Image: Despilfarro en los teatros públicos

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Primera palabra

Despilfarro en los teatros públicos

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

30 marzo, 2012 02:00

Luis María Anson


Enrique Cornejo gestiona, con acierto, seis teatros en Madrid. Ofrece habitualmente a los espectadores obras de calidad. Obtiene beneficios. Con once personas en la plantilla resuelve todos los problemas de gestión. El Centro Dramático Nacional, por poner un ejemplo de administración pública, regenta dos teatros y dos pequeñas salas y dispone de un mínimo de 210 empleados, cuyos sueldos y otros gastos pagan los contribuyentes españoles a través de esos impuestos con que los políticos sangran a los ciudadanos para luego despilfarrar el dinero recaudado.

No soy partidario de que se eche a nadie. Nunca lo he sido. En el Centro Dramático Nacional y en el resto de los teatros públicos habría que fijar un número máximo de empleados. Vamos a ser generosos y fijar la plantilla del CDN en 35 trabajadores. Hasta llegar a esa cifra no debería ser sustituido ninguno de los empleados que se jubilen. Sin provocar tensiones sindicales, sin originar dramas personales o familiares, se habría devuelto con esta fórmula la racionalidad a los teatros públicos que, hoy por hoy, nos cuestan un ojo de la cara y la yema del otro en competencia desleal, en muchas ocasiones, con la iniciativa privada. El paradigma del derroche fue el acto de inauguración de los Teatros del Canal que rondó en el entorno del millón de euros. Seguro que a Esperanza Aguirre se le cayó la cara de vergüenza cuando se enteró de tamaña desmesura.

En líneas generales, estoy a favor de la iniciativa privada pero creo que, por razones de política cultural, algunos teatros públicos resultan imprescindibles. Hay obras, sobre todo del teatro clásico, que no se representarían en salas comerciales. El patrimonio cultural exige que el dinero de todos atienda a manifestaciones que no se deben relegar al zaquizamí de la Historia.

Escribo esta Primera palabra al hilo del penúltimo escándalo en torno a los teatros públicos. Resulta que a pesar de plantillas sobredimensionadas los contribuyentes han debido pagar por añadidura cantidades abrumadoras de horas extra en todos los teatros públicos madrileños. El Centro Dramático Nacional, además de sus 210 empleados, de contratar compañías que aportan sus propias maquilladoras y otras funciones, ha despilfarrado entre mayo y diciembre del año 2011, conforme a la información publicada en La Razón, la cantidad de 239.416 euros por 14.619 horas extraordinarias acumuladas por los empleados. Frente a los once trabajadores para seis teatros de Cornejo, el CDN con sus 210 para dos teatros y dos salas tuvo la desfachatez de desbordarse en horas extraordinarias. Todo ello a cargo del dinero público, porque cuando se dispara con pólvora del rey, algunos olvidan la austeridad y la correcta administración.

Hay que embridar a los teatros públicos, no liquidarlos como proponen algunos, indignados ante el despilfarro y la competencia desleal. Debe terminarse con los abusos sindicales, con la colocación en esos teatros, por parte de la clase política, de amiguetes, parientes y paniaguados, enchufados todos a la teta del Estado con la tendenciosidad politizada tan habitual en estos menesteres. El teatro, termómetro cultural de Madrid, es algo demasiado serio para que ciertos políticos ignaros decidan sobre su gestión y programación.

Zigzag

Abel Hernández da una nueva lección de objetividad al narrar la infancia y la adolescencia de Juan Carlos de Borbón. La figura del padre, al que Franco, el dictador, distinguía con un odio africano, se agiganta en el libro. Don Juan de Borbón es el gran personaje que hizo frente a la dictadura; el que defendió que la Monarquía devolviera al pueblo español la soberanía nacional secuestrada por el Ejército vencedor de la guerra incivil. Despídete de tu madre agavilla un arsenal de datos nuevos, algunos reveladores, sobre el niño que se convertiría en Rey de España para presidir un largo periodo de paz, de prosperidad y, sobre todo, de libertad. Hernández se ha nutrido de un copioso aparato bibliográfico pero, sobre todo, ha mantenido entrevistas con personas cercanas a la Familia Real. Ha sumado a su objetividad como autor la visión de los que conocieron de cerca los acontecimientos que vertebran la vida del niño llamado a suceder a su padre, Juan III, en los derechos dinásticos de la Monarquía. Abel Hernández, por cierto, subraya la dureza del oficio de la realeza y concluye que la condición de príncipe le robó la infancia a Juan Carlos.