Image: Unamuno, el ácrata

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Primera palabra

Unamuno, el ácrata

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

20 abril, 2012 02:00

Luis María Anson


Alicia Villar ha rendido un servicio de extraordinario alcance a la cultura española al descubrir escritos inéditos de Miguel de Unamuno que definen con nitidez el pensamiento del autor de La agonía del cristianismo. La vigencia de Ortega y Gasset entre las nuevas generaciones, no empece el relieve que conserva Unamuno en un sector cualificado de nuestra vida intelectual. Tal vez por los absurdos bofetones que la Iglesia Católica propinó al filósofo desde un Índice de libros prohibidos, ya desaparecido; tal vez por el acoso que sufrió al comienzo de la guerra incivil española y que precipitó su muerte; tal vez por la feroz independencia con que se expresó siempre, el caso es que el autor que escribió Del sentimiento trágico de la vida sigue vivo en el debate literario de la sociedad española. Incluso su teatro y su novela, y por supuesto su excepcional poesía, continúan disfrutando del favor de los lectores. Alicia Villar, al comentar los textos descubiertos, ha puesto su acento en la actualidad de la obra y el pensamiento unamunianos.

El gran filósofo considera que peores que los inquisidores de los autos de fe son aquellos que combaten las ideas con la burla. ¿Qué pensaría hoy el filósofo de algunos tertulianos de radio y televisión? En Mi confesión desnuda sus sentimientos de adolescencia y juventud ante los lectores. Estamos en la consideración de un texto clave, escondido entre el océano de papeles que inundan la Casa-Museo Unamuno, en la Universidad de Salamanca. Pero a lo que íbamos. Influido por Schopenhauer y Hegel, también por Tolstoi y Leopardi, Unamuno desenmascara el fondo de su pensamiento: "Mis lecturas en economía me hicieron socialista -escribe- pero pronto comprendí que mi fondo era y es, ante todo, anarquista".

Ahí está la clave de la vida y la obra de Unamuno. El filósofo fue siempre un ácrata. Nunca obedeció intelectualmente a nadie ni se sometió a ninguna disciplina. Defendió su feroz independencia ante la derecha y también ante la izquierda. Sus equivocaciones no nacen de la sumisión. Tampoco sus aciertos. Puso la lupa sobre los libros que leyó, sobre las gentes que le rodearon, sobre la convulsión social y política que le tocó vivir, hasta dejar una obra literaria y filosófica de sorprendente originalidad, al margen de convencionalismos y posiciones políticamente correctas. Tereixa Constenla, en un excelente artículo, recuerda que Eróstrato incendió el templo de Éfeso para inmortalizar su nombre. A Unamuno le importaba más bien poco la feria de las vanidades. Me parece que no llegó a conocer a Luis Buñuel. Pero hubiera suscrito la afirmación del creador de El perro andaluz: "Encuentro falaces y peligrosas todas las ceremonias conmemorativas -escribió- ¡Viva el olvido! Solo veo dignidad en la nada".

Cercana la tormenta de julio de 1936, Miguel de Unamuno quiso encontrar refugio y serenidad. Por primera vez acudió a la tertulia de la Revista de Occidente que pastoreaba Ortega y Gasset. La situación, sin embargo, les superó a todos. Julián Besteiro tuvo el valor y la decencia política de advertir, a finales de julio, al autor de La rebelión de las masas, al hombre que había encabezado el manifiesto Al servicio de la República, que se exiliara porque los extremistas que manipulaban el régimen republicano lo iban a asesinar. Se marchó Ortega al extranjero, igual que Marañón y Pérez de Ayala. Melquiades Álvarez decidió quedarse en Madrid. Y, efectivamente, fue vilmente asesinado por la ultraizquierda desquiciada. En el otro bando de la guerra incivil, y al grito de "¡Muera la inteligencia!", Unamuno sufrió el acoso de la intransigencia, y eso precipitó su muerte.

ZIGZAG

Lo más importante no es si Vida y muerte de Marina Abramovic es ópera o espectáculo pop. Tampoco la calidad o los fallos de Robert Wilson, Marina, Willen Dafoe o Svetlana Spajic. Ni siquiera la audacia del montaje y la impactante escenografía. Lo que me parece más importante es que ha vuelto a Madrid la tensión de la ópera. El debate, la polémica, el aplauso, la descalificación, han impregnado las conversaciones musicales. Desde hace un año la ópera ha renacido en la capital de España. Aún más, como ha escrito Estrella de Diego, "gracias a Gerard Mortier está empezando a tener un papel en el circuito internacional y a atraer a un público que antes jamás se había acercado allí".