Image: La cultura reverencial del dinero

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Primera palabra

La cultura reverencial del dinero

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

1 junio, 2012 02:00

Luis María Anson


Es el reguero de los dioses deshabitados, el camino sacrificial de la creación artística, la muerte presentida de la fábula. Vivimos de lleno en la cultura del dinero. Gustavo Martín Garzo lo ha explicado de forma certera, desbordando a La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa. No es que al autor de La fiesta del chivo le falte razón. Es que no tiene toda la razón. El periodismo amarillo y el populismo político han banalizado el arte y la literatura. Han consagrado la cultura del ocio. Es verdad. Sartre lo anticipó. La gente no quiere reflexionar. Aspira a aturdirse y a no pensar, a la diversión y al entretenimiento.

Pero ese diagnóstico refleja una enfermedad más profunda que Maeztu denunció al encender los focos intelectuales sobre el sentido reverencial del dinero y que Martín Garzo, uno de nuestros intelectuales de más sólida formación filosófica, ha resumido de forma certera. ¿Qué se puede esperar de la sociedad actual cuando Madrid y Barcelona se enzarzan en una trifulca para instalar en su territorio un emporio de casinos, privilegios fiscales, prostitución y vulgaridad, todo ello para que el dinero fluya a sus cuentas bancarias? Esta pregunta de Martín Garzo sacude y refleja la miseria de la política actual. "No importa saber de dónde viene el dinero... todos se comportan como si tuviera el poder de bendecir a los que lo tienen liberándoles de la culpabilidad y la responsabilidad". Pero la verdad profunda está en otro sitio. Martín Garzo recuerda la historia del rey Midas y subraya "la maldición del dinero, que petrifica cuanto toca".

El non olet de Vespasiano a Tito se ha impuesto en la sociedad letrinal que nos ha tocado en suerte. El Poderoso caballero es Don Dinero, que Francisco de Quevedo escribió en 1603 para Pedro Espinosa, se ha quedado en una finta ante el mundo actual, que adora, genuflexo, al becerro de oro. En eso las ideologías derivadas del protestantismo han derrotado al entendimiento católico que considera al rico casi incapaz de entrar en el reino de los cielos con metáforas de camellos y agujas provocadoras hoy del desdén o la risa.

"Nuestro mundo -escribe Martín Garzo- ha dado la espalada a lo maravilloso y solo el dinero parece tener en él poder para dar valor a las cosas". En su reciente novela Y que se duerma el mar, el autor se adentra en una historia triste y emocionante, la de la joven María y su pareja el carpintero José. Es la vuelta a la fabulación, que se ha zafado del yugo del dinero y el éxito comercial.

Porque no todo está perdido. La caja de Pandora guarda todavía, "talismánica, pura, riente", la esperanza. Martín Garzo recuerda El festín de Babette. Cuando las señoras descubren que esta se ha gastado el dinero que ganó en la lotería en preparar una cena, le preguntan qué va a hacer ahora que vuelve a ser pobre. Babette les contesta orgullosa: "Una artista nunca es pobre". Y es cierto, concluye el autor que ha dado la vuelta a La civilización del espectáculo de Vargas Llosa para anclar las naves de la sociedad actual en las verdaderas aguas albañales, las que el dinero enturbia y ennegrece.

ZIGZAG

Martín Orzán duerme en la habitación 308 del hotel Hespérides. Al día siguiente lo hace Bruno Vinder. Martín se deja olvidado algo insólito. Cree que lo posee Bruno y remueve Roma con Santiago hasta entrar en contacto con él. Luisa y Edna, las parejas de los dos protagonistas, la última recién casada, de vuelta del viaje de novios en Bali y Japón, participan en la extraña situación. Bruno, que se siente acusado de ladrón, despierta a la realidad. Lo que Martín se dejó olvidado en la habitación no es un reloj o una cartera sino un sueño, un sueño preciso y habitual que se ha trasvasado a Bruno. Sobre este planteamiento originalísimo, Víctor Charneco desarrolla una trama novelística de intenso interés. Devuélveme a las once menos cuarto es una novela que se lee de un tirón. La agilidad de los diálogos, la narración esquemática de las situaciones, la definición psicológica de los personajes enriquecen una novela que se sigue y persigue de la primera línea a la última sin que decaiga el interés. El desenlace, un tanto brutal, cierra la capacidad de fabulación de Charneco que es un novelista de la nueva generación con amplios horizontes despejados para un futuro de éxitos.