Image: El Corán, monumento a la espiritualidad

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Primera palabra

El Corán, monumento a la espiritualidad

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

16 marzo, 2012 01:00

Luis María Anson


El Corán, al-Qur'án, la lectura, es un admirable monumento a la espiritualidad. En general su doctrina predica la paz y la concordia.

Hace unos días, el imán marroquí Abdeslam Laarusi, que dirige la mezquita de Tarragona, fue detenido. Le acusaban de aconsejar a sus fieles que pegasen en unos casos, y aislaran en otros, a las mujeres de conducta "desviada". En la azora IV de El Corán, versículo 38, se lee (manejo siempre la traducción de Juan Vernet): "Los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de sus riquezas en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos en lo que Dios mandó ser reservado. A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas". En la azora II, versículo 228, se afirma: "… los hombres tienen sobre ellas preeminencia". De estas afirmaciones, según Samir Khalil Samir, "deriva una tradición secular que otorga al marido una autoridad casi absoluta sobre la mujer, confirmada por varios hadices".

A diferencia de la civilización occidental, impregnada por el cristianismo, que tras siglos de discriminación ha establecido hoy la igualdad del hombre y la mujer, el Islam sitúa a la hembra en un plano de abierta inferioridad. El hombre, por ejemplo, puede tener al mismo tiempo cuatro mujeres. La poligamia establecida legalmente no se compensa con la poliandria. La mujer solo puede casarse con un varón. En la azora II, versículo 223 de El Corán, se afirma: "Vuestras mujeres son vuestra campiña. Id a vuestra campiña como queráis, pero haceros preceder".

En el Islam, el marido, según explica Samir Khalil Samir, "tiene la facultad de repudiar a su mujer repitiendo tres veces la frase: ‘queda repudiada', en presencia de dos testigos musulmanes varones, adultos y en su sano juicio, incluso sin recurrir a ningún tribunal". La mujer no puede repudiar al marido. Si el marido se volviera atrás del repudio y quisiera volver con la mujer repudiada puede hacerlo (azora II, versículos 229-230).

En la azora IV, versículo 11, se establece, con relación a la herencia, que si en una familia hubiese varios hermanos, hombres y mujeres, al varón corresponde "una parte igual a la de dos hembras". En un juicio, según un hadiz de Mahoma, el testimonio del varón vale como el de dos mujeres. La musulmana, por otra parte, no puede casarse con un hombre de otra fe, salvo que este se convierta al Islam. El varón sí puede hacerlo.

Un musulmán no se debe convertir al catolicismo. Según la azora IX, versículo 75, de El Corán, la apostasía se castiga con la muerte. Una fetua del ayatolá Jomeini dictó esa pena contra Salman Rushdie, autor de Versos satánicos, al declararle apóstata. Aunque algunos alfaquíes se esfuercen por suavizar el alcance de las penas canónicas que derivan de El Corán, estas, según afirma Samir , "prevén la amputación de la mano para los ladrones, de la mano y del pie para los atracadores, cien golpes de caña para los fornicadores, la lapidación para los adúlteros, la crucifixión para los apóstatas".

Con la ley islámica en la mano, el imán Abdeslam Laarusi no puede ser condenado. Ha enseñado lo que predica El Corán, libro sagrado que, al margen de discrepancias puntuales, contiene una espléndida doctrina espiritual de paz y de concordia. Aún más, el imán Laarusi, según se desprende de la información policial ni siquiera ha cargado las tintas coránicas. "Para llevar por el buen camino a sus mujeres, el imán aconsejó a los hombres que no deben romperles los huesos o hacerlas sangrar. Basta con golpearlas con un bastón, con los puños o las manos en distintas partes del cuerpo". El imán ha predicado el "golpeadlas" de la azora IV, versículo 38, de la forma más suave.

La Alianza de las Civilizaciones, impulsada por Zapatero con pingües cantidades de dinero, es hoy por hoy utópica, dadas las diferencias que existen entre las sociedades laicas y democráticas de la Europa cristiana y los Estados confesionales del mundo musulmán. Las cosas son como son y el imán Laarusi no ha hecho otra cosa que predicar desde su púlpito la doctrina coránica, igual que el sacerdote cristiano enseña cada fin de semana a sus fieles la doctrina evangélica. Con las religiones se puede estar de acuerdo, se puede discrepar de ellas. Lo que resulta absurdo es desconocer lo que enseñan.