totalitaria, se han preocupado en los últimos años por el adoctrinamiento de los adolescentes con el fin de que, cumplidos los 18 años, voten en una dirección determinada. El rechazo frontal a semejante actitud totalitaria debería completarse ahora no solo con el estudio sosegado de la Constitución sino, de una manera muy especial y para evitar males mayores, con la educación para la salud. Si a través de la enseñanza los niños aprenden a comer no lo que les gusta sino a que les guste lo que deben comer, se habrá dado un paso de gigante en la salud general de la sociedad, con ahorro de cantidades ingentes de dinero, amén del robustecimiento de la alegría de vivir.

No se trata de un cuento de hadas o de princesas. Se trata de una realidad: la obesidad infantil agobia a médicos y educadores. Frente a la maniobra política de la Educación para la ciudadanía no estaría de más que el nuevo Gobierno establezca una asignatura verdaderamente útil y decisiva: Educación para la salud. Los adolescentes españoles aprenderían desde la escuela las normas elementales para disfrutar de la vida sana sin obesidades ni patologías previsibles.

ZIGZAG

Impresionante libro de Alan Riding: Y siguió la fiesta. El autor revela la vida cultural en el París ocupado por los nazis y sometido a la Wehrmacht y a la propaganda de Hitler. Entre la heroicidad de unos y la bajeza de otros, la vida de los intelectuales y artistas vertebró a la Ciudad Luz, centro hasta entonces de la cultura universal. Al lector le sorprenderá el grado de colaboración con los nazis de algunos nombres cimeros. Otros fueron resistentes. Y los más se mantuvieron en la independencia y la discreción. Picasso llegó a estrenar en casa de Michel Leiris su obra teatral Le Désir attrapé per la queue. Acompañaron al genio español, Sartre, Camus y Simone de Beauvoir. Fuera, los carros de combate nazis se enseñoreaban de las calles, mientras los oficiales de Hitler pisoteaban el orgullo francés, desnudando a bailarinas y starlettes en los cabarets más célebres del mundo.