Luis María Anson



Seis mil millones de teléfonos móviles se utilizaban en todo el mundo cuando concluía el año de crisis 2011. Ni la electricidad ni el agua ni las cuentas bancarias ni internet ni las tarjetas de crédito ni la televisión alcanzan el volumen en número de abonados del teléfono celular. La cultura del siglo XXI es ya la cultura del móvil.



Se terminó la etapa de la exclusiva conversación personal. El móvil es hoy ordenador, agenda, radio, televisión, operador bancario, biblioteca, discoteca, videoteca, archivo… Lo es ya. Una vez se desarrolle la red 4G, lo será mucho más. En el bolsillo de la chaqueta llevamos la biblioteca completa del Congreso de los Estados Unidos, la enciclopedia británica, las cuentas todas de la empresa donde trabajamos, el último libro de Philip Roth o de Vargas Llosa, las más varias manifestaciones musicales, miles de películas, decenas de millares de libros, el archivo de todos nuestros papeles y las funciones completas de un potente ordenador personal.



La tableta se convertirá en poco tiempo en un juguete, los aparatos de radio y televisión en muebles caseros. Los negocios se harán con el móvil y desde el móvil. Aumentará un poco su tamaño, lo está haciendo ya, para facilitar la consulta y la lectura. Se seguirá usando como teléfono pero lo principal serán las otras prestaciones. Ni Gutenberg se aproximó en el siglo XV a lo que significa el móvil en el XXI. Llevamos ya el mundo en las manos.



Para alcanzar la cifra de 1.000 millones de abonados se tardaron dos décadas. En el último año se contrataron más de 1.000 millones. Los 6.000 millones de usuarios del móvil crecen, sobre todo en China e India, a un ritmo vertiginoso. Y esa explosión no se empalidecerá hasta que todos los habitantes del planeta dispongan de un móvil, tal vez de dos.



Ah, los periódicos, a pesar de su tamaño, están ya en el móvil tanto o más que en la tableta. Las nuevas generaciones utilizan el móvil porque es más cómodo y versátil. El teléfono ha ganado mucho más que una batalla. Ha ganado la guerra. Firmará la paz con las tabletas y también con los ordenadores, imprescindibles en las oficinas, porque hay sitio para todos. Pero día a día afianzará su supremacía. Ésta es la realidad más contundente en una sociedad globalizada donde una estudiante de Boston University puede hablar todos los días durante una hora con su novio, dependiente en unos grandes almacenes de París, sin que le cueste un céntimo. Y además viéndole la cara.



McLuhan, en fin, tenía razón. Supo anticipar en el primer tercio del siglo pasado la aldea global. A muchos, a casi todos, les pareció una utopía. La realidad, sin embargo, ha superado sus previsiones. La tecnología ha abierto todos los caminos. Para bien o para mal. La cultura está ganando en extensión lo que pierde en profundidad. Es el tributo al reguero de los dioses extinguidos, al sacerdocio marchito según el orden de Melquisedec. Vivimos sobre el filo del móvil. Es ya la tercera mano del hombre. Ni Gary Cooper manejaba su revólver con la soltura que un adolescente de hoy tiene para disparar con su móvil.

Zig Zag

José María Díaz Dorronsoro ha escrito un extenso y bien documentado libro sobre la revista "Cambio 16". Nadie puede poner en duda que esa publicación jugó un papel de relieve durante la Transición, si bien su importancia fue siempre mucho menor de lo que pensaba Juan Tomás de Salas. Este empresario, que jugaba a ser periodista, se equivocó al expeler de la dirección de "Diario 16" a Pedro J. Ramírez. El gran periodista escabechado puso en marcha el diario "El Mundo" y se comió con patatas a Juan Tomás de Salas. El derrumbamiento de "Diario 16" contribuyó a que se diluyera la influencia de "Cambio 16". La revista, tras la desaparición de Salas, ha tenido la gran virtud de saber permanecer. Estamos, en cualquier caso, ante un libro excelente que permite recordar la historia de una parte del periodismo español del último medio siglo.